lunes, 11 de mayo de 2009

El Emperador romano que la Biblia menciona


EL EMPERADOR CLAUDIO Y LOS CRISTIANOS

Abundando  sobre el "Decreto de Nazaret": es posible que ese decreto por el cual el emperador Claudio ordenaba castigar a aquellos que profanaban y robaban los cuerpos de las tumbas, fuera dado específicamente en respuesta a la predicación cristiana de la Resurrección, y a petición de los dirigentes judíos, quienes según el Evangelio de Mateo (18:11-15) desde el primer momento acusaron a los apóstoles de haber sustraído de la tumba el cuerpo de Cristo.
Es significativo que una de esas placas grabadas con el decreto haya sido encontrada en Nazaret, a la cual se consideraba la patria del Maestro, lo cual a la vez desmiente a aquellos escépticos que afirman que la aldea de Nazaret surgió siglos después del nacimiento de Jesús (aunque algunos consideran que no se puede afirmar a ciencia cierta que el objeto fuese hallado en Nazaret, sino que simplemente fue remitido desde allí hacia Francia, en 1878, no habiéndose precisado en qué lugar exactamente fue hallado).
Hay algunas cosas que llaman la atención en ese decreto. Por ejemplo ¿podría un emperador romano hacerse eco de solicitudes de ese tipo, más aun tratándose de judíos? Pues según lo que sabemos de Claudio, sin duda alguna: los historiadores romanos cuentan que Claudio era la burla de la gente, por sus edictos donde hablaba de todo tipo de cosas, como los eclipses, la conservación del vino, los remedios contra mordeduras de víboras. Un emperador que no dejaba escapar detalles mínimos al momento de redactar edictos.
Pero aparte del “Decreto de Nazaret” existen otros indicios que nos permiten conjeturar una posible relación entre Claudio y los cristianos.


“CIERTO CRESTOS” 

