lunes, 11 de mayo de 2009

El Capote de Pablo condena a "prosperos"


El Capote de Pablo

Pablo, Su Capote y Sus Libros

 "Trae, cuando vengas, 

el capote que dejé en Troas

en casa de Carpo, y los libros, 

mayormente los pergaminos." 
2 Timoteo 4: 13.


por Charles Haddon Spurgeon

Los necios han hecho comentarios sobre los pequeños detalles de la Escritura. Se han sorprendido de que un asunto tan nimio como un capote deba ser mencionado en un libro inspirado; pero deberían saber que esta es una de las múltiples indicaciones de que el libro fue escrito por el mismo autor que escribió el libro de la naturaleza.

¿Acaso no hay cosas en el volumen de la creación que nos circunda, que nuestra corta vista llamaría nimiedades? ¿Cuál es el valor peculiar de las margaritas en la floresta, o de los botones de oro en los prados? ¡Si los comparamos con el mar agitado, o con las eternas colinas, cuán insignificantes nos parecen!

¿Por qué tiene el colibrí un plumaje tan maravillosamente enjoyado y por qué es derrochada tanta destreza maravillosa en el ala de una mariposa? ¿Por qué hay tal curiosa maquinaria en la pata de una mosca, o tal incomparable complejidad óptica en el ojo de una araña? Puesto que para la mayoría de los hombres estas son nimiedades, ¿habrían de quedar fuera de los planes de la naturaleza?

No; porque la grandeza de la destreza divina es tan visible en lo diminuto como en lo grandioso: y de igual manera sucede en la Santa Escritura: las cosas pequeñitas conservadas en el ámbar de la inspiración, están muy lejos de ser inapropiadas o innecesarias.

Además, ¿no hay nimiedades en la providencia? No sucede cada día que una nación sea desgarrada por una revolución, o que un trono sea sacudido por una rebelión: con mayor frecuencia el nido de un pájaro es destruido por un niño, o un hormiguero es tumbado por un azadón. No sucede cada hora que un torrente inunde una provincia, pero, ¿con cuánta frecuencia humedecen las gotas de rocío las verdes hojas? No leemos a menudo acerca de huracanes, tornados, y terremotos, pero los anales de la providencia podrían revelar la historia de muchos granos de polvo transportados por el fuerte viento del verano, muchas hojas marchitas arrancadas a los álamos, y muchos juncos meciéndose a orillas del río. Por lo tanto aprendan a ver en las pequeñeces de la Biblia, al Dios de la providencia y de la naturaleza.

Observen dos cuadros, y detectarán, si tienen cualidades artísticas, ciertos detalles minúsculos que revelan la misma autoría si provinieran de la misma mano; a menudo la propia pequeñez, para el ojo artístico, delatará al pintor más seguramente que los brochazos más prominentes, que pudieran ser falsificados con mucha mayor facilidad.

Los expertos detectan los rasgos 
de la escritura de una persona 
por un ligero temblor en los trazos ascendentes,
el giro de la impresión final, un punto, la virgulilla
de la letra t, o asuntos más detallados.


¿No podemos ver la escritura legible del Dios de la naturaleza y de la providencia en el propio hecho que las sublimidades de la revelación están entremezcladas con comentarios caseros y cotidianos? Pero después de todo no son trivialidades. Me atrevo a decir que mi texto contiene mucha instrucción espiritual.

Confío que este capote caliente sus corazones esta mañana, que estos libros los instruyan, y que el propio apóstol sea para ustedes un ejemplo de heroísmo, apropiado para motivar sus mentes para que lo imiten.

I. Primero, VEAMOS ESTE MEMORABLE CAPOTE que Pablo dejó con Carpo en Troas. Troas era una muy importante ciudad portuaria de Asia Menor. Muy probablemente Pablo fue detenido en Troas en la segunda ocasión en que fue llevado ante el emperador romano. Los soldados usualmente se apropiaban de los vestidos sobrantes que poseía la persona que era arrestada, y tales objetos eran considerados como propinas para los que efectuaban el arresto.

El apóstol pudo haber sido prevenido de su arresto, y por eso, prudentemente, encargó sus pocos libros y su capa, que constituían todo su menaje de casa, al cuidado de un cierto hombre honesto llamado Carpo. Aunque Troas estaba a seiscientas millas sobradas de camino de Roma, el apóstol Pablo es demasiado pobre para comprar un vestido y así solicita a Timoteo, que venía en esa dirección, que traiga su capote. Lo necesita mucho, pues el crudo invierno se aproxima, y el calabozo es muy, muy frío.

