domingo, 31 de mayo de 2009

El Cristiano en el Hogar

EL CRISTIANO EN EL HOGAR-C.H. MAKINTOSH

TU Y TU CASA

Hay dos casas que ocupan un lugar muy prominente en las páginas inspiradas: La casa de Dios y la casa del siervo de Dios. Dios atribuye una gran importancia a su casa, y justamente porque es suya. Su verdad, su honor, su carácter y su gloria están comprometidos en el carácter de su casa. Por tal motivo, es su deseo que la expresión de lo que Él es se manifieste con total claridad en lo que le pertenece.

Si Dios tiene una casa, ella habrá de ser seguramente una casa piadosa, santa, espiritual y elevada; una casa pura y celestial. Deberá tener todos estos caracteres, no meramente de una manera abstracta -es decir, en cuanto a su posición y principios-, sino también en el aspecto práctico. Su posición abstracta se basa en lo que Dios ha hecho de ella y en el lugar donde la colocó; mas su carácter práctico halla su fundamento en el andar práctico de aquellos que forman parte esencial de la misma aquí abajo.

Muchas almas pueden estar dispuestas a comprender la verdad y la importancia de los principios atinentes a la casa de Dios; mas son pocos, comparativamente hablando, los que prestan suficiente atención a los principios que deben regir la casa del siervo de Dios; aun cuando al formulárseles la pregunta: «¿Cuál es la casa que sigue en importancia a la casa de Dios?» respondiesen sin titubeos: «La casa del siervo de Dios.»

Dado que no hay nada comparable a dejar que la santa autoridad de la Palabra de Dios actúe sobre la conciencia, citaré algunos pasajes de la Escritura que pondrán de manifiesto, de una manera clara y rotunda, los pensamientos de Dios acerca de lo que debe ser la casa de uno de sus hijos.

La casa del creyente en el Antiguo Testamento

Noé y su casa

Cuando la iniquidad del mundo antediluviano había llegado a su colmo, y el Dios justo -quien estaba por devastar toda esta escena de corrupción con la recia corriente del juicio- tuvo que decidir el fin de toda carne, estas gratas palabras sonaron a oídos de Noé: “Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación” (Génesis 7:1).

Se dirá sin duda, y con razón, que Noé era un tipo de Cristo, la cabeza justa de toda la familia de salvados, salvados en virtud de su unión con Él. Lo admito plenamente. Pero ello no quita que vea, en la historia de Noé, otra cosa además de un carácter típico; deduzco de aquí y de otros pasajes análogos un principio que, desde el comienzo mismo de este escrito, quisiera establecer con la mayor claridad, a saber: que la casa de cada siervo de Dios es, en virtud de su relación con Él, puesta en una posición de privilegio y, consiguientemente, de responsabilidad[1].

Este principio tiene infinitas consecuencias prácticas; y ello es lo que, con la bendición de Dios y por su gracia, nos proponemos examinar en el presente escrito. Pero lo que debemos hacer en primer lugar es tratar de establecer la veracidad de lo dicho por medio de la Palabra de Dios. Si simplemente fuésemos llevados a razonar por analogía, el principio en cuestión sería fácilmente demostrado; pues ¿qué persona que conoce el carácter y los caminos de Dios podría creer que Dios atribuye una inmensa importancia a lo que concierne a Su propia casa, y que no atribuye ninguna, o casi, a la de su siervo? ¡Sería imposible! Ello no guardaría consonancia con Dios, y Dios sólo puede obrar de forma consistente consigo mismo.

Pero no podemos limitarnos a tratar esta cuestión tan seria y tan profundamente práctica por pura analogía y meras deducciones. El pasaje recién citado es tan sólo el primero de una serie de varios textos que constituyen pruebas directas y positivas de lo que deseo hacer comprender. En Génesis 7:1 hallamos las significativas palabras: “Tú y tu casa” inseparablemente unidas. Dios no reveló a Noé una salvación sin provecho para su casa. Jamás contempló tal cosa. La misma arca que fue abierta para él, fue abierta también para los suyos. ¿Por qué? ¿Porque tenían fe? No; sino porque Noé la tenía, y porque ellos estaban unidos a él. Dios le dio a Noé, por así decirlo, un salvoconducto que habría de servir para él y para su familia. Lo repito, esto no debilita en absoluto el carácter típico de Noé. Yo veo en él este carácter; mas veo también en él, personalmente, este principio, a saber, que cualesquiera que sean las circunstancias, no podemos separar a un hombre de su casa. El hacerlo implicaría seguramente la más violenta confusión y la más baja desmoralización. La casa de Dios es puesta en una posición de bendición y responsabilidad, porque ella está unida a Él; y la casa del siervo de Dios está, por la misma razón, es decir, por estar unida a él, en una posición de bendición y responsabilidad. Tal es nuestra tesis.

Abraham y su casa

El segundo pasaje que quiero citar se refiere a la vida de Abraham. “Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer… ? Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:17-19).

Aquí no se trata de una cuestión de salvación, sino de comunión con el pensamiento y los propósitos de Dios. Que el padre cristiano note y sopese solemnemente el hecho de que cuando Dios buscaba un hombre a quien pudiese revelar sus consejos secretos, escogió a aquel que poseía la simple característica de mandar “a sus hijos y a su casa” que guarden el camino del Señor.

Esto no puede dejar de demostrar, a una conciencia delicada, un aguzado principio; pues si hay un punto respecto del cual los cristianos han faltado más que sobre cualquier otro, es en el deber de mandar a sus hijos y a su casa que sirvan al Señor. Ellos seguramente no han tenido a Dios delante de sus ojos a este respecto; pues, al considerar todas las Escrituras referentes a los caminos de Dios respecto a Su casa, encuentro que en todos ellos hay una característica invariable: Dios ejerce su poder sobre el principio de la justicia. Él ha establecido firmemente y mantenido inquebrantablemente su santa autoridad. No importa el aspecto o el carácter exterior de la casa de Dios, el principio esencial de sus tratos con ella es inmutable: “Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre” (Salmo 93:5). El siervo debe siempre tomar a su Maestro como modelo; y si Dios gobierna su casa con un poder ejercido en justicia, así debo yo gobernar la mía; pues si, en algún detalle, difiero de Dios en mi conducta, debo evidentemente estar mal en ese detalle; esto está claro.

Pero Dios no solamente gobierna su casa como lo dijimos, sino que también ama, aprueba y honra con su confianza a aquellos que lo imitan. En el pasaje citado, lo oímos decir: «No puedo encubrir mis propósitos a Abraham.» ¿Por qué? ¿Por causa de su gracia y fe personales? No; simplemente porque “mandará a sus hijos y a su casa”. Un hombre que sabe mandar así a su casa, es digno de la confianza de Dios. Ésta es una asombrosa verdad, cuyo filo alcanzará, espero, la conciencia de los padres cristianos. La mayoría de nosotros, ¡ay!, al meditar Génesis 18:19, haríamos bien en prosternarnos delante de Aquel que pronunció y escribió esta palabra, y exclamar: «¡Qué fracaso de mi parte, qué vergonzoso y humillante fracaso!»

¿A qué se debe? ¿A qué se debe que hemos faltado a la solemne responsabilidad que nos ha tocado con respecto al gobierno de nuestra casa? Creo que hay una sola respuesta a esta pregunta: la razón es que no hemos hecho efectivo, por la fe, el privilegio conferido a esta casa, en virtud de su asociación con nosotros. Es notable que nuestros dos primeros pasajes nos presenten, con absoluta exactitud, las dos grandes divisiones de nuestro tema, a saber: el privilegio y la responsabilidad. En el caso de Noé, la palabra era: “Tú y tu casa”, en relación con la salvación. En el caso de Abraham, era: “Tú y tu casa” con relación al gobierno moral. La relación es a la vez notable y hermosa, y el hombre que falta en fe para apropiarse del privilegio, faltará en poder moral para llevar a cabo la responsabilidad.