La fecha aproximada del “Decreto de Nazaret” (no antes del 50 después de Cristo), coincide al parecer con un incidente interesante relatado por Suetonio en su “Vida de los Doce Césares”:
“Judaeos impulsore Chresto assidue tumultuantes Roma expulit” (“Como los judíos se sublevaban continuamente a instigación de cierto Crestos, (Claudio) los expulsó de Roma”). (Claudio, XXV, 4).
Este testimonio de Suetonio es conocido tradicionalmente como “Impulsore Chresto”.
Esta expulsión de los judíos de Roma, según parece, es la misma relatada en el libro de Hechos 18, 1-2:
“Después de estas cosas, Pablo salió de Atenas y fue a Corinto. Y halló a un judío llamado Aquila, natural del Ponto, recién venido de Italia con Priscila, su mujer, por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos salieran de Roma”
En cuanto a la fecha de este suceso: según los datos del libro de Hechos, ese encuentro entre Pablo y Aquila no debe ser posterior al año 50 (la cronología del libro de Hechos es un tema por cierto que debe merecer un tema aparte). El historiador Orosio (VII, 6, 15) afirma que tuvo lugar en el noveno año del reinado de Claudio, es decir el año 49 d. C. pero al ser Orosio un historiador muy posterior, del siglo V, su dato no podría ser muy confiable. Lo inquietante del asunto es que un suceso como ese no sea mencionado ni por Josefo, ni por Tácito. ¿Se trataría en realidad de una medida que abarcó solo a una proporción mínima de judíos indeseables, y que por lo tanto pasó desapercibida para tales historiadores? Pues imposible saberlo ahora.
Otro historiador grecorromano, Dion Casio, en su Historia Romana (LX, 6, 6), sitúa en el año 41 otra medida antijudaica de Claudio, que se diferencia de la que relata Suetonio y la Biblia: no se trató de una expulsión de judíos de Roma, sino de una prohibición de sus reuniones, pues hubiera sido difícil expulsarlos de la ciudad sin causar un tumulto. Se calcula que los judíos de Roma, antes del año 70, bordearían los 20,000.
Sea como fuese, parece que la expulsión no se debió a una causa grave, por lo que fue sin duda revocada muy pronto, y pudieron regresar a Roma. Cuando Pablo visitó Roma hacia el año 61, existía allí una comunidad judía floreciente.
Se ha discutido también si el Crestos (Chrestus) mencionado por Suetonio pueda equivaler a Cristo (Christus), hecho plausible si se tiene en cuenta el fenómeno lingüístico del itacismo, por lo cual la “e” era pronunciada como “i”. De ser así Suetonio nos estaría dando noticias de Jesucristo, aunque creyendo equivocadamente que aún vivía en tiempos de Claudio, lo cual se entiende pues no debería conocer muy bien la génesis del movimiento cristiano: su fuente tal vez eran los rumores de que en aquel tiempo, el nombre de Cristo era ya motivo de disputas dentro de la comunidad judía, entre judíos ortodoxos y cristianos (recordemos los enfrentamientos entre los dirigentes judíos de la diáspora y Pablo cuando éste predicaba en las ciudades del mundo grecolatino). Al parecer Suetonio creyó que Cristo era un judío de nombre griego que causaba alborotos en Roma en tiempos de Claudio, sin sospechar que en realidad era la “piedra del escándalo” que motivaba las disputas entre judíos y cristianos (éstos últimos aún no eran diferenciados por los romanos, quienes debían verlos entonces como una secta más del judaísmo). En contra de esta teoría, está el hecho que no existe indicio alguno en la Epístola a los Romanos (que Pablo envía entre los años 57 y 58 ) de que hubiese habido algún conflicto entre judíos y cristianos en Roma, y cuando Pablo visita por primera vez a Roma los líderes judíos manifestaron no conocer personalmente a la secta de los cristianos, como ellos la denominaban (Hch. 28.22).
Otros especialistas consideran que Suetonio estaba en capacidad de diferenciar Cristo (título convertido ya en su tiempo en nombre propio de Jesús y origen del apelativo de “cristianos”), de Crestos (un nombre griego de raíz distinta). El “cierto Crestos”, tal como lo presenta Suetonio, en realidad se trataría de uno de los tantos judíos revoltosos de su tiempo, y que tenía un nombre griego, al igual que muchos otros judíos de la diáspora; en contra de esta teoría está el hecho que en los epitafios de las catacumbas hebreas de Roma no aparece nunca el nombre de Crestos. En todo caso no sería un nombre común entre los judíos ¿se trataría entonces de un pagano incitador de judíos?
Existen por cierto más teorías: el tal Crestos sería un judío que se autoproclamó como el Mesías o el Cristo en plena capital del imperio (y que Suetonio confundió como nombre propio), pues el mesianismo judío estaba entonces muy en boga, según lo cuenta Josefo. O tal vez sería un líder cristiano de nombre Cresto, radicado en Roma y posiblemente citado en una de las epístolas de Pablo:
“…porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice “Yo soy de Pablo”, “Yo de Apolos”, “Yo, de Cefas” o “Yo, de Cristo”. ¿Acaso está dividido Cristo?” 1 Cor. 1, 11-12.
Según algunos, “Yo, de Cristo”, debería traducirse: “Yo, de Cresto” y el texto tendría más sentido, pues un cristiano bien se podría considerar seguidor de cualquiera de los maestros aludidos (Pablo, Apolos, Cefas o Pedro), pero todos indistintamente deberían considerar como cabeza a Cristo: no se podría pues mencionarse a Jesús como si fuese la cabeza de un bando más. Muy interesante también el pasaje, pues nos informa que ya se notaban diferencias y banderías entre los primeros cristianos. Esa primera carta a los corintios fue escrita hacia los años 53-54, pocos años después de la fecha que tradicionalmente se fija el incidente de Crestos en Roma, es decir hacia 49-50. Sin embargo, no se puede especular más sobre este posible Cresto cristiano, al no haber más indicios en que basarnos. 


