domingo, 12 de abril de 2009

Testimonio de un Ex- Anciano de los Testigos


A QUIEN PUEDA INTERESAR

rogersereny@hotmail.com

Desde mi corazón les extiendo mi saludo de amor y paz. Me presento como una persona comprometida con el pensamiento cristiano originario, y a la vez solidario con nuestra gran diversidad existencial. Para el caso, comenzaré diciendo que soy venezolano de nacimiento, aunque de extracción europea. Para una mejor comprensión de mi realidad, debo confesar que fui criado y formado dentro del grupo religioso conocido como los “Testigos de Jehová”. Contaba con apenas nueve años de edad cuando di mis primeros pasos en aquella organización. Mi madre fue la primera en ingresar y fue persuadida a traerme con ella, dado que “la urgencia de los tiempos” presagiaba la proximidad del fin del mundo y que mi vida corría peligro si no hallaba refugio en “la única religión verdadera.”.

Unos años más tarde, siendo apenas un adolescente, un miembro prominente de la directiva de la Sociedad Watchtower Bible & Tract, proveniente de la sede mundial en Nueva York, convino conmigo en que sería “sabio” dejar los estudios de secundaria para servir a tiempo completo como predicador, o “precursor”, como lo llaman ellos, antes de la llegada inminente de el Armagedón, que ya estaba “muy cerca”, según la elaborada cronología del grupo. Los precursores se han comprometido formalmente para invertir una buena cantidad de horas yendo de casa en casa, distribuyendo literatura Watchtower  y reclutando nuevos simpatizantes para la organización. Ellos no reciben remuneración alguna por su trabajo y muy poco tiempo les queda para otras actividades.

Con el pasar del tiempo, fui escalando posiciones de responsabilidad o “privilegios”, llegando a ocupar los puestos de “anciano”, “precursor especial” y “superintendente itinerante.” Por más de treinta años mantuve una impecable hoja de servicios con la organización de los “Testigos de Jehová”.

A mediados de la década de los 80s, mientras desempeñaba mis tareas con entusiasmo y dedicación, hice unos interesantes descubrimientos. Era mi costumbre examinar los escritos bíblicos con detenimiento e imparcialidad. Ávido por obtener respuestas a muchas cuestiones que afectaban la vida de mis correligionarios, mis investigaciones me permitieron detectar numerosas inconsistencias entre lo que enseñaba el cristianismo primitivo y los dogmas de la Watchtower. Pero estas cosas solo las compartía confidencialmente con muy contados compañeros de creencia y por supuesto, con el Padre celestial.

Curiosamente, en la medida en que avanzaban mis estudios, mi relación personal con Dios y con su Hijo Jesucristo se fue estrechando cada vez más.

Dada mi experiencia al manejar casos de naturaleza muy personal en la vida de aquellos compañeros de fe que me premiaban con su confianza, así como con algunas inquietudes personales, mis investigaciones no se limitaron únicamente al área doctrinal y a la interpretación de los textos antiguos, sino también en el ámbito de las emociones humanas, particularmente las numerosísimas represiones de naturaleza sexual que se imponen, recurso predilecto de religiones y sectas fundamentalistas y legalistas, para incapacitar y frustrar emocionalmente a sus adeptos.

A pesar de la discreción con la que sometía a prueba las enseñanzas y procedimientos de la organización WT, la oficina representante en el  país, la cual me tenía en alta estima y confianza, tuvo conocimiento de mis investigaciones.

Cada TJ es un espía de sus demás compañeros y cualquier “irregularidad” debe ser reportada inmediatamente a los líderes que aplicarán las debidas medidas disciplinarias. Esto condujo a que fuera enjuiciado por uno de sus tribunales internos o “comités judiciales”, como se les denomina. Fui interrogado y amonestado por espacio de cuatro horas en la más absoluta privacidad de mi hogar. En mi caso, sin embargo, se rompió la regla, ya que me acompañaba un ministro de una iglesia protestante que me prestaba ayuda y observaba en silencio todo el proceso. Al final de la reunión, pasada la medianoche, los tres miembros del tribunal, luego de intimidarme y calificarme de “perro que vuelve al vómito”, me dieron una semana de plazo para recapacitar y “arrepentirme.” Yo estaba ya decidido a romper con la esclavitud a la secta y ellos a su vez, estaban resueltos a deshacerse de mí, por cuanto sabía demasiado. Una semana más tarde les hice llegar mi carta de renuncia en términos breves y respetuosos.