Dios considera la casa de un hombre como parte de sí mismo, y el hombre no puede, en el más mínimo grado, ya en principio, ya en práctica, desconocer esta relación sin sufrir graves daños y sin causar perjuicios al testimonio.

Ahora bien, la pregunta para la conciencia de un padre cristiano, es ésta: «¿Cuento con Dios para mi casa; y gobierno mi casa para Dios?» Ésta es, seguramente, una pregunta solemne; sin embargo, es de temerse que muy pocos cristianos sienten su importancia y gravedad.

Puede que mi lector se sienta dispuesto a demandar un mayor número de pruebas bíblicas que el que se ha aducido, en cuanto a nuestro derecho de contar con Dios para nuestras casas. Voy, pues, a proseguir con las citas bíblicas.

Jacob y su casa

Leamos un pasaje con referencia a la historia de Jacob: “Dijo Dios a Jacob: Levántate y sube a Bet-el.” Estas palabras parecen haber sido dirigidas a Jacob personalmente; pero él jamás pensó, ni por un momento, en desligarse de su familia, ni en cuanto al privilegio ni en cuanto a la responsabilidad; por eso se añade. “Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos. Y levantémonos, y subamos a Bet-el” (Génesis 35:1-3). Aquí vemos que un llamado hecho a Jacob, pone toda su casa bajo una responsabilidad. Jacob fue llamado a subir a la casa de Dios, y la pregunta que se presenta de inmediato a su conciencia, es: «¿Está mi casa en un estado conveniente para responder a tal llamado?»

La casa del siervo de Dios en el libro del Éxodo

Nos remitimos ahora a los primeros capítulos del libro del Éxodo, donde vemos que tan sólo una de las cuatro objeciones de Faraón a dejar que Israel fuese plenamente liberado, se refería específicamente a los niños (Éxodo 10:8-9): “Y Moisés y Aarón volvieron a ser llamados ante Faraón, el cual les dijo: Andad, servid a Jehová vuestro Dios. ¿Quiénes son los que han de ir? Moisés respondió: Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de ir; porque es nuestra fiesta solemne para Jehová.” La razón por la cual debían tomar a los niños y a todos los que estaban con ellos, era que tenían que celebrar una fiesta solemne a Jehová. La naturaleza podía decir: «Oh, ¿qué es lo que estas criaturitas podrían comprender acerca de tal fiesta? ¿No temeríais que pudiesen hacerse formalistas?» La respuesta de Moisés es simple y decisiva: Hemos de ir con nuestros niños, etc. (v. 9) porque es nuestra fiesta solemne para Jehová.

Los padres israelitas no tenían la idea de que debían buscar una cosa para sí mismos y otra para sus hijos. No suspiraban por Canaán para ellos y por Egipto para sus hijos. ¿Cómo habrían podido nutrirse del maná del desierto o del fruto del país de la promesa, entretanto sus hijos se estuviesen alimentando de los puerros, las cebollas y los ajos de Egipto (Números 11:5)? ¡Imposible! Ni Moisés ni Aarón habrían comprendido tal manera de actuar. Ellos sentían que un llamado de Dios dirigido a ellos, era un llamado dirigido a sus hijos, y, además, si no hubieran estado plenamente convencidos de ello, tan pronto como habrían salido de Egipto por un camino, sus hijos los habrían hecho regresar por otro. Que tal habría sido el caso, Satanás bien lo sabía; por eso puso en boca de Faraón esta objeción: “No será así; id ahora vosotros los varones, y servid a Jehová” (Éxodo 10:11). Esto es precisamente lo que muchos cristianos profesantes hacen o más bien tratan de hacer en la actualidad. Profesan salir de Egipto para servir al Señor, pero dejan allí a sus niños. Profesan haber realizado el “camino de tres días” por el desierto; en otras palabras, profesan haber dejado el mundo, estar muertos al mundo, y resucitados con Cristo, como quienes poseen una vida celestial, y como herederos de una gloria celestial, la cual constituye su esperanza. Pero dejaron a sus hijos atrás, en manos de Faraón, o más bien de Satanás[2]. Han renunciado al mundo para sí mismos, pero no pudieron hacerlo para sus hijos. Por eso, en el día del Señor, ellos revisten la profesión de extranjeros y peregrinos; cantan himnos, pronuncian oraciones y enseñan principios, dando muestras de ser personas muy avanzadas en la vida celestial y que, por su experiencia real, tocan las fronteras de Canaán (en espíritu, naturalmente, ya están allí); pero ¡ay, desde el lunes por la mañana, cada uno de sus actos, cada uno de sus hábitos, cada uno de sus objetivos contradice su profesión de la víspera! Sus hijos son formados para el mundo. El alcance, el objeto y el tipo de educación[3] que reciben, así como la elección de su carrera, es de carácter totalmente mundano, en el sentido más cierto y estricto del término. Moisés y Aarón no habrían podido admitir tal manera de actuar, como tampoco un corazón moralmente sincero y una mente recta podrían comprenderlo.

Yo no debería tener para mis hijos ningún otro principio, ninguna otra porción ni ninguna otra perspectiva que la que tengo para mí mismo; ni tampoco debería prepararlos con vistas a otra cosa. Si Cristo y la gloria celestial son suficientes para mí, también lo son para ellos; pero entonces la prueba de que ellos son suficientes para mí debiera ser inequívoca. El carácter de un padre o de una madre cristianos debería ser tal que no diera lugar a la menor sombra de duda en cuanto al verdadero propósito que abriga en su alma o al objeto positivo de su corazón. ¿Qué pensaría mi hijo si le dijera que mi deseo ardiente es que sea partícipe de Cristo y del cielo, cuando, al mismo tiempo, lo educo para el mundo? ¿Qué creerá? ¿Qué es lo que ejercerá la más poderosa influencia en su corazón y en su vida: mis palabras o mis actos? Que la conciencia responda y que su respuesta sea recta y franca: que proceda de las más íntimas profundidades del alma, y que demuestre indisputablemente que la cuestión ha sido comprendida en toda su fuerza y gravedad. Creo verdaderamente que ha venido el tiempo para que los cristianos busquen actuar en la conciencia de unos a otros.

Debe ser evidente para todo hombre de oración que observa con atención el estado actual del mundo cristianizado, que éste presenta un aspecto muy enfermizo; que su tono está miserablemente bajo; en una palabra, que debe tener en sí algo radicalmente malo. En cuanto al testimonio relativo al Hijo de Dios, ¡ay, es algo que raramente, muy raramente, se tiene en cuenta! La salvación personal parece constituir, para el noventa y nueve por ciento de los cristianos profesantes, el todo de lo que les interesa, como si fuésemos dejados aquí abajo para ser salvos, y no, como salvos, para glorificar a Cristo.

