lunes, 15 de agosto de 2016

El estado de los muertos


La Cristiandad Extraviada
Por Robert Roberts



Capitulo 3


El Estado de los Muertos: Inconscientes Hasta la Resurrección

Introducción

Si la cristiandad está extraviada en cuanto a la naturaleza del hombre, lógicamente se deduce que también está extraviada en cuanto al estado de los muertos, referente a lo cual su teoría ocupa un lugar prominente en la teología actual. Examinemos ahora este tema a la luz de los hechos y del testimonio de las Escrituras.

La muerte es el hecho más importante en la experiencia humana. Su realización es universal e inevitable; tarde o temprano, su tenebrosa sombra entristece todo hogar. ¿Quién no ha sentido su mano férrea? ¿Quién no ha contemplado a un ser querido empalidecido y anquilosado por su soplo desolador? El niño lozano con toda su balbuceante inocencia y cautivadoras maneras; el compañero de la juventud, rosado, saludable y alegre; la amada esposa, el leal esposo, el amigo fiel y confiable: ¿cuál de ellos no ha sido arrancado de nuestro lado por la terrible mano de este enemigo despiadado e indiscriminado? Un día los hemos visto con ojos brillantes, semblante radiante, cuerpo vigoroso, y les hemos oído pronunciar vivamente palabras de amistad e inteligencia; la próxima vez los vemos estirados en el féretro-quietos, fríos, inmóviles, pálidos, muertos.

¿Qué diremos de estas cosas? La muerte trae aflicción a los vivos. Los agobia con un dolor que rehúsa ser consolado. No es por nosotros mismos que nos afligimos; nos alegraría saber que aún están  vivos, aunque estuvieran muy lejos y nos fuera imposible comunicarnos con ellos. No; es porque están muertos que nos apena el corazón. Consideremos la relación de esto con la teología popular de nuestros días. Si la muerte fuera un mero cambio de estado y no una destrucción del ser, ¿por qué toda esta angustia por aquellos que se han ido? ¿No puede ser motivo de las incertidumbres "más allá de la sepultura," porque nuestro pesar es tan agudo por aquellos que se cree han ido al cielo, como por aquellos de los cuales se tienen dudas.

Las lágrimas fluyen tanto por los buenos como por los malos, y quizás con más pena. Aquí hay algo contradictorio en la teoría popular. Si en verdad nuestros amigos se han ido a la "gloria," deberíamos sentirnos tan agradecidos como lo hacemos cuando reciben honores "acá abajo"; pero no lo estamos, ¿y por qué? La evidencia justificará la respuesta. Porque la fuerza del instinto natural no puede ser vencida por la ficción teológica.
Los hombres prácticamente nunca creerán que la muerte es el comienzo de la vida, cuando ven que es la extinción de todo lo que alguna vez conocieron o palparon de la vida.

Si los muertos no están muertos, sino que se han ido a una vida mejor; si están "alabando a Dios entre los redimidos de arriba," entonces están vivos y, por lo tanto, sólo han cambiado un lugar de morada temporal por un lugar de morada eterna. Sencillamente han salido del cuerpo para ir al cielo o al infierno, según sea el caso. La palabra "muerte," en su significado original, no tendría, pues, aplicación al hombre. Habría perdido el significado que normalmente se le da. Ya no sería más la antítesis de la "vida." Ya no significaría más la cesación de la existencia viviente (su significado fundamental) sino que sólo significaría un cambio de habitación. "¿Muere un hombre? ¡No, imposible! Puede salir del cuerpo, pero no puede morir." Esta es la opinión popular-el fallo de la sabiduría del mundo-la tenaz creencia del mundo religioso.

Investigaremos si hay algo en la enseñanza de las Sagradas Escrituras o en el testimonio de la naturaleza que respalde esta creencia. Y descubriremos que no sólo hay completa ausencia de respaldo, sino que, al contrario, hay abundante evidencia que muestra que la muerte invade el ser de un hombre y le quita la existencia y que en consecuencia en la muerte se halla tan completamente inconsciente como si nunca hubiese vivido. Que el lector retenga suspenda su juicio. Encontrará que lo que viene a continuación justificará esta respuesta, aunque parezca aterradora al principio.

¿Qué es la Muerte?