CLAUDIO Y LAS REYERTAS ENTRE JUDÍOS Y PAGANOS DE ALEJANDRÍA 

Sabemos también que desde el comienzo de su reinado (año 41), Claudio tuvo que arbitrar en las reyertas sangrientas entre griegos y judíos de Alejandría. Sucedía que los paganos no respetaban los derechos de los judíos de practicar libremente sus costumbres y religión, derechos y privilegios que los judíos habían obtenido del poder político en el transcurso de los siglos de convivencia en la ciudad. Y es que los llamados “judíos alejandrinos”, conformaban una colonia muy importante en Alejandría, concentrada en la zona oriental, pero con centros de cultos en todos los rincones de la metrópoli (Filón, Legatio ad Gaium, 132). Basta imaginar la magnitud de la colonia judía, que una sinagoga era tan grande que debía usar banderas para indicar el amén (Talmud Babilónico, Sukkah 51b).
En época del anterior emperador, Calígula, ya habían ocurrido varios choques entre las comunidades judía y pagana de la ciudad, teniendo su punto álgido en el pogromo del año 38. Calígula, el emperador demente, ni siquiera prestó atención a la embajada de los judíos alejandrinos que muy respetuosamente fueron a solicitarle audiencia (tal como lo relata Filón el judío, quien formó parte de dicha embajada). Y peor aún, quiso obligar a los judíos a que le reverenciaran como dios, lo que equivalía a hacerlos abjurar de su religión ancestral. Todo lo cual es prueba de que el antijudaísmo estaba muy arraigado por entonces, y no fue un invento de los cristianos, como algunos ignorantes de porquería suponen. Con la ascensión de Claudio, los judíos retomaron el aliento y volvieron a las armas. Dos delegaciones alejandrinas partieron entonces en busca del emperador. En respuesta, el emperador envío una carta a los alejandrinos, invocándoles a ambas partes a tolerarse mutuamente (carta cuyo texto se ha conservado escrito en un rollo de papiro).
En dicha carta, escrita en octubre del año 41 y que fuera publicada en 1924 (H. I. Bell, Jews and christians in Egypt, 1924) Claudio empieza diciendo que "aunque estoy muy enojado con los que fomentaron el conflicto, no voy a indagar a fondo sobre quienes fueron los responsables de la reyerta -debería decir mejor guerra- con los judíos. Pero os voy a decir lo siguiente de una vez para siempre: si no dejáis de pelearos unos con otros, me veré obligado a demostraros lo que puede hacer un emperador, aunque benigno, cuando se le presentan buenos motivos para enfadarse". Luego pide a los alejandrinos que no interfieran en las costumbres de los judíos, pero a éstos, a su vez, les pide no entrometerse en los juegos ni en otros aspectos de la vida de la sociedad pagana que los rodeaba, ni tampoco intentasen aumentar su número, invitando a venir a la ciudad a judíos sirios o del resto de Egipto. Y concluye:"Si no se comportan así, los castigaré como a gente que esparce por todo el mundo una epidemia".
Josefo en sus Antigüedades de los judíos (XIX, 5, 2-3) también menciona los problemas entre judíos y griegos de Alejandría y transcribe dos edictos del emperador Claudio a favor de los judíos alejandrinos y de los judíos del mundo, respectivamente, aunque al comparárselas con la carta del año 41 (de autenticidad comprobada), no parecen ser muy auténticos.

Algunos han querido identificar como cristianos a aquellos “judíos sirios”, que hace referencia la carta de Claudio como venidos desde Siria para provocar alborotos en Alejandría. Pero nada sabemos con certeza del origen de la Iglesia alejandrina, como para poder hacer una identificación de ese tipo. La tradición atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría al evangelista Marcos. En el libro de Hechos se menciona también a un judío alejandrino llamado Apolos, elocuente predicador y “poderoso en las Escrituras” (Hch. 18.24) quien llegaría a convertirse en una importante figura de la iglesia apostólica. Sin embargo, no tenía un conocimiento muy perfecto sobre el cristianismo (“sólo conocía el bautismo de Juan”), por lo que debió ser instruido apropiadamente por Priscila y Aquila (la pareja de judíos expulsados de Roma y convertidos por Pablo al cristianismo). Esto nos puede hacer pensar que hacia la década del 40-50 el cristianismo aun no había arraigado con la suficiente fuerza en Alejandría y por lo tanto era imposible que el emperador Claudio aludiera a los cristianos en su carta del año 41. Por lo demás, el espacio de tiempo entre la crucifixión de Cristo (33) y el año 41 parece muy corto como para pensar en que ya había una comunidad cristiana densa en Alejandría.
A propósito de ello, se ha especulado la razón por lo que el cristianismo tardó mucho en producir sus frutos en Alejandría. Sabemos que la intelectualidad judía de Alejandría estaba muy influida de la cultura griega – no en vano era la patria del filósofo judío Filón (siglo I), quizás el primer erudito que intentó armonizar las Escrituras Hebreas con la filosofía griega, y el primer exponente importante de la exégesis alegórica de la Escritura. Se ha sugerido que el judaísmo alejandrino había filosofado a tal punto sobre la esperanza mesiánica, que el primer período de la predicación cristiana en la ciudad no tuvo mayor acogida entre los judíos y gentiles en general. Solo algún tiempo después pueden detectarse los primeros frutos de la evangelización, aunque cuando se analiza el cristianismo primitivo de Alejandría, es innegable su deuda que tiene con el judaísmo alejandrino. El celo misionero, la exégesis alegórica, la aplicación al comentario bíblico y la pasión por la síntesis intelectual que a veces causa estragos en la doctrina, son comunes a ambos. Y ello no debe estrechar pues sin duda que los primeros conversos fueron individuos formados en el seno de ese judaísmo tan peculiar de Alejandría.