Ahora bien, con afecto y también con fidelidad, quisiera preguntar a mis lectores si gran parte del fracaso en el testimonio práctico para Cristo ¿no se podría atribuir justamente al descuido del principio que hallamos implicado en estas palabras: “Tú y tu casa”? Estoy convencido de que este descuido tiene mucho que ver al respecto. Una cosa es cierta: mucho de mundanalidad, de confusión y de mal moral se ha deslizado en medio de nosotros, porque nuestros hijos han sido dejados en Egipto. Muchos que, diez, quince o veinte años atrás, tomaron en la Iglesia una posición eminente de testimonio y de servicio, y que parecían estar de todo corazón dedicados a la obra del Señor, ahora han vuelto atrás de una manera tan lamentable que no tienen la fuerza para mantener sus cabezas arriba del agua, y menos todavía para ayudar a otros a mantenerse en pie. Todo esto profiere una fuerte voz de advertencia para los padres cristianos que formaron una familia: Guardaos de dejar a vuestros hijos en Egipto. Más de un corazón de padre quebrantado, en este presente tiempo, ha quedado sumido en llantos y gemidos por no haber sido fiel en el gobierno de su casa. El tal dejó a sus niños en Egipto, en un tiempo malo de crasas ilusiones; y ahora que con una real fidelidad, tal vez, y una seria afección, se atreve a dejar deslizar unas palabras en los oídos de aquellos que han crecido a su alrededor, él no encuentra sino corazones indiferentes que hacen oídos sordos a sus advertencias, pero que se aferran con decisión y con vigor a ese Egipto en el cual él los dejó por su incredulidad e inconsecuencia. Éste es un hecho duro, cuya sola mención podría atormentar a más de un corazón; mas la verdad debe ser declarada; pues aunque pudiera herir a algunos, bien podría ser una saludable advertencia para otros[4].

La casa del siervo de Dios en el libro de Números

Pero debo proseguir con las pruebas bíblicas. En el libro de los Números, los “niños” todavía nos son presentados. Ya hemos visto que el verdadero propósito de un alma en comunión con Dios era salir con sus hijos de Egipto. Ellos debían ser sacados de allí a toda costa; pero ni la fe ni la fidelidad de los padres cristianos terminaban allí. Debemos contar con Dios no solamente para sacarlos de Egipto, sino también para introducirlos en Canaán. A este respecto, Israel falló de una manera notable, pues, cuando los espías volvieron de Canaán, el pueblo, al oír su desalentador informe, pronunció estos tristes acentos: “¿Por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?” (Números 14:3). Terribles palabras eran éstas. De hecho, no hacían sino comprobar, en lo que toca a ellos, lo que tan astuta y ruinmente el Faraón había predicho respecto de esos mismos niños: “¿Cómo os voy a dejar ir a vosotros y a vuestros niños? ¡Mirad cómo el mal está delante de vuestro rostro!” (Éxodo 10:10).

La incredulidad justifica siempre a Satanás y hace a Dios mentiroso, en tanto que la fe, por el contrario, justifica siempre a Dios y hace a Satanás mentiroso; y así como es invariablemente cierto que conforme a nuestra fe nos será hecho, también es igualmente cierto que la incredulidad cosechará lo que sembró. Así ocurrió con Israel, desdichado, a causa de su incredulidad. “Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí. Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano y juré que os haría habitar en ella; exceptuando a Caleb hijo de Jefone, y a Josué hijo de Nun. Pero a vuestros niños, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis. En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto” (v. 28-32). “Limitaron al Santo de Israel” en cuanto a sus niños (Salmo 78:41; V.M.). Era un grave pecado, y nos ha sido mencionado para nuestra instrucción.

Cuán a menudo el corazón de los padres cristianos razona sobre la manera de tratar con sus hijos, en lugar de situarse simplemente sobre el terreno de Dios respecto a ellos. Puede argüirse que «no podemos hacer cristianos de nuestros niños». Pero no se trata de eso. No somos llamados a «hacer» algo de ellos; ésta es la obra de Dios y de Dios solamente; pero si Él nos dice: «Llevad a vuestros niños con vosotros», ¿rehusaríamos obedecerle? O todavía: «Yo no querría hacer de mi hijo un formalista, ni podría hacer de él un verdadero cristiano»; mas si Dios, en su infinita gracia, me dice: «Yo considero tu casa como parte de ti mismo y, al bendecirte, la bendigo a ella.» ¿Debería yo, por incredulidad de corazón, rechazar esta bendición, bajo el pretexto del temor al formalismo o de mi imposibilidad de comunicar la verdad? ¡Dios nos guarde de semejante extravío!

Regocijémonos, más bien, con un gozo vivo y sincero, de lo que Dios nos ha bendecido con una bendición tan rica y abundante que no sólo se extiende a nosotros, sino que también alcanza a todos aquellos que nos pertenecen; y, puesto que la gracia nos ha acordado esta bendición, dejemos que la fe eche mano de ella y la apropie para nuestra familia[5].

Recordemos que el medio de probar que sabemos gozar de una bendición, es ser fieles a la responsabilidad que ella impone. Decir que cuento con Dios para llevar a mis hijos a Canaán y, al mismo tiempo, educarlos para Egipto, es una perniciosa ilusión. Mi conducta pone de manifiesto que mi profesión es una mentira, y no debería asombrarme si, en sus justas dispensaciones, Dios permite que coseche los frutos amargos de mis caminos.

La conducta es la mejor prueba de la realidad de nuestras convicciones, y, en esto, así como en todas las demás cosas, esta Palabra del Señor es solemnemente verdadera: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17). Pero a menudo queremos conocer la doctrina antes de hacer Su voluntad, y la consecuencia de ello es que somos dejados en la más profunda ignorancia. Hacer la voluntad de Dios respecto a nuestros hijos, es considerarlos tal como Dios lo hace: como parte de nosotros mismos, y educarlos en consecuencia. No es simplemente esperar que ellos más tarde se manifiesten como hijos de Dios, sino considerarlos como aquellos que ya han sido introducidos en una posición de privilegio, y tratar con ellos según este principio, en todo respecto.

Se podría concluir de los pensamientos y actos de muchos padres cristianos que, a sus ojos, sus hijos no son más que gentiles que no tienen, para el presente, ningún interés en Cristo ni ninguna relación con Dios en absoluto. Esto, seguramente, es errar terriblemente el blanco divino. No se trata aquí de la tan a menudo debatida cuestión del bautismo de los niños o de los adultos. No; se trata simple y únicamente de una cuestión de fe en el poder y en los alcances de esta palabra tan particularmente llena de gracia: “Tú y tu casa”; una palabra cuya fuerza y belleza se harán cada vez más evidentes a nosotros a medida que avancemos en este breve escrito.

En el capítulo 16 del libro de Números, v. 26-27, vemos todavía a los niños considerados como inseparablemente unidos a sus padres, y eso en una circunstancia de lo más trágicamente solemne. Y Moisés “habló a la congregación, diciendo: Apartaos ahora de las tiendas de estos hombres impíos, y no toquéis ninguna cosa suya, para que no perezcáis en todos sus pecados. Y se apartaron de las tiendas de Coré, de Datán y de Abiram en derredor; y Datán y Abiram salieron y se pusieron a las puertas de sus tiendas, con sus mujeres, sus hijos y sus pequeñuelos”. Todos estos niños descendieron vivos al abismo y los tragó la tierra, no por estar personalmente asociados a la rebelión, sino a causa de su identidad con sus padres rebeldes. Ya en bendición, ya en juicio, Dios trata a los hijos como no siendo sino uno con sus padres. Se podría preguntar: ¿Por qué? Y Dios responde en Éxodo 34:6-7: “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación.” Algunas personas podrían encontrar difícil el hecho de conciliar este pasaje con el de Ezequiel 18:20, donde se dice: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.” En este último versículo, el padre y el hijo son considerados en su propia capacidad individual y, en consecuencia, son juzgados según el estado moral de cada uno individualmente. Aquí se trata de una cuestión absolutamente personal.

La casa del siervo de Dios en el libro del Deuteronomio

A lo largo de todo el libro de Deuteronomio, los israelitas son una y otra vez enseñados por Dios a poner los mandamientos, los estatutos, los juicios y los preceptos de la ley delante de sus niños; y estos mismos niños son representados, en muchas circunstancias, como inquiriendo en la naturaleza y objeto de diversas ordenanzas e instituciones. El lector si quiere puede leer fácilmente los diversos pasajes.

