Del libro La Cristiandad extraviada
por Robert Roberts
Es Erronea la Creencia Popular sobre el Cielo y el Infierno
Esto se desprende como conclusión de lo ya expresado. Si los muertos están realmente muertos, en el sentido absoluto expuesto en este capítulo, naturalmente no pueden haber ido a ningún estado de recompensa o castigo, porque no están vivos para poder ir.
Bien podríamos dejar el asunto hasta aquí, como una conclusión inevitable de las premisas establecidas; pero su importancia justifica que continuemos con el tema. La creencia que estamos tratando no sólo es errónea al suponer que los muertos van a lugares tales como el popular cielo o infierno, inmediatamente después de la muerte, sino también al creer que en alguna ocasión vayan allí.
De acuerdo con la enseñanza religiosa actual, el lugar de la recompensa final es una región que se halla más allá de las estrellas, en el punto más remoto del universo de Dios, "allende los dominios del tiempo y el espacio." Las ideas que se presentan referente a la naturaleza de este lugar son muy vagas. Toman su forma de conceptos terrenales. De ahí que se habla de "las llanuras de los cielos."
En estas "llanuras," por lo general, se representa a los habitantes cantando un perpetuo himno de alabanza. Se supone que su número está constantemente aumentando con integrantes llegados de la tierra "acá abajo."
Un hombre muere y, según la idea tradicional, su alma liberada vuela con inconcebible rapidez a los dominios de lo alto, donde queda instalada sin peligro, en tanto sus amigos en la tierra se consuelan con la idea de que los muertos "no están perdidos, sino que se han ido antes que nosotros." Los amigos consideran que ellos están mejor en aquella "feliz región, allá lejos" que lo que fueron en este valle de lágrimas.
Sin duda, si fuese cierto que se fueron a una tierra feliz, la sola idea de tal estado sería consoladora. Sea cierto o no, deberá parecer a toda mente reflexiva como un elemento extremadamente discordante el que los justos, después de disfrutar de años de felicidad celestial, tengan que dejar el lugar de su arrobamiento al llegar el día del juicio, descender a la tierra, y volver a entrar en sus cuerpos para ser procesados ante el tribunal eterno. ¿Para qué se llevará a cabo este juicio "según sus obras"? Parece natural suponer que la admisión al cielo la primera vez es prueba de la idoneidad y aceptación de los que fueron admitidos. ¿Por qué, entonces, el juicio posterior? En tal caso un juicio parece una burla. La misma observación se aplica a aquellos que se supone han ido al lugar de miseria.
¿Cuál es la solución para esta perturbadora incongruencia? Se puede hallar en el reconocimiento de que toda la idea de ir al cielo de la religión popular carece de fundamento. Esta ida al cielo es una especulación totalmente gratuita. No hay ni una sola promesa en la totalidad de las Escrituras que justifique tal esperanza. Sin duda hay frases que, para una mente previamente indoctrinada con tal idea, parecen favorecerla; por ejemplo, las usadas por Pedro: "para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros" (1 Pedro 1:4), de lo cual también tenemos una ilustración en las palabras de Cristo: "Porque vuestro galardón es grande en los cielos" (Mateo 5:12); y sobre todo en su exhortación: "Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan" (Mateo 6:20).
Pero el apoyo que estas frases aparentemente proporcionan a la idea popular, desaparece totalmente cuando nos damos cuenta de que expresan un solo aspecto de la esperanza cristiana, su aspecto actual. La salvación de Dios no está ahora sobre la tierra; en verdad, todavía no es un hecho cumplido en ninguna parte, excepto en la persona de Cristo. Tan sólo existe en la mente divina como un propósito, y en detalle, ese propósito está especialmente relacionado con aquellos a los cuales Jehová, en su divina presciencia, considera como salvos, de quienes se dice que están "escritos en el libro," esto es, inscritos en el "libro de memoria delante de él" (Malaquías 3:16).
Por lo tanto el único lugar de recompensa, en la actualidad, está en el cielo, adonde el ojo instintivamente se dirige como la fuente de su manifestación. Este es especialmente el caso cuando se toma en cuenta que Jesús, la promesa de esta recompensa y su germen mismo, está en el cielo. Estando él allí, el cual es nuestra vida, la herencia incontaminada está actualmente allí; porque existe en él en propósito, en garantía y en germen.
En la actualidad nuestra salvación no tiene ninguna clase de existencia en ninguna otra parte, sino que está en el cielo en reserva, "reservada en los cielos" como lo expresa Pedro. Cuando algo está reservado implica que cuando se necesite se sacará a luz. Y así es como Pedro habla en el mismo capítulo. El dice que la salvación que está reservada en los cielos es una "gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado" (1 Pedro 1:13). En capítulos posteriores veremos que no se confiere sobre ninguno sino "cuando Jesucristo sea manifestado," de quien se dice que "su recompensa viene con él" (Isaías 40:10; Apocalipsis 22:12).
Las frases mencionadas indican de manera general que la salvación procede del Señor; y como el Señor está en el cielo, procede del cielo; y como la salvación aún no se manifiesta, se puede decir correctamente que en la actualidad está en el cielo. Pero, sobre la pregunta específica de si los hombres van o no al cielo, la evidencia bíblica muestra terminantemente que a ningún hijo de la raza de Adán se le ofrece entrada a los santos e inaccesibles dominios donde mora Dios. Dios "habita en luz inaccesible" (1 Timoteo 6:16). Cristo declara enfáticamente: "Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo" (Juan 3:13).