Este es un breve detalle de las circunstancias. Ciertos comentaristas estudiosos han llenado páginas enteras tratando de descubrir qué tipo de capote era; pero como nosotros no sabemos absolutamente nada al respecto, les dejaremos este asunto, creyendo que saben lo mismo que nosotros, pero nada más.

1. Pero, ¿qué nos enseña el capote? Hay cinco o seis lecciones incluidas allí. La primera es: hemos de percibir aquí con admiración, la completa abnegación del apóstol Pablo por amor al Señor. Recuerden, mis queridos amigos, lo que el apóstol fue una vez. Pablo era eminente, famoso, y rico. Había sido instruido a los pies de Gamaliel. Era tan celoso entre sus hermanos que no podía sino inspirar el sincero respeto de ellos. Iba acompañado por un grupo de soldados cuando fue de Jerusalén a Damasco. Yo no sé si el caballo que montaba era suyo, pero debe de haber sido un hombre de importancia puesto que se le destinó a una plaza muy importante en asuntos religiosos. Pablo era un hombre de buena posición en la sociedad, y sin duda, cualquier persona que viera al joven Saulo de Tarso habría dicho: "se convertirá en un hombre eminente; cuenta con todas las oportunidades en la vida; tiene una educación liberal, un temperamento celoso, abundantes dones, y la estimación general de los gobernantes judíos; será un hombre grandioso."

Pero cuando el Señor se encontró con él aquel día en el camino a Damasco, ¡cómo cambió todo para Pablo! Entonces pudo decir en verdad:

"Pero cuantas cosas eran para mí ganancia,
las he estimado como pérdida 
por amor de Cristo.
 


Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él."

Comienza a predicar y su carácter es cambiado. Ahora, nada es demasiado malo para Pablo entre sus asociados judíos. "Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva," fue la expresión exacta del sentimiento judío hacia él. Pablo continúa sus labores, y pierde su riqueza: la ha esparcido entre los pobres, o ha sido secuestrada por sus amigos. Viaja de un lugar a otro sacrificando no pocas comodidades. La esposa a la que probablemente estuvo unido -pues ningún hombre soltero podía votar en el Sanedrín como lo hizo Pablo en contra de Esteban- cayó enferma y murió, y el apóstol prefería ahora una vida de soltero, para poder entregarse enteramente a su obra.

Si hubiera tenido esperanza en este mundo solamente, habría sido el más miserable de todos los hombres. Con el paso del tiempo ha encanecido y ahora los propios hombres que le debían su conversión lo han abandonado. Cuando llegó por primera vez a Roma estuvieron a su lado, pero ahora todos se han ido como las hojas en el invierno, y el pobre anciano, "siendo como soy, Pablo ya anciano," está sin nada en el mundo que pueda llamar propiedad suya sino un viejo capote y unos cuantos libros, y todo eso está a seiscientas millas de distancia.

¡Ah, cómo se vació y a qué extremo de pobreza estaba dispuesto a caer por amor al nombre de Cristo! No se quejen porque Pablo mencione sus vestidos: uno mayor que él lo hizo, y lo hizo en una hora más solemne que la hora en la que Pablo escribió la Epístola. Recuerden Quién fue el que dijo: "Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes." El Salvador había de morir en la absoluta desnudez, y el apóstol es reducido a algo semejante a Él cuando se encuentra temblando de frío.

Hermanos, ¿estaba Pablo en lo correcto en todo esto? ¿Fueron razonables sus sacrificios? El propósito que Pablo perseguía, ¿era digno de todo este sufrimiento y abnegación? ¿Fue arrastrado por un excesivo impulso de fanatismo para invertir en un objetivo inferior, lo que no se requería de él? Ningún creyente aquí presente considera que fuera así. Todos ustedes creen que si pudieran renunciar a las riquezas, y al talento, y a la estima, sí, y también a su propia vida por Cristo, sería una excelente decisión.

Yo digo que ustedes lo creen así, pero, ¿pero cuántos de nosotros lo hemos puesto en práctica alguna vez? ¿No habría sido mejor que dijera, cuán pocos de nosotros? Hay algunas personas que raramente tienen una oportunidad de sacrificar para Cristo en lo absoluto. Lo que dan, es tomado de su excedente; nunca lo resienten. Es un lujo refinado cuando un hombre siente tal amor por Jesús que es capaz de dar hasta quedar en la estrechez.

Si Pablo fuera razonable,
¿qué somos tú y yo? 


Si Pablo da como un cristiano debe dar, ¿cuán avergonzados deberíamos estar de nosotros mismos? Si él se reduce a la pobreza por Cristo, ¿qué diremos de esos profesantes bastardos que no están dispuestos a perder ni una nimiedad en su negocio por causa de la honestidad? Qué diremos de aquellos que afirman: "yo sé cómo hacer dinero, y sé cómo guardarlo," y miran con desprecio a aquellos que son más generosos que ellos.