Josué y su casa

Quiero pasar ahora a considerar esa tan bella declaración de Josué: “Escogeos hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Notemos que él no dijo solamente “yo”, sino “yo y mi casa”. Josué comprendía que no era suficiente que él mismo fuese personalmente puro de todo contacto con las contaminaciones y abominaciones de la idolatría; sentía, además, que tenía que velar sobre el carácter moral y sobre la condición práctica de su casa. Aunque Josué no hubiese ido a adorar a los ídolos, ¿habría sido culpable si sus hijos los hubiesen servido? Además, el testimonio de la verdad habría sido así realmente manchado tanto por la idolatría de la casa de Josué como por la idolatría de Josué mismo; y el juicio, en consecuencia, no podría haber sido evitado.

Elí y su casa

Bueno es ver esto claramente. El comienzo del primer libro de Samuel proporciona una muy solemne prueba de esta verdad: “Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (1.ºSamuel 3:11-13).

En este ejemplo vemos que cualquiera sea el carácter personal del siervo de Dios, el Señor no lo tendrá por inocente si no pone en orden su casa como corresponde. Elí debía haber reprimido a sus hijos. Era su privilegio, como lo es el nuestro, poder contar con el poder de Dios actuando con él para someter todo elemento que, en su casa, fuese por naturaleza a comprometer el testimonio que debía a Dios. Pero él no actuó en este sentido ni supo prevalerse de este poder para vencer el mal en los suyos; así pues, el fin de Elí fue un terrible juicio: porque su corazón no había sido quebrantado con motivo de su casa, su nuca fue quebrantada con motivo de la casa de Dios. Si Elí hubiera contado con Dios y actuado fielmente con Él para reprimir a sus contumaces hijos, según la santa responsabilidad que recaía sobre él, la casa de Dios nunca habría sido profanada, y el arca de Dios no habría sido tomada. En una palabra, si Elí hubiese considerado a su familia como parte de sí mismo, y hubiese hecho de ella lo que debía ser, no habría atraído sobre sí el terrible juicio de Aquel que tiene por principio no separar jamás estas palabras: “Tú y tu casa.”

¡Ay, después de este evento, cuántos padres han seguido las pisadas de Elí! ¿Cuántos padres hay que se hacen una idea totalmente falsa de la base y del carácter de sus relaciones con sus hijos, actuando hacia ellos según el principio de una indulgencia ilimitada, dejándoles hacer su propia voluntad en todo el período que va desde la infancia, pasando por la adolescencia, hasta la edad adulta? Tales padres no tienen fe para asumir el terreno divino, y les ha faltado hasta la fuerza moral necesaria para asumir el terreno humano para hacer que sus hijos los respeten y los obedezcan; y el resultado de todo esto es el más triste espectáculo de extravagante insubordinación y de insensata confusión.

El primer objeto que debe proponerse el siervo de Dios en el gobierno de su casa es rendir en ella un testimonio a la gloria de Aquel a cuya casa él mismo pertenece. Éste es realmente el verdadero terreno en el que debe actuar un padre cristiano, el verdadero principio que lo debe regir. Yo no debo procurar tener a mis hijos en orden para que me causen menos molestia o por una cuestión de conveniencia para mí, sino porque la gloria de Dios está interesada en el orden piadoso de las casas de todos aquellos que forman parte de la casa de Dios.

Nuevo anticonceptivo para hombres

Nuevo anticonceptivo para hombres

Inyección

La inyección es de testosterona y bloquea la producción de esperma.

La inyección mensual de testosterona funciona bloqueando temporalmente la producción de esperma y según los expertos podría revolucionar el control de la natalidad.

El método además es reversible y no parece provocar efectos secundarios serios afirma el estudio publicado en Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism (Revista de Endocrinología Clínica y Metabolismo).

Las pruebas clínicas en China, en las que participaron 1.045 hombres fértiles sanos de entre 20 y 45 años, mostraron que sólo uno de cada 100 participantes tuvo un hijo mientras estaban sometidos al tratamiento.

Y seis meses después de que se detuvieron las inyecciones el conteo de esperma de los participantes regresó a lo normal, dicen los científicos del Centro de Investigación Nacional de Planificación Familiar en Pekín.

¿Se la pondría? ¡Participe!

Más responsabilidad

Las organizaciones de planificación familiar han recibido la noticia de la inyección con beneplácito.

Nuestra investigación muestra que un método anticonceptivo hormonal masculino podría ser una potencial alternativa novedosa y funcional

Drr. Yi-Qun Gu

Dicen que el método podría ofrecer a las parejas más alternativas y permitir a los hombres tener una mayor responsabilidad en la anticoncepción.

"Para las parejas que no pueden o no quieren usar solamente anticonceptivos femeninos, las opciones que han tenido son la vasectomía, el condón o retirarse antes de eyacular" afirma el doctor Yi-Qun Gu, uno de los autores del estudio.

"Nuestra investigación muestra que un método anticonceptivo hormonal masculino podría ser una potencial alternativa novedosa y funcional".

Los expertos subayan, sin embargo, que es necesario llevar a cabo más investigaciones para comprobar la seguridad de la inyección.

La píldora anticonceptiva para mujeres, introducida al público en los 1960, revolucionó muchos aspectos de la vida pero también colocó en manos de las mujeres casi toda la responsabilidad reproductiva.

Desde entonces los científicos han estado buscando un método hormonal similar pero enfocado en los hombres que sea efectivo y conveniente.

Hasta ahora, sin embargo, todos los intentos han tenido problemas ya sea por su fiabilidad o por los efectos secundarios que producen, como cambios de estado de ánimo o reducción en el instinto sexual.

Mayor estudio

Inyección

Se han probado otros métodos hormonales masculinos pero no han sido efectivos.

El doctor Gu afirma que este estudio es la mayor prueba multicéntrica que se ha llevado a cabo en el mundo sobre la eficacia clínica de un anticonceptivo hormonal masculino.

Sin embargo, durante los dos años y medio que duró el ensayo cerca de 30% de los participantes se retiraron antes de completarlo -a pesar de que la inyección no parece provocar efectos secundarios- y los autores no explican por qué.

Igual que con la píldora femenina, la inyección -basada en un compuesto de undecanoato de testosterona- se centra en el uso de hormonas de detener la producción de los elementos clave del proceso de reproducción, en este caso el esperma.

Tomando en cuenta que ningún método anticonceptivo es 100% efectivo -entre 1 y 2% de mujeres que toman la píldora se embarazan- la nueva inyección podría ser tan efectiva como la píldora.

Tal como señala el doctor Gu, si las próximas pruebas para medir la seguridad del fármaco resultan exitosas el tratamiento podría estar ampliamente disponible en unos cinco años.

"A pesar de estos resultados alentadores -afirma el doctor Gu- todavía es necesario llevar a cabo más ensayos para medir la seguridad a largo plazo de este método hormonal anticonceptivo.

"Y estas pruebas deberán centrarse en la seguridad cardiovascular, la próstata y el comportamiento de los participantes", expresa el investigador.

Laurence Shaw, de la Sociedad Británica de Fertilidad afirma que "será sensacional poder disponer de un anticonceptivo masculino como éste ya que podría dar a la gente más alternativas.

"Y podría dar a los hombres una mayor responsabilidad en la toma de decisiones sobre la anticoncepción.

"Pero en el pasado ya se ha intentado probar la testosterona como método anticonceptivo. Así que habrá que esperar los resultados de pruebas más rigurosas que demuestren su seguridad", señala el funcionario.

Nuestra consagracion es mas que un dia

Ahora, todas esas consideraciones son para establecer la realidad de la identidad y dominación del Nuevo Pacto. El Sábado - y si usted no escuchó el mensaje la semana pasada usted necesita escucharlo - es inseparable del Antiguo Testamento. La característica dominante del Antiguo Pacto era la ley del sábado que fue diseñada, como le dije la semana pasada, para detener a todo el mundo de sus actividades, hacer que dejaran de hacer lo que normalmente hacían, detener las rutinas normales de la vida, sentarse y reconocer su posición ante Dios. No era simplemente un día en donde se juntaban como tuviésemos un servicio religioso y cantar algunas canciones y tener un poco de comunión. No salían de sus casas. No acudían a ningún lugar; no se congregaban con alguien sino con la familia en la casa. Y la idea no era la de congregarse. La idea era de aislamiento.

