Del Libro La Cristiandad extraviada
por Robert Roberts
Además de estas indicaciones generales de la naturaleza destructiva de la muerte como una extinción del ser, hay otras declaraciones en la Escrituras que específicamente niegan que los muertos tengan conciencia alguna. Por ejemplo:
"Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol." (Eclesiastés 9:5,6)
Con cuánta frecuencia oímos comentar acerca de los muertos: "Pues, bien. ¡Ahora lo sabe todo!" ¿Qué diremos a eso? Si las palabras de Salomón tienen significado, entonces tal comentario es precisamente lo opuesto a la verdad. ¿Que puede ser más explícito?: "Los muertos nada saben."
Ciertamente sería una maravillosa proeza de la exégesis que lograra que esto signifique: "Los muertos todo lo saben." Además, cuán común es creer que después de la muerte, los muertos amarán y servirán a Dios con mayor devoción en el cielo porque se deshicieron de la traba de este cuerpo mortal; o que le maldecirán con ardiente odio en el infierno, por la misma razón; que, en realidad, su amor se habrá perfeccionado y su odio intensificado; precisamente frente a la declaración de Salomón que expresa lo contrario: "Su amor y su odio y su envidia fenecieron ya." David es igualmente categórico en este punto. El dice:
"No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos." (Salmos 146:3,4)
También: "En la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?" (Salmos 6:5)
Ezequías, rey de Israel, da testimonio similar. Había estado "enfermo de muerte," y al recuperarse compuso un cántico de alabanza a Dios, en el cual dio la siguiente explicación de su agradecimiento:
"Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu verdad. El que vive, el que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy." (Isaías 38:18,19)
Este conjunto de testimonios de las Escrituras debe ser concluyente para aquellos que consideran importante la autoridad de las Escrituras. Si el veredicto de las Escrituras tiene algún peso, el estado de los muertos ya no debe ser más un asunto discutible. La Biblia resuelve la cuestión en contra de toda la especulación filosófica. Enseña que la muerte es un eclipse total del ser-un arrasamiento completo de nuestro yo consciente en relación con el universo de Dios.
Esto no lesionará los sentimientos de aquellos que se rigen por la sabiduría que inculcan las Escrituras. Los tales se inclinarán ante la respuesta de Dios, cualquiera que sea. Harían esto aun si la respuesta fuera más difícil de aceptar que lo que es en este caso. En vez de ser difícil de aceptar, concuerda con nuestra experiencia y nuestros instintos. Y mejor aún, libera de la oscuridad toda la doctrina de la Biblia.
La Biblia establece la doctrina de la resurrección sobre el firme cimiento de la necesidad; porque desde el punto de vista de ella, la vida futura sólo se puede alcanzar por medio de resurrección; mientras que desde el punto de vista popular, la vida futura es una evolución natural a partir de la presente y no es afectada de ninguna manera por la resurrección del cuerpo.
En verdad es difícil ver siguiera alguna utilidad en la resurrección si aceptamos la idea popular; porque si un hombre recibe su recompensa cuando viene la muerte, y disfruta de toda la felicidad celestial que su naturaleza es capaz de disfrutar, parece incongruente que, después de cierto tiempo, se vea obligado a dejar las regiones celestiales para reunirse con su cuerpo en la tierra, cuando se supone que tiene mucho más capacidad de gozar de la vida eterna sin ese cuerpo.
La resurrección está fuera de lugar en semejante sistema; y en consecuencia encontramos que, hoy en día, muchos la están abandonando, y en vano tratan de elaborar explicaciones para negar la doctrina del Nuevo Testamento respecto a la resurrección física.
He citado muchos pasajes para demostrar la realidad de la muerte, y la consiguiente inconsciencia de los que están muertos. Esos pasajes no son ambiguos. Son claros, sencillos y comprensibles. Ahora bien, si las declaraciones positivas que hacen fueran presentadas en la forma de interrogaciones a cualquier maestro religioso moderno, o a cualquiera de los inteligentes que hay en su rebaño, ¿estarían sus respuestas en armonía con aquellas declaraciones? Veamos.
Supongamos que preguntamos: ¿Saben algo los muertos? ¿Cuál sería las respuesta? "Oh, sí, saben muchísimo más que los que viven." O si preguntáramos: ¿Perecen los pensamientos de un hombre cuando va al sepulcro? La respuesta instantánea sería, según las palabras de un "reverendo" caballero, en su sermón fúnebre: "Oh, cuánto nos regocijamos sabiendo que la muerte, aunque pueda cerrar nuestra historia mortal, no es la terminación de nuestra existencia ni siquiera es la suspensión de la conciencia."
O también: ¿Hay memoria de Dios en la muerte? "Oh, sí, los justos muertos lo conocen más perfectamente, y lo aman más completamente que cuando estaban en la tierra." ¿Alaban los muertos al Señor? "Ciertamente, si son redimidos, se unen en el cántico de Moisés y el Cordero ante el trono." ¿Se extinguen los bebés, cuando mueren, como si nunca hubiesen existido? "¡No! ¡No perecen los pensamientos! Van al cielo y llegan a ser ángeles en la presencia de Dios."
De este modo, en cada caso, la creencia popular sobre los muertos es exactamente contraria a las explícitas declaraciones de las Escrituras. Es una creencia totalmente desprovista de fundamento. Se opone a toda verdad, tanto natural como revelada. No es difícil, mediante un cuidadoso razonamiento, exponer la falacia de los argumentos "naturales" sobre los cuales está fundada.
Ahora miraremos algunas de la razones bíblicas que por lo general se proponen en su favor. Esas razones están basadas en ciertos pasajes que ocurren en su mayor parte en el Nuevo Testamento. Para comenzar, se podrá observar que, aunque presentan superficialmente un aparente apoyo a la creencia popular, ninguno de ellos afirma esa creencia. La evidencia que se supone contienen es solamente deducción. Esto es, hacen ciertas declaraciones que se supone implican la doctrina que se procura probar, pero no proclaman la doctrina en sí misma.
Es importante tomar nota de este hecho general antes de comenzar. Conviene saber que en toda la Biblia no hay ni una sola promesa de ir al cielo al morir, y ni una sola declaración de que el hombre tiene un alma inmortal; y que toda la supuesta evidencia contenida en la Biblia en favor de estas doctrinas es tan ambigua que su significado puede ser puesto en duda. Esto es importante, porque el testimonio en favor del criterio opuesto (el expuesto en el presente capítulo) es tan claro y explícito que no puede ser echado a un lado sin cometer la más flagrante violación a las leyes fundamentales del lenguaje.
Esta consideración sugiere este importante principio de la interpretación bíblica: que el testimonio simple debe guiarnos en el entendimiento de lo que puede ser oscuro. Debemos deducir nuestros principios fundamentales a partir de enseñanzas que no pueden ser malentendidas y que armonizan todas las dificultades que surjan.
Sería una locura fundar un dogma en un pasaje que por su imprecisión es susceptible de dos interpretaciones, especialmente si ese dogma está en oposición a las inequívocas declaraciones de la Palabra de Dios en otros lugares de la Biblia.
Apliquemos por un momento este principio a los pasajes que son citados para justificar la teoría popular.
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