Expectativa Mesiánica del Pueblo Hebreo
Mario A Olcese
Debido a las promesas mesiánicas de una futura restauración del reino davídico en Jerusalén, es lógico esperar que cuando los paisanos y discípulos de Jesús le vieron ingresar a Jerusalén (la ciudad de David, la sede de su trono) empezaran a exclamar con razón: “¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene!¡Hosanna en las alturas! Y entró Jesús en Jerusalén...! (Marcos 11:10,11).
Estamos viendo que los seguidores de Jesús creían que Cristo restauraría inmediatamente el reino de David en Jerusalén. En Lucas 19 Jesús se ve precisado a pronunciar la Parábola de la Diez Minas, pues los discípulos creían que el reino se manifestaría inmediatamente. Nótese que el verso 11 de esta parábola NO tenía como fin recalcar que el reino jamás se restablecería en Jerusalén, sino más bien, el de enseñar básicamente que dicha anhelada restauración no sería inminente, sino para su segunda venida en gloria.
Jesús enseñó que primero tenía que ir al cielo para recibir la autoridad del Padre, y luego volver (Lucas 19:12). Volver para regir el mundo desde el trono de David en la tierra prometida a Abraham y a su descendencia (Ver Génesis 13:15;15:18; Gálatas 3:16,29; Mateo 25:31,34). Pero lo más interesante de todo---y que desgraciadamente pocos advierten--- es la pregunta final de los discípulos a Jesús que está registrada en Hechos 1:6. Esta dice así: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”. Aquí vemos la esencia de toda la predicación de Jesús:
La restauración del reino davídico a los Israelitas creyentes en general. Aquí está la pregunta que resume todo lo enseñado por Jesús para el futuro. Pero los “cristianos” contemporáneos sostienen que la pregunta de los discípulos estuvo errada, pues pensaban en un reino nacional y no “espiritual”. ¡Pero Jesús nunca los corrigió o amonestó por semejante “inoportuna y torpe” pregunta! Él sólo se limitó a decirles que el tiempo de la tan esperada restauración nacional del reino davídico sólo Dios lo sabía (Hechos 1:7). Pero desgraciadamente este punto muchos cristianos no lo entienden en verdad debido a sus ideas preconcebidas, y prejuicios antisemitas. La iglesia Católica es la responsable de ello. Ella ha transferido el reino nacional judío al ámbito de lo “espiritual”.
Para los católicos el reino es la iglesia misma católica, el cuerpo místico de Cristo. Pero para aceptar esto habría que mutilar muchos versículos de la Biblia que hablan de una futura restauración nacional del pueblo hebreo y de su reino davídico, resultando así una Biblia ininteligible y recortada. Pero nosotros creemos que la iglesia es más bien la heredera del reino futuro que se inaugurará en la tierra (Mateo 25:34).
He aquí algunas razones por las cuales el reino no es la iglesia: Primero, no se puede ingresar en el reino de Cristo con nuestros cuerpos de “carne y sangre” (1 Corintios 15:50); en cambio, a la iglesia de Cristo los hombres sí pueden entrar con cuerpos de “carne y sangre”. Segundo, a la iglesia ingresan los recién bautizados, los cuales aún son “niños espirituales” y que requieren crecer en la fe a través de las enseñanzas impartidas por los líderes (Pastores y maestros---Hechos 2:41, Efesios 4:11-16). En cambio, para ingresar en el reino milenario de nuestro Señor Jesucristo, es necesario haber crecido en la fe y haber perseverado hasta el final de nuestra carrera cristiana (2 Pedro 1:5-11, Hechos 14:22).
La Expectativa de los Cristianos
La expectativa de los cristianos es la expectativa que tuvieron los fieles hebreos del Antiguo y Nuevo Testamentos. Ya el apóstol Pablo había dicho que sólo hay una sola esperanza de nuestra vocación (Efesios 4:4). También él dice: “que son israelitas, de los cuales son (no eran) la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Romanos 9:4). además Pablo afirma que los injertados (creyentes gentiles) en el buen olivo (el pueblo israelita) se nutren de su rica savia (los pactos y promesas que Dios hizo con los padres---Romanos 11:17,18). Jesús, por su lado, dijo que “la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22).
Esto significa que los judíos tienen un lugar de preeminencia sobre todos los pueblos, pues dice Pablo: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios” (Romanos 3:1,2). La Biblia enseña que si bien todos los hombres han pecado (judíos y no judíos), no obstante Dios sigue tratando con su pueblo Israel de manera especial. Pablo afirma que “Dios no ha rechazado a su pueblo al cual desde antes conoció” (Romanos 11:1,2). Y si bien es verdad que muchos hebreos resultaron infieles, un remanente permaneció fiel para recibir los pactos que Dios hizo con sus padres de antaño. Hay promesas los de pactos que aún están pendientes para cumplirse, entre los cuales están la herencia de la tierra prometida, y la permanencia del trono de David con Cristo reinando desde Jerusalén con su iglesia.