Usted no podía tomar el día sábado y convertirlo en un día donde todas las personas se reunían. Porque si usted entiende la ley del sábado, nadie puede ir allí. Ahora, ustedes tiene algunas fiestas y días festivos y todo eso que llamaban sábados donde las personas se reunían en Jerusalén, por supuesto. Pero éstos eran los días, yo creo, no sólo para la contemplación de la grandeza de Dios, sino para el reconocimiento de que no sólo sería siempre y ha sido siempre y lo es hoy en día el séptimo día para recordar que Dios creó el universo en seis días, sino primordialmente para considerar su vida siendo medida contra la ley, y ver que usted se queda corto, y estaba diseñado para producir penitencia.

Y ¿recuerda lo que le mencioné esta mañana? Es decir si usted viviese en los tiempos del Antiguo Testamento y usted se inclinaba a la ley del Antiguo Testamento, usted sería confrontado con su pecado en cada momento. Cada sábado que pasaba, usted tenía que considerar su posición ante la ley de Dios al estar en su casa, y no podía hacer nada. Cada vez que usted hacía sacrificio, cada vez que un niño nacías, la madre tenía que ir después de 40 días y hacer un sacrificio, o después de 80 días si era una niña y luego hacer sacrificio. Cada niño que nacía, cada niño, tenía que circuncidarse. Una vez más, era un símbolo del pecado. Todo en esa le echaba en cara su pecado. ¿Por qué? Porque Dios quiere que los pecadores se lleguen al reconocimiento de su necesidad y se entreguen a su misericordia. Y ese era todo el punto. Y eso era todo el fundamento del Antiguo Pacto.

Ahora, ¿qué hace hoy? ¿Qué hace hoy? Jesús dijo esto en Juan 16. Cuando el Espíritu venga: “él convencerá al mundo de pecado y de justicia y”… ¿y de qué? “de Juicio”. Esa es la función única del Espíritu Santo en el Nuevo Pacto hacer la obra de convencer. Claro, la ley de Dios necesita ser proclamada, necesita ser predicada. La ley de Dios es igual. Es aún santa, justa y buena. Puede todavía, bajo el poder del Espíritu Santo, quitar la vida al pecador. Pero no hay en el Nuevo Pacto un símbolo externo de eso. No lo ay - no hay un reino teocrático en este punto en particular. No hay nación donde exista alguna clase de símbolo nacional o acontecimiento nacional. Nada de eso existe en la iglesia. Tenemos dos ordenanzas. Una es el bautismo, y eso celebra nuestra liberación del pecado. Y la otra es la comunión, y eso celebra nuestra liberación del pecado. No tenemos ninguna ordenanza dada por Dios que celebre nuestro pecado. El Espíritu Santo hace la obra de convicción.

De esta manera el Nuevo Pacto es único como un pacto superior, exportando del Antiguo Pacto las complejidades del sábado. E introducirlas en el Nuevo Pacto confundiría el carácter del Nuevo Pacto. Simplemente agrego como una nota al pie: En ninguna parte en toda la explicación del Nuevo testamento de la nueva vida existe un mandato para guardar el domingo. Además, nunca hace el Apóstol Pablo o cualquier otro escritor del Nuevo Testamento amonesta a las personas por violar el sábado. Y no hay ninguna instrucción o cualquier cosa que nos haga decir que guardemos el sábado. ¿No asumiría usted que en una iglesia gentil, si el día sábado debía ser apegado bajo los términos del Antiguo Pacto, en algún punto ¿alguien le hubiera dicho eso a los Gentiles? Nunca se hace. De hecho, se hace lo contrario. El Concilio de Jerusalén en Hechos 15 se asegura que usted no está obligado a imponer el Sábado a los gentiles.

Nada en el Nuevo Testamento, nada en las epístolas del Nuevo Testamento, se instruye a la iglesia a ninguna adherencia al sábado. Así que cuando usted mira el Nuevo Pacto, no existe. Y si fuera central para el Nuevo Pacto, tendría que estar allí. Y si los cristianos lo violasen, sería necesario que se les dijera. Déjeme decirle: Pablo no se molesta cuando encentra a cristianos en violación de algunas de sus responsabilidades cristianas. ¿Estaría de acuerdo con eso? Sus epístolas están llenas de confrontaciones acerca del pecado. Tome 1 Corintios, por ejemplo. Quiero decir que él simplemente va uno tras otro, tras otro al acusarlos de violar lo que honra a Dios. Repetidamente. Pero nunca en algún momento discute ningún tipo de violación relacionada a cualquier obligación del sábado. No existe. Es más, con todos gentiles convirtiéndose en el ministerio de Pablo, usted supondría en algún punto que él les diría recuerden, hermanos, sabemos que no es a lo que ustedes están acostumbrados pero guardamos el día de sábado como santificado. Nunca les dice eso. Nunca. Y la razón por la que no existe es porque no es un símbolo del Nuevo Pacto. Es un símbolo del Antiguo Pacto.

Bueno, eso se trata la primera categoría cuando usted responde a la pregunta de que si el sábado entra en la iglesia en el Nuevo Pacto. La primera, usted tiene que considerar el carácter del pacto. Y vamos a ver más acerca de eso. La segunda y la tercera categoría, usted tiene que considerar cómo Jesús trató con el sábado - eso es fabuloso, simplemente fascinante - y eso lo lleva a la narración de la vida de Jesús. Simplemente le daré una pequeña pista acerca de esto.

El conflicto número uno en la vida de Jesús fue su conflicto, el conflicto continuo con Jesús y los fariseos. Y el punto de ese conflicto era cómo Jesús trató con el sábado. Así que hay muchísima información sobre el Nuevo Testamento acerca de eso. Es excitante y dramático ver a Jesús chocar con los fariseos en el asunto del sábado. Esto será para la próxima vez. Y la tercera categoría, ¿qué dice la enseñanza del Nuevo Testamento acerca del sábado? Y vamos a averiguar eso. En lo que respecta al sábado. Pablo enseñó sobre eso. Su enseñanza es más clara que el agua. Y haremos eso después la noche del domingo. Pues bien, es casi como una clase de teología ¿no es así? Espero que si - es claro para usted.

Oremos…

Padre, de nuevo cómo la Palabra, tan rica y emocionante a nosotros, y nos sentimos como si – estuviéramos construyendo una pared ladrillo por ladrillo, la pared que constituye un sólido, sólido entendimiento de tu verdad. Te damos gracias, gracias por la gloria del Nuevo Pacto. Te agradecemos que nos hayas liberado de la esclavitud de la ley y de la maldición de la ley porque Jesús fue hecho maldición por nosotros. Qué gran verdad. Gálatas 3: “Maldito todo aquel” que infringe la ley. La quebrantamos. Pero Jesús fue hecho maldición por nosotros. Tú hiciste maldición, para poder salvarnos. ¿Qué gracia maravillosa es esto? Te damos gracias por eso. Y Señor, que podamos regocijamos y alabarte y te agradezcamos por las maravillas del Nuevo Pacto. Amén.

Este mensaje fue presentado en Iglesia Grace Community en la Ciudad de Panorama, California, por John MacArthur Jr. Es transcrito de la cinta, GC 90-223, bajo el título “The Sabbath Question: The Nature of the Old Covenant”.