Ellos no aceptaron la renuncia, dictaron sentencia y me expulsaron por cometer “apostasía” (fornicación espiritual), es decir, por visitar otras iglesias y haber estado en contacto con miembros disidentes de la central mundial de Nueva York. Para ellos, este es un pecado de tal naturaleza que equivale a traicionar al mismísimo Dios. Esta postura es el resultado de un sutil e intenso proceso de control mental y de interpretaciones extravagantes, aunque simplistas de la Biblia, que se repiten una y otra vez, con lo cual convencen a los millones de seguidores que ellos son la única religión verdadera y el pueblo elegido de Dios sobre el planeta. Todos los que rehúsen pertenecer al grupo, serán aniquilados por Dios en la batalla final de Armagedón. El temor es una de sus mejores armas para mantener en sujeción a todos los adeptos. Los TJ viven en un constante estado de alarma y zozobra. Todo lo que no proceda de la organización es potencialmente sospechoso o satánico y debe ser rechazado, sin importar su apariencia inofensiva. Tergiversan y manipulan la información, a modo de generar temor y dependencia a la organización.

Mi expulsión generó un gran escándalo nacional en la comunidad de TJ y resultó en un duro golpe para mi madre que cumplía más de 30 años de sometimiento absoluto a la Sociedad Watchtower. El bochorno afectó mucho su salud física y mental. Caer en desgracia entre los TJ es lo peor que le puede pasar a un individuo comprometido y es algo muy difícil de aceptar y asimilar, con graves consecuencias emocionales tanto para el expulsado como para los familiares que permanecen en la secta. No pocos casos de alcoholismo, consumo de drogas, promiscuidad sexual y hasta suicidios, tienen lugar como resultado de tales medidas disciplinarias inhumanas. Abundan los testimonios sobre este hecho.

Puesto que mi padre no era TJ, yo esperaba que él me ayudara en el proceso de recuperación, y contando con otros parientes de mucho prestigio que vivían en el exterior. Pero al año siguiente de mi defección, mi padre cae enfermo de un mal incurable del cual no se pudo recuperar. Fallece antes de poder expresar su última voluntad y legar sus bienes en un testamento. Tanto mi madre como yo, estábamos a oscuras acerca de sus finanzas, aunque sus actividades comerciales exitosas nos habían permitido vivir holgadamente. Los esfuerzos por dar con el paradero de sus activos fueron infructuosos. El secreto se lo llevó a la tumba. Yo era el único hijo y todo lo que sabía hacer era cumplir con las tareas rutinarias que me asignaron los TJ. Mi padre era el único sostén del hogar y yo no sabía cómo ganarme la vida. Mi madre, acostumbrada al buen vivir, se desesperaba y comenzó a vender millones de bolívares en obras de arte, joyas y mobiliario por sumas ridículas.

A los miembros leales del grupo se les prohíbe todo trato social con los expulsados. Ni siquiera les pueden dirigir un saludo si los vieran por la calle o en el supermercado, así sean miembros de la misma familia. Entrenado como estaba, a someterme y obedecer, mi madre insistía en que permaneciera a su lado y que nos trasladáramos de la capital a otra ciudad donde nadie nos reconociera. La razón era huir del oprobio y evitar caer en la pobreza. Vale la pena mencionar que su compromiso con los TJ le hizo romper desde un principio todo contacto con sus propios familiares en el exterior. Por motivos de conciencia, acepté quedarme con ella para no dejarla desamparada, mientras ella abrigaba la esperanza de que yo saldría adelante financieramente, “recobraría el juicio” y regresaría penitente al rebaño de la Watchtower. A pesar de sus limitaciones, mi mamá se entregaba de lleno a las actividades de los Testigos locales. Mientras tanto, mi falta de experiencia en vivir fuera de la burbuja de la secta y de no saber cómo ganarme el sustento, además de las continuas presiones de mi madre, hicieron de mi vida una verdadera pesadilla. Mi experiencia de 30 años con los TJ, de arduo trabajo no remunerado para una poderosa corporación multinacional, me había permitido adquirir una serie de destrezas y habilidades como conferenciante y agente de ventas, además de dominar varios idiomas. Luego de dos años sin conseguir empleo y de agotarse nuestros escasos ahorros, pude obtener un trabajo en una reconocida emisora de radio de la localidad como locutor, representante comercial y asesor publicitario.