Primero, consideremos por un momento la idea primordial expresada en la palabra muerte. Es lo opuesto a la vida. Conocemos la vida como un asunto de positiva experiencia. La idea de la muerte se deriva de esta experiencia. La muerte es la palabra que describe su interrupción, negación, o detención. Ya sea que el término vida se utilice literal o figuradamente, ya sea que se aplique a una criatura o a una institución, la muerte es lo opuesto de la vida. Significa la ausencia o partida de la vida. Por lo tanto, a fin de entender la muerte en relación con nuestra actual investigación, es necesario que tengamos un concepto preciso de la vida. No podemos entender la vida en sentido metafísico; pero esto no es un impedimento para nuestra investigación; porque la dificultad en este sentido no es mayor ni menor que en el caso de los animales, y en el caso de los animales la gente no profesa hallar ninguna dificultad en reconciliar el misterio de la vida con el hecho de la muerte real.

Dejando la metafísica a un lado, sólo necesitamos preguntarnos: "¿Qué es la vida según se conoce experimentalmente?" La respuesta de la verdad literal dice que es el resultado conjunto de los procesos orgánicos que se desarrollan dentro de la estructura humana-la respiración, circulación de la sangre, digestión. Los pulmones, el corazón y el estómago funcionan en conjunto para generar y sostener la vida e impartir actividad a las diversas facultades de las cuales estamos compuestos. Fuera de este laborioso organismo la vida no existe, ya sea en lo que concierne al hombre como a las bestias. Si se golpea el cerebro, sobreviene la inconsciencia; si se quita el aire, se produce el sofocamiento; si se corta el suministro de alimentos, sobreviene el hambre con efecto fatal. Estos hechos, que todo el mundo conoce, demuestran que la vida depende del organismo. Muestran que la vida humana, con sus misteriosos fenómenos del pensamiento y sentimiento, es el producto de la complicada maquinaria de la cual estamos hechos. Esa maquinaria, en completa y armoniosa acción, es una suficiente explicación de la vida que ahora tenemos. En ella y por medio de ella existimos.

Ahora bien, a pesar del prejuicio que el lector tenga contra esta presentación del asunto, no puede dejar de reconocer esto: que hubo un tiempo cuando no existíamos. Este importante hecho muestra la posibilidad de la inexistencia en relación con el hombre. La pregunta es: ¿volverá a sobrevenir ese estado de inexistencia? Esta es una sencilla cuestión de experiencia, sobre la cual ¡ay! la experiencia habla con tanta claridad. En vista de que la existencia humana depende de la función del material orgánico, la inexistencia sobreviene debido a la interrupción de esa función. Por experiencia sabemos que esta interrupción efectivamente ocurre, y que como consecuencia el hombre muere. La muerte viene sobre él y deshace lo que el nacimiento hizo por él. Uno le dio la existencia; la otra se la quita.

El decreto divino "polvo eres, y al polvo volverás," se realiza en la experiencia de todo hombre. En el transcurso de la naturaleza, su ser desaparece de la creación, y todas sus cualidades su sumergen en la muerte por la simple sencilla razón de que el organismo que las desarrolla, también detiene sus funciones.

Estos son los hechos desde un punto de vista natural. Pero cuando escudriñamos las Escrituras es asombroso lo fundamentado que se vuelve el caso. Cuando las Escrituras hablan de la muerte de alguien, no emplean la fraseología de los religiosos modernos. Las Escrituras no dicen que los justos se han "ido a recibir su galardón," o que se han "ido a rendir su cuenta final," o que han "emprendido vuelo a un mundo mejor"; ni dicen que los inicuos se han "ido a comparecer ante el tribunal de Dios para responder por sus malas acciones."