Transcrito por Bonnie Frankfurt de Iglesia Grace Community Tomado de Bible Bulletin Board:

Traducido por Armando Valdez

La Superioridad del Nuevo Pacto

En segundo lugar, Pablo quiere que nosotros tengamos por entendido que el Nuevo Pacto no sólo da vida, sino que provee justicia. En el versículo 7, él llama al Antiguo Pacto el “ministerio de la muerte”. Es un buen nombre para eso. Es el ministerio de muerte de la letra escrita en piedras. Y sabemos que hablamos del decálogo, los Diez Mandamientos, lo cual es el resumen del Pacto Mosaico o Sinaítico. Él dice que éste es un “ministerio de muerte”. Si tuvo cierta gloria. Si viniese con gloria, obviamente tuvo cierta gloria porque, claro está, fue la voluntad de Dios. Eso refleja la justicia de Dios. Es una ley gloriosa. Es “santo, justo y bueno”. No existe nada erróneo con ella en absoluto. Todo lo que hace es mostrar lo que está mal con nosotros. Pero si vino con gloria, tanta gloria que los hijos de Israel no podrían verle fijamente al rostro de Moisés por la gloria de su rostro, si viniese con gloria, ¿cuál gloria es? ¿El Dios del Antiguo Testamento - recuerda usted - iluminando el rostro de Moisés en el libro de Éxodo? ¿Si eso es cierto del Antiguo, cómo es en el Nuevo? Versículo 8: “¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?,” el cuál es un término llamado en el Nuevo Pacto, ¿Si el Antiguo Pacto es un asesino y así tiene gloria, pero el Nuevo Pacto da vida y tiene gloria, ¿Cuánta mayor gloria? ¿Cuánta mayor gloria? El versículo 9 resume: “Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación.”

Y esa es la gran verdad; que el Nuevo Pacto provee justicia. Y esto se lo digo a usted en esta mañana. Lo que sucede en el Nuevo Pacto es que Jesús toma la penalidad por su pecado y le otorga Su vida justa. Esa es la justicia provista en el Nuevo Pacto. Y eso es exactamente lo que le sucedió a los santos del Antiguo Testamento. Si viniesen penitentes, suplicando a Dios, creyendo en él, confiando en Dios como su única esperanza, como su único Salvador: Dios, sálvame; no puedo recurrir a nadie más; tú debes perdonarme; tú solamente me has de perdonar; me entrego yo mismo a tu misericordia y tu perdón. Y si así hacían, entonces Dios los perdonaría. Sus pecados serían entonces llevados en la cruz por Cristo, y la vida perfecta y justa de Cristo sería imputada a su cuenta. Y Dios los miraría como si vivieran esa vida perfectamente justa, que Cristo mismo aún no había vivido en el tiempo, pero la cual Dios pudo completamente aplicar aun antes de que Cristo viniese. Y la maravilla de maravillas es que el Nuevo Pacto provee lo que el Antiguo Pacto no podía. El Antiguo Pacto no podría proveer vida, y no podría proveer justicia. Todo lo que podría proveer era muerte y condenación. Es llamado en el versículo 8 - o el versículo 9 el “ministerio de condenación”.

Y más aún, podría agregar, el Nuevo Pacto es permanente. El Nuevo Pacto da vida. El Nuevo Pacto provee justicia. Y en tercer lugar, el Nuevo Pacto es permanente. Permanente. Usted nota que al final del versículo 7, nos recuerda de ese incidente con Moisés cuando él vio la gloria de Dios, y él descendió la montaña - usted recuerda - en Éxodo 33. Y dice que el rostro de Moisés mostraba gloria, pero era una gloria que pereció. Una gloria que se desvaneció. Eso es también repetido en el Versículo 10. “Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece.” Simplemente una clase interesante – una clase de analogía aquí. Moisés sube. Él ve a Dios en Éxodo 33. Él ve la gloria de Dios. Él está escondido en una roca. Puede usted leer el relato. La gloria de Dios pasa y se coloca en su cara. La gloria de Dios irradiaba de su cara. Él descendió a la montaña y fue hablar con el pueblo de Israel, quienes estaban allá abajo esperando a que viniera de regreso con la ley de Dios. Él baja y él ha visto a Dios. Y aquí está él con un rostro brillante, pero él pone un velo sobre su cara. Usted recuerda la historia. Él pone un velo sobre su cara, y a eso se refiere también en el versículo 13 aquí, porque la gloria se desvanece y él no quiere que las personas vean la gloria desvaneciéndose. Pero es una gloria que desvanece. Esto es decir que es una gloria que se disipa.

La economía Mosaica tuvo su momento en el tiempo; tuvo su lugar. Pero fue una gloria que pasó. Era gloria. Era gloria porque reflejó la voluntad de Dios. Pero no tuvo poder de salvación. No hay nada en la ley que le podría salvar. La ley no le proporcionó ayuda. La ley no le dio espacio; no le dio gracia; no le dio misericordia, y así es como no podría salvar en absoluto. Y Dios tiene un propósito de salvación. Su propósito entonces se originó y se cumplió. Pero su lugar fue un lugar que desvaneció. Se desvaneció del rostro de Moisés, lo cual es como una metáfora de su temporalidad. Tuvo gloria, Versículo 10. Pero no tiene gloria para comparar, al final de versículo 10, “con la gloria más eminente”. Esa es la gloria del Nuevo Pacto. “Lo que perece,” Versículo 11, quiere decir el Antiguo Pacto, “si tuvo gloria, pero mucho más el Nuevo Pacto” que permanece. Y esa es la permanencia de eso. Es permanente. Usted dirá ¿qué quiere decir con permanente? Siempre ha estado en su lugar. Y esto es asombroso para pensar.

¿Sabía usted que la validez del Nuevo Pacto y la aplicación del Nuevo Pacto se hizo para cualquiera en toda la historia redentora, todos los que han creído en la historia humana, donde todos son salvos mediante la aplicación del Nuevo Pacto? Nadie se salvó mediante los términos del Pacto Abrahámico, el Pacto Davídico, el pacto sacerdotal, el Pacto Noético y el Pacto Mosaico. La única forma en que las personas pudieron ser salvadas fue sobre la base del Nuevo Pacto. Es decir, todos sus pecados tuvieron que ser llevados por Jesús en la cruz, ya sea que hayan vivido antes de la cruz o después. Es lo permanente. Su gloria es permanente. Es el único pacto que salva. En el sentido de que es permanente, no es sólo expandido a todo lo largo del tiempo - todo el mundo siendo redimido por la aplicación del Nuevo Pacto – sino que es expandido sobre toda la eternidad. Porque en base al Nuevo Pacto, tenemos vida eterna.

A los judíos les gusta decir bueno, el Cristianismo es un trato retrasado. El cristianismo es una innovación. Tenemos el Antiguo Pacto. Tenemos el original. Usted tienen uno que – es un o que es herético, cuasi-judío. No. La aplicación del Nuevo Pacto llega directo hasta al tiempo de la caída. Alguien que era alguna salvo era salvo por la aplicación del Nuevo Pacto. Y todo el cielo será habitado por siempre por aquellos a quienes el Nuevo Pacto ha sido aplicado. Así es que el Nuevo Pacto da vida, provee justicia y es permanente.