Aun conservo ese trabajo, pero el ambiente poco solidario en la región, los medianos ingresos y el agotamiento físico que me ocasiona el clima, me obligan a contemplar alternativas más ventajosas.

Mi madre falleció hace unos cuantos años y pese a la ayuda económica que le prestaba, ella prefirió permanecer con los TJ, sacrificándose por ellos mientras le dejaban pasar sus últimos días en la mayor pobreza. Al principio de nuestra llegada vivíamos juntos en una zona privilegiada muy próxima a la playa, pero al irse agotando los recursos, nos tuvimos que separar. Por ser un miembro expulsado, nunca se me permitió entrar a la modesta vivienda donde la alojaron, hasta cuando su estado de salud se agravó y pude llevarle alimento y atender algunas otras necesidades. Los TJ se limitaban a hacerle compañía y alentarla a que retuviera su lealtad a la “organización de Dios”, que no es otra cosa que servir a una gran corporación estadounidense y mega-millonaria, que exige los mayores sacrificios por parte de sus dedicados miembros, pero que se desentiende cuando alguno de ellos entra en desgracia.

Debo mencionar que, a pesar de ser un miembro expulsado, ellos tuvieron el cinismo de venir a mí, solicitando fondos para la hospitalización de mi madre, alegando que en estos casos, la “responsabilidad bíblica” recae en los familiares cercanos y no en la “Sociedad Watchtower Bible & Tract” de Brooklyn, N.Y. Yo no contaba con medios suficientes, así que tuve que recurrir a la misión diplomática del país de mi madre y ellos se encargaron de proveer una remesa especial hasta el día en que ella dejó de existir.

Mi larga pasantía de entrega total a la corporación religiosa Watchtower, hizo muy difícil adaptarme a la realidad de la vida. Todos los llamados “mundanos”, es decir, los que no son TJ, parecían como venidos de otro planeta. Algunos, al descubrir mi ingenuidad, me hicieron objeto de fraudes y manipulaciones. Intenté hallar algo de refrigerio y compañerismo en algunas iglesias locales, pero éstas carecían de la experiencia que se requiere para tratar casos como el mío, recomendando cumplir con otras rutinas totalmente inapropiadas para mí. En otros países hay programas y grupos de apoyo especializados en ayudar a las víctimas de sectas cúlticas o destructivas. Sin embargo, el hecho de haber permanecido en uno de esos grupos no hizo que al separarme de una secta falsa, “se arrojara el agua sucia del baño con el niño adentro”. Por el contrario, retuve mi fe y entereza espiritual en los momentos más críticos y en la casi absoluta falta de compañía.

Como si esto no fuera suficiente, no hace mucho atravesé por la más difícil y dolorosa prueba de carácter físico. Habiendo gozado siempre de excelente salud, caí repentinamente enfermo con agudos dolores abdominales y una falta absoluta de apetito, cuyo origen al principio no se reconocía. Luego de costosos exámenes médicos, se descubrió la presencia de tres tumores malignos a lo largo del colon. Por no haber podido consumir alimento sólido durante un tiempo prolongado, quedé reducido a un esqueleto de 35 Kg., cuando mi peso normal era de 74. En ese estado no era recomendable intervenir para remover los tumores. Fui alimentado por vía intravenosa con diferentes productos y mediante transfusiones de sangre para levantar las defensas. (A propósito, los TJ prohíben terminantemente las transfusiones de sangre, so pena de ser expulsado) Me hallaba casi inmovilizado en mi lecho de hospital, no pudiendo valerme por mí mismo. Solo un amigo muy querido y su padre tomaban turnos para acompañarme. Un día, cuando no estaban presentes en la habitación, entraron unos “malandros” y hurtaron mis pertenencias, incluyendo mi teléfono móvil, que era el único recurso que tenía para comunicarme y pedir ayuda.