En conformidad con esta declaración, no tenemos registro en las Escrituras de ninguno que haya entrado en el cielo. Elías fue quitado de la tierra; lo mismo se le ocurrió a Enoc, pero la declaración de Cristo nos prohíbe suponer que fueron llevados a "los cielos de los cielos," los cuales son de Jehová (Salmos 115:16). La declaración de que fueron "al cielo" no implica necesariamente que fueron a la morada del Altísimo. La palabra "cielo" se usa en sentido general para designar el firmamento que está arriba de nosotros, que sabemos es una ancha expansión, mientras que "los cielos de los cielos" se refiere a la región habitada por Dios. Si se preguntase, "¿dónde está ese lugar?," la respuesta sería: nadie lo sabe; porque no hay ningún testimonio sobre el tema, aparte del de Cristo, que demuestra que ellos no fueron al cielo referido por él.
Y en especial es cierto que no hay evidencia en las Escrituras de ningún muerto que haya ido al cielo. El texto bíblico expresa todo lo contrario: que los muertos están en sus sepulcros, sin saber nada, sin sentir nada, esperando aquel llamado que los sacará del olvido por medio de la resurrección. De David se afirma específicamente que no se trasladó al cielo, lo que en los sermones fúnebres se afirma de toda alma justa. Y recuérdese que David era un hombre conforme al corazón de Dios, y en consecuencia seguramente habría sido recibido en el cielo al morir, si tal creencia fuese cierta. Pedro dice: "Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy...Porque David no subió a los cielos" (Hechos 2:29,34)
Esto es suficientemente claro. Pero si Ud. dice que Pedro está hablando del cuerpo de David, entonces eso demuestra que Pedro reconocía que el cuerpo de David era David mismo, y la vida que salió de él era la propiedad de Dios, la cual volvía a su Dueño. También Pablo habla de la "grande nube de testigos" que han fallecido, los fieles santos de la antigüedad, de quienes se supone que están delante del trono de Dios, heredando las promesas. Y nos dice:
"Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros." (Hebreos 11:39,40)
Consultemos ahora en las Escrituras aquellos casos en los cuales se ofrece consuelo con respecto a los muertos. Ud. conoce las doctrinas en las cuales los maestros religiosos de hoy en día hacen hincapié con tan peculiar urgencia, cuando tienen que disertar sobre los que han muerto, tal como en los sermones fúnebres, con el objeto de "aprovechar la ocasión." Encontrará un gran contraste entre éstos y los casos bíblicos de consuelo referentes a los muertos. Cuando Marta le dijo a Jesús que Lázaro estaba muerto, él no respondió que Lázaro estaba mejor donde ahora estaba. El dijo: "Tu hermano resucitará" (Juan 11:23).
Cuando la muerte se había llevado a algunos de los creyentes tesalonicenses, los sobrevivientes, que evidentemente habían contado con vivir hasta la venida del Señor, quedaron muy entristecidos. En tal circunstancia, Pablo escribe escribió para consolarlos. Si un maestro de hoy en día hubiese tenido la obligación de decir unas palabras, ¿qué es lo que habría expresado? "Deben regocijarse, amigos míos, por los que han muerto, porque se han marchado a la gloria. Están libres de las aflicciones y penurias de esta vida, y han avanzado a una bienaventuranza que nunca podrían experimentar en este valle de lágrimas. Uds. demuestran egoísmo al lamentarse; más bien debieran estar contentos de que ellos hayan alcanzado el cielo de eterno descanso."
Pero, ¿qué dice Pablo? ¿Les dice que sus amigos están felices en el cielo? Esto era la ocasión para decirlo si fuese cierto; pero no, sus palabras son:
"Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron con él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor, que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras." (1 Tesalonicenses 4:13-18).
La segunda venida de Cristo y la resurrección son los acontecimientos a los cuales Pablo les indica que dirijan su mente en busca de consuelo. Si fuese cierto que los justos van a su recompensa inmediatamente después de morir, ciertamente Pablo habría ofrecido tal consuelo en vez de referirse al remoto y (según la opinión tradicional) comparativamente poco atractivo acontecimiento de la resurrección. El que no lo haya hecho, es prueba circunstancial de que no es cierto.
La tierra que habitamos es el escenario en el cual se manifestará la gran salvación de Jehová. Aquí, después de la resurrección, se conferirá la recompensa y se disfrutará de ella. No hay ninguna verdad más claramente establecida que esta mediante el lenguaje específico del testimonio bíblico. El Antiguo y el Nuevo Testamento concuerdan. Salomón declara: "Ciertamente el justo será recompensado en la tierra" (Proverbios 11:31).
Cristo dice:
"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad." (Mateo 5:5)
En Salmos 37:9-11, el Espíritu hablando a través de David, dice:
"Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz."
Se puede sacar alguna confirmación de la siguiente promesa a Cristo, de la cual su pueblo es coheredero con él:
"Te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra." (Salmos 2:8)
Al celebrar la cercana posesión de esta gran herencia, se representa a los redimidos cantando lo siguiente:
"Tu fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra." (Apocalipsis 5:9,10)
Y el fin de la actual dispensación se anuncia con estas palabras:
"Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos." (Apocalipsis 11:15)
Finalmente, el ángel del Dios Altísimo, al anunciar al profeta la misma consumación de cosas, dice:
"...y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán." (Daniel 7:27)
Sin profundizar en el tema específico de estos pasajes de la Escritura, el reino de Dios, el cual será considerado más adelante, es suficiente señalar que los textos citados claramente demuestran que es sobre la tierra donde hemos de esperar el cumplimiento de aquel programa divino de acontecimientos, tan claramente revelado en las Escrituras de verdad, que dará como resultado "gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres."