El Cuerpo de la Resurrección
Del libro La Cristiandad extraviada
por Robert Roberts
En cuanto a la naturaleza del cuerpo resucitado, hallamos en uno de los pasajes citados de las epístolas de Pablo, que "resucitará cuerpo espiritual." Algunos piensan que esto significa un cuerpo espectral, gaseoso, impalpable, a través del cual uno podría pasar su mano. Al contrario, los justos en el estado perfeccionado serán tan reales y corpóreos como hombres mortales en la vida actual. Aprendemos esto de la manera más inequívoca. Considere las siguientes declaraciones:
"Transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya." (Filipenses 3:21)"Sabemos que cuando él (Cristo) se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es." (1 Juan 3:2)
Aquí tenemos un punto de partida: Cristo es el modelo según el cual será moldeado su pueblo. Por lo tanto, si queremos conocer la naturaleza de los justos en el estado futuro, debemos contemplar la naturaleza de Cristo después de su resurrección. Estamos capacitados para hacer esto, porque Cristo apareció a sus discípulos después de su resurrección y tuvo varios encuentros con ellos. Le hallamos dando evidencia a sus discípulos acerca de su realidad, cuando quedaron aterrados ante su súbita aparición, creyendo que era nada más que una ilusión:
"Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos." (Lucas 24:38-43)
Aquí tenemos una prueba definitiva de que Cristo era tan real y corpóreo después de su resurrección como lo era antes. El cuerpo que fue colocado en la tumba de José de Arimatea fue el cuerpo que después se levantó y apareció como "este mismo Jesús"-"yo mismo soy"-a los discípulos, quienes lo palparon y comieron con él. Esto es prueba de que los justos en la resurrección serán tan tangibles y corpóreos como lo fue él en aquella ocasión, puesto que ellos han de ser "semejantes al cuerpo de la gloria suya."
Algunos sugieren que la naturaleza de Cristo se transformó en esencia intangible después de su ascención, pero no hay nada que apoye semejante sugerencia. Tal suposición es enteramente gratuita y no merece atención. Se elimina por la evidencia de la realidad e indentidad de Cristo después de su ascención. Aun cuando esto no fuera así, la sugerencia sería sin fundamento.
En vista de que no hay ninguna declaración en el sentido de que Cristo cesó de ser corpóreo después de su ascención, la única alternativa racional es asumir que no hubo semejante cambio, y que Cristo fue y continúa siendo el mismo real aunque glorificado personaje que mostró sus manos y pies a sus discípulos. Pero el hecho de su continuación corporal está expresado en la declaración hecha por los ángeles a los discípulos justo antes de la ascención:
"¿Por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo." (Hechos 1:11)
¿Qué entenderían los discípulos por "este mismo Jesus"? ¿No pensarían en el bendito Salvador que, unos pocos días antes, había comido pan delante de ellos y les había dicho que "un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo"? Indudablemente; y esperarían el tiempo de su reaparición, con las huellas de los clavos en sus manos y la marca de la herida en su costado, lo que es evidente, según Zacarías 13:6, será el tema de ansiosa curiosidad para los judíos que presencien su venida.
Por lo tanto, queda la prueba de que los justos en el estado resucitado serán corpóreos como su Señor y Maestro en vez de ser las entidades incorpóreas que la creencia popular imagina.Pero aunque no serán menos reales que el hombre mortal, los santos glorificados poseerán una naturaleza de otra clase.
En el estado actual son "cuerpos animales," pero entonces serán "cuerpos espirituales." He aquí la diferencia. Los cuerpos naturales o animales se conservan con vida por medio de la sangre, como dicen las Escrituras en Levítico 17:14: "Porque la vida de toda carne es su sangre." La sangre es el medio de vitalidad animal, de la cual se llena por medio de la acción del aire en los pulmones. El principio o "espíritu" de vida se aplica de este modo sólo de una manera indirecta.
La sangre es el agente vivificador inmediato; los cuerpos sostenidos por ella son simplemente cuerpos animales. La vida de ellos no es inherente; depende de una función compleja que se puede interrumpir fácilmente. Se aplica por medio de un proceso tan delicado que se estropea fácilmente ante influencias externas y circunstancias accidentales.
Por lo tanto, la vida es incierta, y la salud y vigor constantes son casi imposibles de lograr. Nuestra constitución física se deteriora con facilidad y estamos propensos a ser afligidos con angustiosos achaques y dolencias, que fácilmente se vuelven graves; de ahí la lucrativa profesión que adjudica la habilidad para "curar" la desafortunada humanidad. Ah, pero no la pueden curar. La enfermedad es demasiado profunda para la habilidad que ellos tienen. Está en la constitución misma del hombre; está en su sangre; está profundamente arraigada y es incurable. Todo lo que un médico puede hacer es parchar una mortalidad humanamente incurable.
Mostrando entradas con la etiqueta transformación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta transformación. Mostrar todas las entradas
lunes, 24 de octubre de 2016
lunes, 17 de octubre de 2016
Cristo: El Verdadero Médico
Cristo: El Verdadero Médico
Del Libro La Cristiandad Extraviada
por Robert Roberts
El Señor Jesús Cristo es el único médico verdadero. El nos ofrece resurrección a una existencia con cuerpo espiritual. Promete formarnos a semejanza de su glorioso cuerpo. Aunque estemos afligidos con todos los dolores que la carne hereda en esta vida actual, y desfigurados por todas las distorsiones de las enfermedades -aunque muramos en muerte asquerosa, y seamos colocados en el sepulcro como una masa de pestilente corrupción-Jesús se compromete a resucitarnos a un estado puro e incorruptible, en el cual nuestros cuerpos serán cuerpos "espirituales" no porque sean etéreos, lo cual no es su característica, sino porque estarán directamente activados por el espíritu de Dios, y llenos en cada átomo con el inextinguible y concentrado poder vivificante de Dios mismo.
