El Destino de los Inicuos
Del Libro La Cristiandad Extraviada
por Robert Roberts
Si buscamos información sobre esta cuestión en los sistemas religiosos, se nos hablará de un insondable abismo de fuego, lleno de espíritus malignos de forma horrible, en el cual están reservados los más refinados tormentos para aquellos que disgustaron a Dios mientras se hallaban en su estado mortal.
En el primer plano de este espeluznante cuadro, veremos maldicientes demonios burlándose de los condenados: hombres y mujeres retorciéndose las manos en eterna desesperación; y un fustigante océano de tinieblas, fuego y horrible confusión expandiéndose por todos lados y bajando hasta la más grande profundidad. ¡Se nos dirá que Dios, en sus eternos consejos de sabiduría y misericordia, ha decretado este espantoso triunfo de la maldad!
¿Lo creemos? Hay ciertas verdades elementales, que por una lógica casi intuitiva, excluyen la posibilidad de que esto sea cierto. Si Dios es el Ser misericordioso de orden, justicia y armonía que enseñan las Escrituras, ¿cómo es posible que, con toda su presciencia y omnipotencia, permita que las nueve décimas de la raza humana lleguen a existir sin tener otro destino que el de la tortura?
En vez de creer semejante doctrina, muchos hombres rechazan la Biblia del todo, y aun eliminan a Dios de entre sus creencias, buscando refugio en las tranquilas pero tristes doctrinas del racionalismo. Muchos son impulsados a esto al no saber, desafortunadamente, que la Biblia no es responsable de tal doctrina. Es una ficción pagana. Debiera saberse, para el consuelo de todos los que han quedado perplejos ante tan terrible dogma, y que sin embargo han vacilado en renunciar a él, por temor de verse también obligados a dejar de lado la Palabra de Dios, que semejante doctrina es completamente contraria a las Escrituras y angustiosamente espantosa.
Toda la enseñanza de la Biblia con respecto al destino de los inicuos está resumido en tres palabras en Salmos 37:20: "Los impíos perecerán." Pablo explica esto en Romanos 6:23: "La paga del pecado es muerte." La muerte, la extinción de la existencia, es el resultado predeterminado de una vida pecaminosa. "El que siembra para su carne, de la carne segará corrupción" (Gálatas 6:8). Que segar corrupción es equivalente a la muerte, es evidente por Romanos 8:13: "Si vivís conforme a la carne, moriréis." La corrupción produce la muerte, de modo que la una es equivalente a la otra.
Tanto los justos como los inicuos mueren; por lo tanto, se argumenta que debe haber alguna otra muerte aparte de la muerte física. La respuesta es que la muerte que todos los hombres experimentan no es una muerte judicial; no es la muerte final que sufrirán aquellos que sean responsables ante el juicio. La muerte ordinaria sólo pone fin a la vida mortal de un hombre. Habrá una segunda muerte, final y destructiva.
Cuando aparezca Cristo, los injustos se habrán de presentar para el proceso judicial y su sentencia de que, después de recibir el castigo que merezcan, serán destruidos en muerte, por segunda vez, por medio de una agencia violenta y divinamente gobernada. A esto se refiere Jesús cuando dice: "Todo el que [en la vida actual] quiera salvar su vida, la perderá [en la resurrección, en la segunda muerte]; y todo el que pierda su vida por cause de mí y del evangelio, la salvará" (Marcos 8:35). Toda la enseñanza de la Escritura está en armonía con este tema.
Leemos en Malaquías 4:1:
"Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama."
También en 2 Tesalonicenses 1:9:
"...los cuales sufrirán la pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder."
El Espíritu de Dios, hablando por medio de Salomón en los Proverbios, usa el siguiente lenguaje:
"Como pasa el torbellino, así el malo no permanece; mas el justo permanece para siempre." (Proverbios 10:25)
Y además en Proverbios 2:22:
"Mas los impíos serán cortados de la tierra, y los prevaricadores serán de ella desarraigados."
David emplea la siguiente figura para el mismo propósito:
"Mas los impíos perecerán, y los enemigos de Jehová como la grasa de los carneros serán consumidos; se disiparán como el humo." (Salmos 37:20)
Y leemos en Salmos 49:6,11-14,16-20:
"Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan...Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus habitaciones para generación y generación; dan sus nombres a sus tierras. Mas el hombre no permanecerá en honra; es semejante a las bestias que perecen. Este su camino es locura; con todo, sus descendientes se complacen en el dicho de ellos.
Como a rebaños que son conducidos al Seol, la muerte los pastoreará, y los rectos se enseñorearán de ellos por la mañana; se consumirá su buen parecer, y el Seol será su morada...No temas cuando se enriquece alguno, cuando aumenta la gloria de su casa; porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria. Aunque mientras viva, llame dichosa a su alma, y sea loado cuando prospere, entrará en la generación de sus padres, y nunca más verá la luz. El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen."
De su estado final leemos en Isaías 26:14:
"Muertos son, no vivirán; han fallecido, no resucitarán; porque los castigaste, y destruiste, y deshiciste todo su recuerdo."
La enseñanza de estos pasajes se explica por sí sola; está expresada con una claridad de lenguaje que no deja lugar a mayor comentario. Es la doctrina expresada por Salomón cuando dice: "El nombre de los impíos se pudrirá" (Proverbios 10:7). Los inicuos, que son una ofensa para Dios y una aflicción para ellos mismos, y de ninguna utilidad para nadie, finalmente serán consignados al olvido, donde su nombre mismo desaparecerá. No escapan al castigo, pero de este y de aquellos pasajes que parecen favorecer la doctrina popular, trataremos en el próximo capítulo.
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