El lenguaje bíblico declara expresamente una doctrina contraria. La muerte de Abraham, el padre de los fieles, se halla registrada así:
"Y exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo." (Génesis 25:8)

Así también el caso de Isaac:
"Y exhaló Isaac el espíritu, y murió, y fue recogido a su pueblo." (Génesis 35:29)

Así también Jacob:
"Y cuando acabó Jacob de dar mandamientos a sus hijos, encogió sus pies en la cama, y expiró, y fue reunido con sus padres." (Génesis 49:33)
De José sólo se dice:

"Y murió José a la edad de ciento diez años; y lo embalsamaron, y fue puesto en un ataúd en Egipto." (Génesis 50:26)

Así en el caso de Moisés:
"Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy." (Deuteronomio 34:5,6)

Y así también hallaremos en el caso de Josué (Josué 24:29), Samuel (1 Samuel 25:1), David (1 Reyes 2:1,2,10; Hechos 2:29,34), Salomón (1 Reyes 11:43), y todos los demás cuya muerte se halla registrada en las Escrituras. Nunca se dice que se han ido a alguna otra parte; simplemente se menciona que mueren, que entregan su vida y que vuelven a la tierra. Pablo adopta el mismo estilo de lenguaje cuando habla de la generación de los justos que han muerto. El dice:
"Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos." (Hebreos 11:13)

Cuando Jesús habló de la muerte de Lázaro, reconoció el hecho en su sentido más claro:
"[Jesús] les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle. Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto." (Juan 11:11-14)

Cuando Lucas describe la muerte de Esteban, no cae en ninguno de los elevados éxtasis tan generalizados en la literatura religiosa moderna. Sencillamente dice: "Y habiendo dicho esto, durmió" (Hechos 7:60). Cuando Pablo tiene ocasión de referirse a los cristianos fallecidos, no habla de ellos como que se hallan ante el trono de Dios. Las palabras que emplea están en armonía con aquellas ya citadas:
"Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza." (1 Tesalonicenses 4:13)

No hay excepciones a estos casos en el texto bíblico. Todas las alusiones bíblicas al tema de la muerte son tan diferentes al sentimiento moderno como es posible concebir. La Biblia habla de la muerte como el término de la vida, y nunca como el comienzo de otra existencia. Ni una sola vez nos habla de algún muerto que haya ido al cielo. Ni una sola vez se representa a los muertos como si estuviesen conscientes, excepto por un permisible lenguaje poético (Isaías 14:4) o para propósitos de parábolas (Lucas 16:19-31). Siempre son descritos en términos que armonizan con la experiencia: en la tierra de tinieblas, silencio e inconsciencia.

Salomón dice:
"Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría." (Eclesiastés 9:10)

Job, angustiado por la acumulada calamidad, maldijo el día de su nacimiento y deseó haber muerto cuando niño; y fijémonos en lo que dice acerca de cuál habría sido la consecuencia:
"Pues ahora estaría yo muerto, y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso, con los reyes y consejeros de la tierra, que reedifican para sí ruinas [tumbas]; o con los príncipes que poseían el oro, que llenaban de plata sus casas. ¿Por qué no fui escondido como abortivo, como los pequeñitos que nunca vieron la luz? Allí los impíos dejan de perturbar, y allí descansan los de agotadas fuerzas. Allí también reposan los cautivos; no oyen la voz del capataz. Allí están el chico y el grande, y el siervo libre de su señor." (Job 3:13-19)

Job también hace la siguiente declaración, que junto con la recién citada, debiera ser bien considerada por aquellos que creen que los bebés van al cielo cuando mueren:
"¿ Por qué me sacaste de la matriz? Hubiera yo expirado, y ningún ojo me habría visto. Fuera como si nunca hubiera existido." (Job 10:18)

El salmista alude de paso al estado de los muertos en las siguientes expresivas palabras:
"Abandonado entre los muertos, como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, de quienes no te acuerdas ya, y que fueron arrebatados de tu mano... Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será contada en el sepulcro tu misericordia? ¿o tu verdad en el Abadón? ¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas, y tu justicia en la tierra del olvido?" (Salmos 88:5,10-12)

Estas preguntas están contestadas en una breve pero enfática declaración que aparece en Salmos 115:17: "No alabarán los muertos a JAH, ni cuantos descienden al silencio."

Y el salmista da una patética expresión a su propia creencia acerca de la naturaleza fugaz del hombre, en las siguientes palabras, que tienen relación directa con el estado de los muertos:

"He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive... Oye mi oración, oh Jehová, y escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas; porque forastero soy para ti, y advenedizo, como todos mis padres. Déjame, y tomaré fuerzas, antes que vaya y perezca." (Salmos 39:5,12,13)

David dice en Salmos 146:2: "Alabaré a Jehová en mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras viva"; claramente implicando que de acuerdo con su creencia, dejaría de vivir y alabar a Jehová cuando aconteciera la muerte.


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