Al fin, cuando el cuerpo médico determinó que ya estaba en mejores condiciones físicas, decidieron operar, aunque las perspectivas no eran muy alentadoras. En medio de todo este sufrimiento, no me deprimía ni perdía las esperanzas. Disfruto de una gran paz mental y espiritual, ya que el amor es factor motivador en todas mis acciones y en mis tratos para con mi prójimo. Esto no se lo debo a ninguna religión, sino por haber investigado la historia del cristianismo primitivo y haber aplicado sus sencillas y cómodas normas, sin imposiciones, restricciones, chantajes o amenazas. Practicar el amor verdadero, altruista y desinteresado, disuade a que hagamos algo que lastime al semejante y motiva a procurar siempre el bienestar de los demás por encima del propio. –Vea Filip 2

Luego de la cirugía, que fue exitosa, vino el proceso no menos penoso de recuperación. Tuve que hacer grandes esfuerzos para volver a caminar, luego de tantas semanas postrado en cama. Debía ingerir alimentos blandos y muchos medicamentos. De vuelta a casa, como vivo solo, tuve que hacer empeño en atender mis necesidades con limitada ayuda. Hubo quienes vinieron a traer alimento y hacerse cargo de la limpieza. Me veía tan demacrado y reducido como una momia. Antes de enfermarme aparentaba tener menos edad de la que tenía.

Ahora, en cambio, parecía haber envejecido veinte años más.Algunos de mis clientes contribuyeron con donaciones que permitieron contar con unos fondos para los gastos fijos de la casa, además de los ingresos provenientes de la publicidad de radio de mis anunciantes. Puedo asegurar que Dios siempre estuvo a mi lado para proveer, sin caer en la desesperación a la que conduce la dependencia a una secta destructiva.

Ya estoy casi totalmente restablecido, con buen peso y mejor semblante. Y lo que es más extraño, algo me hizo desistir de seguir consumiendo esa infinidad de medicamentos costosos y de continuar recibiendo la quimioterapia, para lo cual un buen amigo contribuyó generosamente. Hacían falta trece millones de bolívares más para completar el tratamiento, y aunque se hizo el esfuerzo por obtener los productos de manera gratuita, esto no fue posible. Faltaban cinco sesiones de quimioterapia y tan solo había recibido dos. Algo me hizo sentir que me debía retirar de ese tratamiento, y tan pronto fue suspendido, comencé a recuperarme mucho más aprisa y con mayor ánimo. Todos estaban sorprendidos. ¿Milagro? Para algunos, tal vez. Sin embargo, alguien que leyó este testimonio en un foro cristiano, calificó este resultado como un milagro de amor. Pero hay que tener presente que la voluntad, determinación y una conciencia tranquila pudieron haber contribuido con mi mejoría. Si uno se deprime, el sistema inmunológico también se resiente y el organismo no reacciona. Así que la receta del amor que Cristo recomendó, sí da resultado, si se administra en dosis generosas.

En esta etapa de mi vida, que me aconseja a no exigir de mí mismo más de lo razonable, empleo buena parte de mi tiempo en compartir los valores del espíritu con aquellos que están dispuestos a recibirlos y aplicarlos, de manera especial con las minorías y los excluidos sociales. Mantengo contactos muy estimulantes por Internet con individuos y foros de diferentes partes del mundo. Dedico varias horas al día al estudio y a la investigación. Y hasta mis tareas para la radio y como traductor, también las cumplo con mi ordenador en absoluta tranquilidad.

Mi próxima meta es tratar de obtener un techo propio en un clima más favorable. El aire de montaña me sienta mucho mejor que el de la costa oriental donde me encuentro actualmente. Disfruté unos diez años maravillosos en el estado Mérida, en los Andes venezolanos, aunque en aquel tiempo me hallaba dedicado a la organización WT como misionero. De ser posible, desearía retornar a ese hermoso lugar de nuestra geografía. Aunque todavía no cuento con recursos suficientes, sé que en cualquier momento Dios también hará provisión para cumplir esta meta, si así lo determina.

Confío en que este testimonio pueda servir de advertencia sobre del peligro de ser seducido, atrapado y manipulado; de ver alterada la personalidad y perder nuestro lugar en la sociedad por influencias de alguna secta religiosa, movimiento político o filosofía elitista y arrogante que suprime las libertades individuales y nos convierte en esclavos sumisos de amos codiciosos de ganancias injustas y de un afán por ejercer el poder a costa de manipular, excluir y hacer sufrir a los demás. Para cerrar, vale la pena tener presentes las palabras de Cristo a sus seguidores genuinos: “Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande, deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser su esclavo. Porque del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida como precio para la libertad de muchos.”

(Evangelio de San Mateo, cap.20, vers. 28)

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