En cuarto lugar, el Nuevo Pacto trae esperanza. Versículo 12: “Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza”. ¿Qué quiere decir él con eso? La sinceridad, la franqueza, el valor. Ahora eso no fue como con Moisés. Moisés puso un velo en su cara y se retiró, preocupado por la gloria que perece. Y el pueblo bajo el Antiguo Pacto, que significa que usted simplemente puede imaginarse que había una desesperanza. Es decir que espero que vaya a hacerlo. Espero referirme a eso. Usted sabe, estoy - estoy tratando de sobrecargar el lado correcto de la escala con buenas cosas y, usted sabe, asegúrese de que el balance está en ese lado. Yo - estoy tratando de mantener las ceremonias, usted sabe, hago lo mejor que puedo. Espero - escuche. Cualquier sistema de trabajo tiene esa misma mentalidad, ¿no es así? Por eso es que el pueblo católico romano no creen que usted pueda saber sino hasta que usted muera si usted la hizo o no, porque usted está siempre, siempre, siempre intentando lograr llegar, y nunca en un momento en el cual usted francamente y seguramente pueda decir por virtud de los méritos de la justicia de Jesucristo aplicado a mi vida y su muerte por mi pecado, me salvó. Usted no puede decir eso porque usted está aún trabajando para llegar allí. Eso fue cierto en el judaísmo. Así que no hubo franqueza, no hubo “atrevimiento” en nuestro lenguaje. Pero él dice que tenemos tal esperanza. Usamos un lenguaje atrevido. De hecho, puedo ponerme de pie y puedo decir que voy al cielo y yo lo sé. ¿Puede usted?

No me siento allí preocupándome y apurándome y furioso de que no la voy hacer; no voy en cierta forma a hacerlo; quiero decir que fracasé. No hice lo que debía haber hecho, y no sé si voy a hacerlo. Yo - no sé si voy a hacerlo. Esa no es la manera en que pensamos, ¿no es así? Sabemos que vamos a estar allí. Y no es porque nos hemos ganado el estar allí. Es porque Jesús llevó nuestros pecados y aplicó su justicia a nosotros. Eso - ese es el propósito de Dios. Y así, vivimos con esperanza. El Nuevo Pacto trae esperanza. El Antiguo Pacto no proveyó esperanza. No había misericordia en él. No había gracia en él. No le dio ninguna ayuda. No proveyó la capacidad. No le dio un camino para lograr llegar. Simplemente se estrelló y le aplastó en una condición de desesperación. El Nuevo Pacto da vida, provee justicia, es permanente, trae esperanza.

Número cinco, el Nuevo Pacto esta claro. Es claro. Versículo 13 y 14, el Nuevo Pacto es: “y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado.” Hace una transición pequeña de la analogía del velo en Moisés y él dice, hablando de velos - hablando de velos, Israel tiene un velo sobre su cara incluso hoy. Y se mantienen mirando el Antiguo Pacto, mirando el Antiguo Pacto, mirando el Antiguo Pacto. Usted puede mirar mucho tiempo. Y usted puede mirar y usted puede mirar y usted puede mirar, pero usted simplemente no puede encontrar salvación en él. Y está lleno de sombras, y está lleno de imágenes. Y está lleno de símbolos, y está lleno de tipos, y está lleno de misterios, todo ilustrado mediante un velo. Es disimulado. Es oscuro. Y la razón por la que es oscuro es por causa de que si “entendimiento…se embotó,” Versículo 14. Es debido a su incredulidad, realmente. No creerán en Dios y vendrán a El en Sus términos, y recibirán perdón de pecados por la gracia solamente a través de la fe solamente, a fin de que Dios les pueda aplicar el Nuevo Pacto. No vendrán en los términos de Dios y entonces, consecuentemente, su “entendimiento…se embotó” y el “velo no descubierto”. E incluso hasta este día el Versículo 15 dice: “cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos”. Y es cierto hoy. Usted va a la sinagoga en la calle, se levantan y leen la ley de Moisés, y obscurecen completamente la verdad de Dios, ¿verdad? Una salvación totalmente obscura. El velo de la incredulidad obscureció el significado del Antiguo Pacto y el significado del Nuevo Pacto igualmente.

Pero el Nuevo Pacto es más claro que el agua. Si usted simplemente viene y ve el Nuevo Pacto, nada es oscuro. Usted no tiene ninguna sombra; usted no tiene tipos; usted no tiene misterios; usted no tiene imágenes. Usted tiene a Cristo crucificado y resucitado. Y esa es la realidad. Así es que el Nuevo Pacto es superior. Da vida, provee justicia, es permanente, trae esperanza. Es claro para aquellos que lo creen. Y eso nos guía, por supuesto, al gran pensamiento central en este pasaje.

El Nuevo Pacto está centrado en Cristo. El Nuevo Pacto está centrado en Cristo. Versículo 14, mire al final del Versículo. “les queda el mismo velo no descubierto el cual por Cristo es quitado”. Usted nunca va a encontrar el mensaje hasta que venga a Cristo. Usted nunca va a ver claramente hasta que usted venga a Cristo. El pueblo judío, bendicen sus corazones, continúan considerando la ley, y nunca lo comprenden. Y el velo está sobre su rostro, porque sus mentes están endurecidas y sus corazones llenos de incredulidad y todo es oscuro. Mientras no reconozcan que la salvación sólo puede obtenerse mediante la gracia y la misericordia de Dios a través del sacrificio de Cristo, nunca van a ser capaces de comprenderla. El velo se desprende en Cristo. Y cuando el velo se desprenda - déjeme decirle algo: Usted necesariamente no querrá sostenerlo más sobre su cabeza. Usted, como un cristiano, tiene una comprensión mucho mayor del significado del Antiguo Testamento que cualquier judío inconverso. Usted lo comprende. Usted entiende - usted comprende más acerca de las realidades de la enseñanza del Antiguo Testamento que ellos. Usted bien puede no conocer el hebreo y puede conocer todos los matices pequeños y trasfondos históricos y todo eso. Pero usted comprende el propósito del Pacto Mosaico. Usted comprende todo eso. Y usted tiene por entendido que las promesas del Pacto Abrahamico, las promesas del Pacto Davídico, van a suceder sólo en los términos del Nuevo Pacto. Ellos comprenden eso. Dirían obviamente, los gentiles no comprenden a los judíos. Dirían que no estamos al tanto de los aspectos profundos del Antiguo Testamento.

Recuerdo hablar con un Rabí una vez en Hollywood, y discutíamos algo acerca del texto en el Antiguo Testamento Hebreo, y estaba yo en un cierto nivel mayor en mi hebreo a como lo estoy ahora. Y así es que tuve ocasión de usarlo algunas veces. Y él me preguntó acerca del Antiguo Testamento, y comencé a desplegar el entendimiento del Antiguo Testamento. Y en una oportunidad él se detuvo y dijo: ¿Cómo sabe usted, una persona gentil, esto? Dije: No sólo sé eso, sé mucho más, porque todo ha sido interpretado para mí por el máximo Rabí que alguna vez haya vivido, el Señor Jesucristo que, en el Nuevo Pacto, abrió todo el significado del Antiguo Pacto. Usted no aceptará el Nuevo Pacto; el velo está sobre sus ojos respecto al Antiguo Pacto. Esto es cierto. Ahora no vaya usted a dirigirse hasta la sinagoga allá abajo. Pero usted sabe que es algo triste. No es nada por el cual regocijarnos; es sólo la realidad.

Tanto el Antiguo como el Nuevo Pacto - escuche - son comprensibles para aquellos en Cristo. Ni el Antiguo pacto o el Nuevo Pacto es comprensible para aquellos fuera de Cristo. Porque sólo por la fe en Cristo les es quitado el velo. Pero Cristo es central para el Nuevo Pacto. Usted viene a Cristo; usted recibe a Cristo, y usted comprende todo. Bajemos hasta el versículo 16. “Pero cuando se conviertan al Señor”, ¿qué sucede? ¿El velo es qué? “se quitará.” Usted no puede comprender el Antiguo Pacto, usted aun no puede comprender el Antiguo Testamento, si usted no cree en el Nuevo. Baje hasta el versículo 18. Esto es realmente asombroso.

