lunes, 17 de octubre de 2016

Cristo: El Verdadero Médico


Cristo: El Verdadero Médico
Del Libro La Cristiandad Extraviada
por Robert Roberts



El Señor Jesús Cristo es el único médico verdadero. El nos ofrece resurrección a una existencia con cuerpo espiritual. Promete formarnos a semejanza de su glorioso cuerpo. Aunque estemos afligidos con todos los dolores que la carne hereda en esta vida actual, y desfigurados por todas las distorsiones de las enfermedades -aunque muramos en muerte asquerosa, y seamos colocados en el sepulcro como una masa de pestilente corrupción-Jesús se compromete a resucitarnos a un estado puro e incorruptible, en el cual nuestros cuerpos serán cuerpos "espirituales" no porque sean etéreos, lo cual no es su característica, sino porque estarán directamente activados por el espíritu de Dios, y llenos en cada átomo con el inextinguible y concentrado poder vivificante de Dios mismo.

Este es el testimonio de Cristo (Juan 3:6): Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es." El había dicho: "Lo que es nacido de la carne, carne es." Hombres y mujeres mortales nacen de la carne; por lo tanto, no son más que carne-un viento que pasa y no vuelve; pero cuando el hombre es "nacido del Espíritu" ya no es más el frágil y perecedero linaje de Adán. Su ser corruptible se ha vestido de incorrupción. Es un hijo de Dios, invencible, todopoderoso e inmortal. "Son hijos de Dios," dice Jesús, hablando de la resurrección que es para vida, "al ser hijos de la resurrección" (Lucas 20:36).

Pablo dice: "El que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros" (Romanos 8:11). He aquí un segundo nacimiento que ha de ser efectuado por el Espíritu de Dios; y sobre el principio establecido por Cristo, todos los que se sometan a esta operación del Espíritu sobre sus cuerpos mortales, serán "nacidos del Espíritu" y por lo tanto serán "espíritu" en naturaleza, o cuerpos "espirituales" -cuerpos conservados con vida por medio de la operación directa del espíritu de vida en la carne y los huesos, como el Señor Jesús; no pálido y lívido como estaría un cuerpo humano sin sangre, sino hermoso con el resplandor del Espíritu, que puede mostrar color de otro modo que por sangre. Viviendo por medio de la completa permeabilidad del espíritu de vida en la sustancia de sus naturalezas, serán gloriosos y poderosos, puros como la gema, fuertes e inflexibles, incorruptibles como oro y gloriosos en el sentido de luminosidad física, según se ejemplificó en el Señor Jesús cuando brilló con el lustre del sol en el monte de la Transfiguración y, según está escrito: "Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad" (Daniel 12:3).

Serán poderosos en el sentido de ser vigorosos e inagotables en el poder de las facultades, como está escrito:

"¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán" (Isaías 40:28-31).

Serán incorruptibles en el sentido de ser de naturaleza inmarcesible e imperecedera y por lo tanto, libres de cualquier susceptibilidad al dolor o la enfermedad. En esta condición perfecta, los justos tendrán una ilimitada eternidad ante ellos, y gozo eterno sobre sus cabezas; no más embotamiento de ánimo; no más inquietud y desfallecimiento ante las aflicciones de la vida mortal; no más sufrimiento ni envejecimiento; no más fallecimiento, sino pura perfección, armonía ininterrumpida, amor inextinguible, gozo indecible y gloria rebosante. Este será el estado feliz de los justos y la consumación de aquella bendita promesa: "Destruirá la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros" (Isaías 25:8).

Esta preciosa vida e inmortalidad sacada a luz por Jesucristo no se ha de conferir indiscriminadamente. No la alcanzarán todos los hombres; sólo unos pocos serán considerados dignos. La preciosa dádiva se ofrece libremente a todos; pero es condicional. No se dará a los infieles ni a los impuros. La perfección del carácter debe preceder a la perfección de la naturaleza. La aptitud moral es el requisito indispensable, y Dios es el juez y el que define la peculiar aptitud moral necesaria en el caso. Esto está demostrado por los siguientes pasajes:


"Vida eterna a los que, perserverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad." (Romanos 2:7)
"Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros." (Juan 6;53)
"El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida." (Juan 3:36)
"Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre." (Juan 20:31)
"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere será condenado." (Marcos 16:15, 16)
"De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación." (Juan 5:24)
"Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida." (Apocalipsis 21:6)

Estos testimonios dan el golpe de gracia al universalismo. Basan la salvación en condiciones que excluyen a la mayoría del género humano. La limitan a una clase que ha sido siempre poco numerosa entre los hombres, y refutan efectivamente la errada teoría de benevolencia que proclama la "restauración universal" de todo ser humano. Esto mostraría al cristianismo como un asunto muy restringido, pero no más restringido que su alcance divinamente determinado. "Estrecha es la puerta, y angosto el camino"; ésta es su característica, y no está exenta de sabiduría. Su objetivo es el desarrollo de una familia aprobada de entre los hijos de los hombres. Las vastas poblaciones del mundo son tan sólo incidentales a este plan. Vienen y van; y como carne, no hay en ellos ningún provecho. Salen de la nada, y vuelven allí. Es sólo la teoría de la inmortalidad humana universal la que da nacimiento a la idea de la salvación humana universal. Cuando la naturaleza humana se considera en su verdadero nivel de vanidad, la dificultad se desvanece.

Aquellos que están excluidos de la vida eterna se dividen en dos clases: primero, los que oyen la palabra y la rechazan; y segundo, aquellos a quienes las circunstancias les impiden absolutamente oírla, tales como los paganos de la antigüedad. La segunda clase incluye una tercera: aquellos cuyas desgracias les impiden creer, aun cuando oyen la palabra, tales como los retardados mentales y los niños pequeñitos. El destino de la primera clase (aquellos que oyen la palabra y la rechazan) está claramente expresado. Quedarán reservados para castigo:

"El que me rechaza, y no recibe mis palabras...la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero." (Juan 12:48)
"El que no creyere, será condenado." (Marcos 16:16)



El castigo se inflige al tiempo de la resurrección, como Jesús dice: "Los que hicieren lo malo, [saldrán] a resurrección de condenación" (Juan 5:29). Esta "resurrección de condenación" no es una resurrección a vida sin fin o al fuego del infierno, según la aceptación popular. Es una resurrección a vergüenza y corrupción judicialmente administrada. Habiendo sembrado para su carne, de la carne segarán corrupción (Gálatas 6:8), la cual termina en el triunfo del gusano y del fuego sobre su ser, es decir, en la muerte. Se levantan para la vergüenza y confusión del rechazo divino y censurador, en el cual se infligen algunos azotes o muchos azotes según merecen: diferencias en la duración e intensidad del sufrimiento según lo requiera la justicia, después de lo cual los inicuos son finalmente absorbidos en la "segunda muerte," lo que hace desaparecer su miserable existencia de la creación de Dios. Siendo inútiles, son eliminados y desaparecen para siempre donde "los impíos dejan de perturbar" (Job 3:17).

Nota de bloguero: Los azotes  o tortura que recibirán los resucitados a condenación y las horas que duran son una apreciación peculiar como interesante  del autor del autor del libro. 

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