lunes, 22 de agosto de 2011

TENTARON A DIOS, PIDIENDO COMIDA A SU GUSTO

“Pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto”, Salmo 78:18.

El cerebro humano es capaz de guardar mucha información. Dentro de esas capacidades, el gusto, uno de nuestros cinco sentidos y forma parte de las facultades desarrolladas por el cuerpo humano. El gusto estriba en una información para nuestro cuerpo, y nos permite determinar lo que preferimos y lo que rechazamos. Todos tenemos gustos diferentes, y hemos desarrollado preferencias diferentes, lo que le gusta a una persona le puede parecer repugnante a otra.

El tener gustos diferentes forma parte de nuestra naturaleza. En lo natural, esto no tiene repercusiones, pero en lo que respecta a Dios, esto es fatal. En la vida con Dios, tenemos que desarrollar el deleite por la comida divina. Israel se cansó del maná, que era la comida que Dios proveyó durante 40 años que duró la peregrinación por el desierto.

“Pidieron comida a su gusto”, es decir, que la que tenían no les parecía adecuada; por eso rechazaron el maná, la comida celestial, para pedir una comida a su gusto. Les parecía que el maná era “pan liviano”. ¿Cómo es posible que lo que Dios provee pueda llegar a parecer liviano e insatisfactorio? La respuesta está clara en Números 11:4-6: “¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos”.

Israel había guardado en su memoria, en su paladar, en su corazón, los sabores de Egipto... ¡Qué mucho pueblo de Dios hoy día está sufriendo del mismo problema de gusto y sabor! ¡Cuántos en la iglesia anda con dificultades a la hora de comer la Palabra que viene del Cielo!

Recuerde que el maná es tipo de nuestro Señor Jesucristo; y rechazar el sabor de Cristo es ponerse a sí mismo fuera de la herencia, de la salvación, de la vida eterna. Al pedir comida a su gusto, ellos se referían al gusto que habían desarrollado en Egipto, al que Egipto les había acostumbrado. Esto los llevó a preferir las ollas de Egipto que vivir en las mesas del Reino de los Cielos, a pesar que las ollas de Egipto producen esclavos y el maná produce hijos y príncipes de Dios.

Salmo 78:23-25 sigue describiendo lo que Dios les había dado en el desierto: “Mandó a las nubes de arriba, y abrió las puertas de los cielos, e hizo llover sobre ellos maná para que comiesen, y les dio trigo de los cielos. Pan de nobles comió el hombre; les envió comida hasta saciarles”. Lo que se rechaza evidencia la posición del alma, manifiesta la realidad espiritual de la persona.

Amados, es alarmante constatar cuántos en las congregaciones andan pidiendo comida a su gusto. Y cuando no se accede a sus exigencias, salen a buscar en otros lugares para que se les dé comida a su gusto. En la actualidad, no faltan líderes dispuestos a dar lo que se les pida con tal de tener la iglesia llena. Traen las ollas de Egipto al templo, para que nadie se atragante o se indisponga con el maná.

Pero también es evidente lo que ocurre cuando se come la comida de sustitución: “Comieron, y se saciaron; les cumplió, pues, su deseo. No habían quitado de sí su anhelo, aún estaba la comida en su boca, cuando vino sobre ellos el furor de Dios, he hizo morir a los más robustos de ellos, y derribó a los escogidos de Israel” (Salmo 78:29-31).

Es tiempo de mantener en el corazón el sabor del maná, de la Palabra de Dios sin imitaciones, ni edulcorantes, ni manipulaciones. Recuerde que quién se mantenga en el maná, comerá en Canaán; pero quien pida comida a su gusto perecerá en el desierto. Nosotros seguiremos prefiriendo el sabor antiguo de la Palabra de Dios.

¿EXISTIÓ JESÚS?

 TAGS:historia del cristianismo

UN AMIGO ME DIJO QUE JESÚS NUNCA EXISTIÓ. ¿CÓMO SE RESPONDE A ALGO ASÍ?