EL HAMBRE BAJO EL REINADO DE CLAUDIO 

El libro de Hechos (11:28 ) también menciona a Claudio como el emperador bajo cuyo reinado ocurrió una hambruna que asoló Palestina.
“Por aquellos días bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Ágabo, movido por el Espíritu, se levantó y profetizó que vendría una gran hambre sobre toda la tierra, la que hubo en tiempo de Claudio.Los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada uno, para los hermanos que vivían en Judea. Así lo hicieron y se los enviaron a los presbíteros por medio de Bernabé y de Saulo”. (Hch. 11: 27-30)
Josefo coincide con el escritor bíblico, pues cuenta cómo Elena, reina de Adiabene (país al este del Tigris) y madre de Izates, convertida al judaísmo, llega a Jerusalén justo cuando empieza la hambruna, y manda a varios de sus hombres a comprar trigo a Alejandría para remediar la apremiante necesidad del momento.
“Su llegada (de Elena) resultó sumamente provechosa y útil para los habitantes de Jerusalén. En efecto, como el hambre asolara en aquel preciso momento su ciudad y gran número de ellos estuvieran a punto de perecer por falta de recursos económicos, la reina Elena envió a algunos de sus hombres, uno a Alejandría a invertir allí grandes sumas de dinero en la compra de trigo, y otros a Chipre a traer un cargamento de higos pasos".(Antigüedades judías XX, 2, 5).
Tácito, Suetonio y Dión Casio mencionan también hambres en el imperio romano durante el reinado de Claudio. En algunos papiros egipcios desenterrados del desierto, se registra el alto precio que alcanzó el trigo en esa época.
Este suceso, durante la cual la empobrecida iglesia de Jerusalén sufrió mucho, no se puede fechar con exactitud. Dión Casio la ubica en el segundo año del reinado de Claudio (42/43 d.C.). Josefo no da una fecha exacta pero sitúa el suceso bajo las gobernaciones de Fado y Alejandro, los dos procuradores de Judea que sucedieron al rey Herodes Agripa I, que falleció en el año 44. Aunque el período en que estuvieron en el cargo no se puede fijar con precisión, varias evidencias históricas hacen muy probable que el período de Alejandro terminara en el 48. Por ello, el hambre debió ocurrir entre el 44 y el 48. 


OTRA REFERENCIA MÁS SOBRE CLAUDIO EN EL LIBRO DE HECHOS

En Hechos 17:7, se hace también una referencia a los "decretos de César" que en este caso se refiere a Claudio (en ese entonces César era todavía el nombre común de los emperadores de la familia Julia, que luego se convertiría en título). La alusión está enmarcada en el relato del alboroto que los judíos de Tesalónica armaron en contra Pablo, acusándolo ante las autoridades locales de trastornar el mundo entero afirmando que existe otro rey, Jesús, todo lo cual según ellos, contravenía “los decretos del César”. El emperador Claudio habría dado una serie de decretos por los cuales se proponía contener el origen de las revueltas en las que participaban judíos o sus simpatizantes, esto es, el mesianismo político subversivo. Uno de aquello dispositivos sería el decreto de Nazaret.

Sin embargo, sabemos que por entonces los detractores del cristianismo no tuvieron mucho eco ante las autoridades romanas, hecho que se verá más nítidamente en Hch. 18:12-16, cuando se acuse a Pablo ante Galión, el procónsul de Acaya (hacia el año 51-52). Todavía el cristianismo no había sido puesto fuera de la ley, por lo que se expandía sin mayor problema por el mundo grecolatino bajo los esfuerzos del apóstol de los gentiles. El decreto de Nazaret solo habría respondido a un pedido específico de la elite judía, pero no obedecería a un plan mayor para contener la expansión del cristianismo. Como decía Galión, las acusaciones de los judíos hacia los cristianos solo se verían entonces como cuestiones de nombres y creencias religiosas, que no merecían la atención de la autoridad romana. Cuando estalló la persecución neroniana (años 64-68 ), la comunidad cristiana de Roma sería recién lo suficiente numerosa como para acusarla de un crimen mayor, el incendio de Roma. 

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