La iglesia Católica siempre mantuvo que Israel, como nación, quedó destituida de todos sus derechos como pueblo elegido de Dios. Enseñaron que la “nueva Israel” es la Iglesia que ellos llaman: “La Santa Madre Iglesia Católica”. Esto no es verdad, pues trastoca las promesas hechas a los padres del Antiguo Testamento resumidas en Génesis 13:15;15:18; 2 Samuel 7:12-16, y que fueron confirmadas por Jesús (Romanos 15:8)
La Iglesia de Cristo
El pueblo de Dios es el pueblo de la fe. Inicialmente los fieles bíblicos hebreos (de raza) fueron el pueblo de Dios y Su nación escogida. En el Nuevo Testamento vemos a hebreos de raza---convertidos a Cristo---como miembros de la iglesia mesiánica. Esta iglesia mesiánica hebrea era Su pueblo. Luego vinieron los no judíos a la fe y se añadieron a la iglesia Mesiánica Hebrea (o el verdadero pueblo escogido Hebreo). Los no judíos se volvieron hebreos por adopción y por fe (Romanos 2:28,29).
El pueblo hebreo escogido estaba ahora compuesto por hebreos naturales (de raza) y hebreos por adopción o nacionalización. Los creyentes hebreos siguieron siendo Hebreos, y los no Hebreos convertidos a la fe se tornaron en Hebreos (o judíos) por adopción. Pablo explica que por la fe, los dos pueblos (judíos y gentiles) son uno, de modo que ambos ya pertenecen a la CIUDADANÍA DE ISRAEL (= ciudadanía Judía)(Efesios 2:11-18). La ciudadanía Israelita no desaparece sino que permanece, y los no judíos se hacen parte de la ciudadanía Hebrea por la fe en Cristo (Gálatas 3:7,16,29).
La nación de Israel sigue viva como nación, la cual está ahora compuesta por gentes que se constituyen en “hijos de Abraham (=hebreos naturales y adoptivos)” por identificarse con su fe (Gálatas 3:7,9,29). Ya dentro de la iglesia o pueblo escogido de los Hebreos, no existe la clásica distinción de “judíos y gentiles”, pues ambos grupos de creyentes son todos ahora judíos (o Hebreos) e hijos de Abraham por la fe (La verdadera Israel de Dios).
El punto es que la Israel de Dios (el pueblo de Dios) es un pueblo eminentemente judío o Hebreo. Los gentiles son ahora considerados por Dios como judíos por su fe en Cristo y en las promesas que Dios le hizo a Abraham y a su descendencia (Jesucristo). Los no judíos han sido injertados en el tronco del olivo Hebreo para nutrirse de la promesas que Dios le hizo a los padres Abraham, Isaac, y Jacob, y al rey David. Los no judíos son considerados como judíos para Dios, y en consecuencia, tendrán todos parte en el reino mesiánico judío que restaurará el rey judío Jesucristo.
La salvación, dijo Jesús, viene de los judíos (Juan 4:22). Rechazar a los judíos es rechazar la salvación. Sin los judíos no habría futuro. Jesucristo Volverá para Reinar desde Israel ¿Para qué regresa Jesús al mundo? Pues, ¡para sentarse en el trono del rey David, su ancestro! Esto lo reveló Jesús mismo en Mateo 25:31,34. Él dijo que volvería con sus ángeles para sentarse en su trono de gloria. Él había anunciado ese magno momento en varias ocasiones, cuando habló de su parusía o segunda venida.
En Juan 14:2,3 Jesús habló que volvería para estar con nosotros en el lugar donde estaba antes de partir al cielo. Nótese la frase “para que donde yo estoy (Jerusalén) [o en el plan de Dios] vosotros también estéis” (verso 3). Antes Jesús había afirmado que su reino no era de este mundo o era maligna gobernado por el diablo y sus agentes. Por eso, cuando sus seguidores estaban esperando el reino mesiánico, Jesús enseñó que para participar de él, primero era necesario “nacer de nuevo” (Juan 3:3,5). Este renacimiento tiene que ver con la transformación de nuestros cuerpos mortales.
El apóstol Pablo enseñó que “carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Corintios 15:50). En buena cuenta, cada creyente tendría que experimentar la misma transformación que tuvo Jesucristo al resucitar. El dejó de ser “carne y sangre” (=mortal) para convertirse en un ser humano inmortal que no requeriría de sangre para vivir sino del Espíritu de Dios en él. Recordemos que el Jesús resucitado no pudo tener sangre pues la había vertido en la cruz del calvario. En realidad Jesús sólo tenía “carne y huesos” pero no sangre (Lucas 24:39). El fue resucitado o vivificado en el espíritu o por el Espíritu de Dios en él (Romanos 8:11).
Los cristianos estamos llamados a participar del reino de Cristo (Lucas 12:32, Apocalipsis 3:21, Lucas 22:29), y para lograr esto, primero seremos transformados a la semejanza de Cristo. Los creyentes esperan con anhelo el retorno de Cristo, pues es la bendita esperanza de todos los mesiánicos (Tito 2:13). Y decimos que es la bendita esperanza porque su retorno significará la salvación de todos los creyentes (Hebreos 9:28; 1 Pedro 1:5).
A su vez, la salvación significará nuestra entrada en el reino milenario de Cristo con vida eterna (Estudie este texto con cuidado: Lucas 18:18-26).
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