Todavía hay gente hoy en día que afirma que Jesús nunca existió; que fue solamente un personaje mitológico.

Bertrand Russell lo dice así: “Podría decir que a uno no le preocupa la cuestión histórica. Históricamente, es muy dudoso que Cristo haya existido jamás, y si existió, no sabemos nada de él; por eso no me preocupa la cuestión histórica, que es muy difícil. Me preocupa Cristo tal como aparece en los Evangelios” (Why i am not a Christian, Por qué no soy cristiano, p. 11, nota 8).

Sin embargo, los que hacen tal acusación, además de que no son historiadores, son sorprendentemente ignorantes de los hechos.

El Nuevo Testamento contiene 27 documentos separados que fueron escritos en el siglo primero de nuestra era. Estos escritos contienen la historia de la vida de Jesús y los principios de la iglesia cristiana, desde cerca del 4 a.C. hasta la década del año noventa d.C.

Los hechos son registrados por testigos oculares, quienes dieron testimonio personal de lo que habían visto y oído. “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (1 Juan 1:1).

Además, la existencia de Jesús es registrada por el historiador Flavio Josefo, quien nació en el 37 d.C.: entonces existió Jesús, un hombre sabio, si se le puede llamar hombre, pues él fue un hacedor de maravillas, maestro de aquellos hombres que reciben la verdad con gozo. Él atrajo a sí a muchos judíos y gentiles.

“Él fue (el) Cristo; y cuando Pilato, a su sugerencia de los principales de entre nosotros, lo había condenado a la cruz, los que le amaron desde el principio no lo olvidaron, pues él se le apareció vivo otra vez al tercer día, como los profetas divinos habían predicho éstas y otras diez mil maravillas acerca de él; y la tribu de los cristianos, nombrados así por causa de él, no está extinta al presente” (Antigüedades, XVIII, III).

Aunque este pasaje ha sido debatido, debido a la referencia a Jesús como el Cristo y a su resurrección de entre los muertos, el hecho de su existencia no se ha puesto en duda.

Cornelio Tácito (112 d.C.), historiador romano, al escribir sobre el gobierno de Nerón, se refiere a Jesucristo y a la existencia de cristianos en Roma (Anales, XV, 44). Tácito, en otra parte de sus historias, se refiere al cristianismo al aludir al incendio del templo de Jerusalén, en el 70 d.C. esto fue conservado por Sulpicio Severo (Crónicas 30:6).

Hay otras referencias a Jesús o sus seguidores, tales como la del historiador romano Suetonio (120 d.C.), en vida de Claudio, 25.4 y vida de los Césares, 26.2, y Plinio el joven (112 d.C.) en sus epístolas, x.96.

Estos testimonios, tanto cristianos, son más que suficientes para desechar cualquier idea de que Jesús nunca existió. A la luz de las evidencias, es absurdo tener tal opinión. Sabemos más acerca de la vida de Jesús que de cualquier otro personaje del mundo antiguo. Su nacimiento, vida y muerte son revelados con más detalles que los de otras personas de la antigüedad cuya existencia es considerada real por los historiadores.

Al examinar las evidencias acerca de la vida de Cristo a partir de fuentes contemporáneas ajenas al Nuevo Testamento, Roderick Dunkerley llegó a esta conclusión: “En ninguno de estos diversos testimonios acerca de Cristo existe la mínima indicación o idea de que él no fuera una persona histórica real”.

“En realidad se ha alegado, y creo que con mucha razón, que las teorías míticas, acerca de los principios del cristianismo son hipótesis especulativas modernas, motivadas por prejuicios y rechazos ilógicos. No debería nadie atreverse nunca a dudar de que Jesús haya existido, dice Merezhovsky, a menos que antes de la duda, la mente haya sido oscurecida por el deseo de que Jesús no hubiera existido” (Robert Dunkerley, Beyond the Gospels, Más allá de los Evangelios, pp. 29,30).