Algunos de ustedes que están sentados allí dicen bien, soy un nuevo cristiano, no sé si pudiese ser incluido en eso. Bravo, usted puede, las primeras tres palabras del versículo 18. “Por tanto, nosotros todos” - que clase de cara – “descubierta”. Todos nosotros tenemos una cara descubierta. Ahora, no todos sabemos todo acerca del Antiguo Testamento hasta que nos metamos en él un poco. Pero sabemos el propósito de la ley de llevarnos al punto de nuestro pecado y nuestra penitencia y a abrazar a Cristo. Se nos quita el velo. Y aquí estamos, los cristianos, todos nosotros habiendo venido a Cristo. El velo se va y miramos en espejo - en este caso probablemente un metal claro y pulido espejo con una visión despejada y evidente. Quiero decir que estamos mirando correctamente en eso y nosotros vemos la gloria del Señor. Vemos la gloria de Cristo. Y cuándo el velo viene y usted ve la gloria de Cristo, ¿qué sucede? Usted se vuelve transformado en la misma imagen de un nivel de gloria al siguiente y al siguiente. Y eso está siendo hecho por el Señor el Espíritu Santo. Qué versículo tan tremendo. Escribí un libro sobre ese solo versículo una vez, un pequeño libro sobre mi versículo favorito. Ese fue el mismo que escogí. Hmm.

Aquí estamos como cristianos. Y comprendemos el Antiguo Pacto; comprendemos el Nuevo Pacto; El velo es quitado. Y estamos mirando claramente, un claro espejo en la cara de Jesucristo. Y Cristo es el revelador. Y como hacemos eso, el Espíritu Santo se convierte en el transformador, y nos mueve de un nivel de gloria al siguiente nivel de gloria y al siguiente. Eso es lo que indica eso. Y es casi el lenguaje hebreo clásico: “De gloria en gloria en gloria”. Estamos siendo transformados por el Espíritu Santo en la misma imagen de Jesucristo. Entonces este - texto tiene mucha importancia para nosotros. Porque si usted va a comprender el Nuevo Pacto, usted tiene que tener por entendido que es muy diferente del Antiguo Pacto. Es un pacto que salva. El Pacto Mosaico, el Pacto Sinaítico o, como lo llamo, el Antiguo Pacto, no es un pacto que salva. No hay nada en ello que pueda salvar. La única cosa que quita el velo es Cristo. Cristo es el Nuevo Pacto. Viniendo a la fe en Cristo es venir a una relación del Nuevo Pacto con Dios.

Ahora, permítame resumir lo que hemos aprendido, ¿si? El Antiguo Pacto estaba escrito con tinta. El Nuevo Pacto está escrito con el Espíritu. El Antiguo Pacto estaba escrito en tablas de piedra. El Nuevo Pacto está escrito en el corazón. El Antiguo Pacto era inadecuado. El Nuevo Pacto nos ha hecho siervos adecuados. El Antiguo Pacto es de la letra. El Nuevo Pacto es del espíritu. El Antiguo Pacto mata. El Nuevo Pacto da vida. El Antiguo Pacto es un ministerio de muerte. El Nuevo Pacto es un ministerio del espíritu. El Antiguo Pacto vino con gloria. El Nuevo Pacto está lleno de gloria. El Antiguo Pacto es un ministerio de condenación. El Nuevo Pacto es un ministerio de justicia. El Antiguo Pacto, la gloria se desvanece. El Nuevo Pacto, la gloria es permanente. El Antiguo Pacto pone un velo sobre la cara y no es quitado. El Nuevo Pacto quita el velo, y la visión de Cristo es más clara que el agua. El Antiguo Pacto es esclavitud. El Nuevo Pacto es libertad. El Antiguo Pacto es incapaz de cambiar el corazón. El Nuevo Pacto nos transforma de un nivel de gloria al siguiente por el poder del Espíritu formándonos a la misma imagen de Cristo.

Ahora ¿qué esta diciendo Pablo aquí? Él esencialmente dice que las personas con el velo sobre sus caras son aquellas que aceptan el Antiguo Pacto. Y las personas con sin el velo de sus caras son las personas que aceptan el Nuevo Pacto. Tenemos un Nuevo Pacto.

La pregunta es que puesto que el sábado, como lo vimos la última vez, es tan intrínseco como una señal del Antiguo Pacto, ¿cómo podemos extraer esto e importarlo caprichosamente dentro del Nuevo Pacto? Los cual es esencialmente lo que haríamos si quisiésemos mezclar la ley del sábado en ello. No tenemos que ningún mandamiento que nos diga que deberíamos circuncidar a cada hombre que se convierte en cristiano. Esa era otra señal del Antiguo Pacto: la circuncisión. ¿Por qué entonces extraeremos la misma ley compleja del sábado la cual incluía cada séptimo día, pero que también incluías una larga lista de festividades y días festivos? ¿Por qué extraeremos las complejidades de toda esa ley del sábado, la cuál era también una señal? No era moral en sí. Dejamos la circuncisión allí. No hay razón para extraer la ley del sábado del Antiguo Pacto e inyectarla en el nuevo.

Ahora, si tuviésemos tiempo, podríamos ir al libro de Hebreos. Usted sólo podría regresar allí por un momento. No voy a hacerle que vea un montón de cosas, sino simplemente Hebreos por un momento. Hebreos fue escrita a algunos cristianos judíos, ¿verdad? Estaban en un algún lugar difícil. Es muy improbable que estuviesen en Jerusalén. No sabemos dónde estaban, pero estaban alguna clase de Diáspora; fueron esparcidos. Estaban lejos del templo; estaban lejos del lugar santo, lo cuál era una parte de la tela de su adoración. Y estaban en una comunidad judía y teniendo mucha presión. Habían aceptado al Mesías y, por supuesto, el Mesías fue rechazado por Israel. Así es que tenían una buena cantidad de estrés. Probablemente no tenían permiso de ir a la sinagoga más, así que había ciertas consecuencias sociales. Jesús dijo que él vino a traer espada en la familia y a dividir a los miembros de la familia, lo cuál es exactamente lo qué sucedió cuando un judío en una familia creía en Cristo y era separado de la familia. Así es que estos judíos que recibieron la carta a los Hebreos estaban fuera de Jerusalén, fuera de aquello que había sido una parte de la tradición de sus vidas. Fueron también separados de su sinagoga, lo cual era el centro social de su vida. También separados de la familia y tal vez, en muchos casos, habían perdido sus trabajos y perdido su posición en la comunidad. No era fácil. Y había esa clase de presión de regresar lo de antes. Y así a todo lo largo del libro de Hebreos hay una advertencia acerca de eso; no regresen, no regresen, no regresen.

Y la manera en que el escritor de Hebreos desarrolla esa advertencia es mediante una secuencia de cosas. Él dice que el Nuevo Pacto es una mejor revelación de verdad. Él dice que Jesús, el centro del Nuevo Pacto, es mejor que los ángeles que trajeron el Antiguo Pacto. Él dice que Jesús es mayor y posee una mayor gloria que Moisés, quien fue muy identificado con el Antiguo Pacto. En Hebreos 6 él dice que el Nuevo Pacto da una “esperanza mucho mayor” que el Antiguo Pacto. En Hebreos 7 que él dice el Nuevo Pacto trae una “mayor garantía en Cristo” que cualquier cosa en el Antiguo Pacto. En Hebreos 8 él dice que el Nuevo Pacto tiene un “ministerio más excelente”. En el Capítulo 8, versículo 6 dice que el Nuevo Pacto tiene a un mejor “mediador”. En el Capítulo 8, versículo 6 él dice que el Nuevo Pacto se forja en “mejores promesas”. En el Capítulo 9 dice que el Nuevo Pacto se basa en un “mejor sacrificio”. En Hebreos 11 dice que promete un “mejor ciudad”. Provee una “mejor resurrección”. Nos da en todos los aspectos “algo mejor”. No regresen; no se aferren. Suelten eso. Usted tiene algo mucho mejor.