Si se sienten contentos de condenar a Pablo, y acusarlo de necedad, háganlo, pero si no, si este no fuera sino un servicio razonable, y el servicio que la gracia infinita de Dios -que Pablo experimentó- requería de él, entonces hagamos algo parecido. Si han experimentado un amor semejante, amen así al Señor, y gasten lo suyo y aun ustedes mismos han de gastarse del todo.

2. En segundo lugar, queridos amigos, nos damos cuenta de cómo abandonaron al apóstol sus amigos. Si no tenía un capote propio, ¿no habrían podido prestarle uno algunos de sus amigos? Diez años antes, el apóstol fue conducido encadenado a lo largo de la vía Apia rumbo a Roma; y cincuenta millas antes de llegar a Roma, un pequeño grupo de miembros de la Iglesia vino para reunirse con él; y cuando llegó a una distancia de veinte millas de la ciudad, en las "Tres Tabernas," llegó un grupo todavía mayor de discípulos para escoltarlo, de tal forma que Pablo, el prisionero encadenado, llegó a Roma acompañado por todos los creyentes de esa ciudad.

Pablo era entonces un hombre más joven; pero ahora, por una razón u otra, diez años después, no llega nadie a visitarlo. Está confinado en una prisión, y ni siquiera saben dónde está, de tal forma que Onesíforo, cuando llega a Roma, tiene que buscarlo con mucha diligencia. Pablo es tan oscuro como si nunca hubiese tenido un nombre, y aunque es todavía un apóstol tan grande y glorioso como siempre lo fue, los hombres lo han olvidado de tal manera, y la Iglesia lo ha despreciado de tal manera, que se queda sin amigos.

La iglesia de los Filipenses, diez años antes, había realizado una colecta para él cuando estuvo en prisión; y aunque había aprendido a contentarse en cualquier situación en que se encontrase, le agradeció su contribución como una ofrenda de grato olor a Dios. Ahora está viejo, y ninguna iglesia lo recuerda. Es llevado a juicio, y allí están Eubulo, y Pudente y Lino. ¿No podría alguno de ellos estar a su lado cuando sea conducido delante del emperador? "En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado." ¡Pobre tipo, sirvió a su Dios, y trabajó hasta quedar sumido en la pobreza por causa de la Iglesia, pero la Iglesia lo ha olvidado! ¡Oh, cuán grande debe haber sido la angustia del amoroso corazón de Pablo ante tal ingratitud! ¿Por qué razón las pocas personas que estaban en Roma, -aunque no hubieran podido ser más pobres- no dieron una contribución en su ayuda? Aquellos que eran de la casa de César, ¿no habrían podido encontrar un capote para el apóstol?

No. Ha sido abandonado tan completamente, 
que aunque está a punto de morir
de fiebre intermitente en el calabozo, 
ni un alma quiere prestarle o darle un capote.


¡Qué paciencia enseña esto a quienes se encuentran en una condición similar! ¿Ha sido tu porción, hermano mío, ser abandonado por los amigos? ¿Hubo otros tiempos cuando tu nombre era el símbolo de la popularidad, cuando muchos vivían de tu favor como insectos bajo tu rayo de luz, y has llegado al punto en que has sido olvidado como un muerto borrado de la mente? ¿Encuentras a tus más allegados amigos en tus tribulaciones más grandes? ¿Han dormido ya en Jesús aquellos que te amaron y respetaron alguna vez? ¿Y acaso otros se han vuelto hipócritas y falsos? ¿Qué harás ahora? Debes recordar este caso del apóstol; está puesto aquí para tu consuelo.

Él tuvo que atravesar aguas tan profundas como las peores que estés llamado a vadear, pero recuerda lo que Pablo dice: "Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas." Entonces, cuando el hombre te abandone, Dios será tu amigo. Este Dios, es nuestro Dios por siempre y para siempre: no únicamente en los climas soleados, sino por siempre y para siempre. Este Dios, es nuestro Dios en las noches oscuras así como en los días brillantes.

Acude a Él y plantea tu queja delante de Él. No murmures. Si Pablo tuvo que sufrir de abandono, tú no debes esperar un mejor trato. Que no te falle tu fe, como si algo nuevo te hubiese sucedido. Esto es común a todos los santos. David tuvo su Ahitofel, Cristo Su Judas, Pablo su Demas, y, ¿esperas tú que te vaya mejor? Conforme mires a ese vetusto capote, que habla de la ingratitud humana, ten ánimo, y confía en el Señor, pues Él fortalecerá tu corazón. "Sí, espera a Jehová."

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