Este es el testimonio de Cristo (Juan 3:6): Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es." El había dicho: "Lo que es nacido de la carne, carne es." Hombres y mujeres mortales nacen de la carne; por lo tanto, no son más que carne-un viento que pasa y no vuelve; pero cuando el hombre es "nacido del Espíritu" ya no es más el frágil y perecedero linaje de Adán. Su ser corruptible se ha vestido de incorrupción. Es un hijo de Dios, invencible, todopoderoso e inmortal. "Son hijos de Dios," dice Jesús, hablando de la resurrección que es para vida, "al ser hijos de la resurrección" (Lucas 20:36).
Pablo dice: "El que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros" (Romanos 8:11). He aquí un segundo nacimiento que ha de ser efectuado por el Espíritu de Dios; y sobre el principio establecido por Cristo, todos los que se sometan a esta operación del Espíritu sobre sus cuerpos mortales, serán "nacidos del Espíritu" y por lo tanto serán "espíritu" en naturaleza, o cuerpos "espirituales" -cuerpos conservados con vida por medio de la operación directa del espíritu de vida en la carne y los huesos, como el Señor Jesús; no pálido y lívido como estaría un cuerpo humano sin sangre, sino hermoso con el resplandor del Espíritu, que puede mostrar color de otro modo que por sangre. Viviendo por medio de la completa permeabilidad del espíritu de vida en la sustancia de sus naturalezas, serán gloriosos y poderosos, puros como la gema, fuertes e inflexibles, incorruptibles como oro y gloriosos en el sentido de luminosidad física, según se ejemplificó en el Señor Jesús cuando brilló con el lustre del sol en el monte de la Transfiguración y, según está escrito: "Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad" (Daniel 12:3).
Serán poderosos en el sentido de ser vigorosos e inagotables en el poder de las facultades, como está escrito:
"¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán" (Isaías 40:28-31).
Serán incorruptibles en el sentido de ser de naturaleza inmarcesible e imperecedera y por lo tanto, libres de cualquier susceptibilidad al dolor o la enfermedad. En esta condición perfecta, los justos tendrán una ilimitada eternidad ante ellos, y gozo eterno sobre sus cabezas; no más embotamiento de ánimo; no más inquietud y desfallecimiento ante las aflicciones de la vida mortal; no más sufrimiento ni envejecimiento; no más fallecimiento, sino pura perfección, armonía ininterrumpida, amor inextinguible, gozo indecible y gloria rebosante. Este será el estado feliz de los justos y la consumación de aquella bendita promesa: "Destruirá la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros" (Isaías 25:8).
Esta preciosa vida e inmortalidad sacada a luz por Jesucristo no se ha de conferir indiscriminadamente. No la alcanzarán todos los hombres; sólo unos pocos serán considerados dignos. La preciosa dádiva se ofrece libremente a todos; pero es condicional. No se dará a los infieles ni a los impuros. La perfección del carácter debe preceder a la perfección de la naturaleza. La aptitud moral es el requisito indispensable, y Dios es el juez y el que define la peculiar aptitud moral necesaria en el caso. Esto está demostrado por los siguientes pasajes:
"Vida eterna a los que, perserverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad." (Romanos 2:7)
"Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros." (Juan 6;53)
"El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida." (Juan 3:36)
"Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre." (Juan 20:31)
"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere será condenado." (Marcos 16:15, 16)
"De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación." (Juan 5:24)
"Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida." (Apocalipsis 21:6)
Estos testimonios dan el golpe de gracia al universalismo. Basan la salvación en condiciones que excluyen a la mayoría del género humano. La limitan a una clase que ha sido siempre poco numerosa entre los hombres, y refutan efectivamente la errada teoría de benevolencia que proclama la "restauración universal" de todo ser humano. Esto mostraría al cristianismo como un asunto muy restringido, pero no más restringido que su alcance divinamente determinado. "Estrecha es la puerta, y angosto el camino"; ésta es su característica, y no está exenta de sabiduría. Su objetivo es el desarrollo de una familia aprobada de entre los hijos de los hombres. Las vastas poblaciones del mundo son tan sólo incidentales a este plan. Vienen y van; y como carne, no hay en ellos ningún provecho. Salen de la nada, y vuelven allí. Es sólo la teoría de la inmortalidad humana universal la que da nacimiento a la idea de la salvación humana universal. Cuando la naturaleza humana se considera en su verdadero nivel de vanidad, la dificultad se desvanece.
Aquellos que están excluidos de la vida eterna se dividen en dos clases: primero, los que oyen la palabra y la rechazan; y segundo, aquellos a quienes las circunstancias les impiden absolutamente oírla, tales como los paganos de la antigüedad. La segunda clase incluye una tercera: aquellos cuyas desgracias les impiden creer, aun cuando oyen la palabra, tales como los retardados mentales y los niños pequeñitos. El destino de la primera clase (aquellos que oyen la palabra y la rechazan) está claramente expresado. Quedarán reservados para castigo:
"El que me rechaza, y no recibe mis palabras...la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero." (Juan 12:48)
"El que no creyere, será condenado." (Marcos 16:16)
El castigo se inflige al tiempo de la resurrección, como Jesús dice: "Los que hicieren lo malo, [saldrán] a resurrección de condenación" (Juan 5:29). Esta "resurrección de condenación" no es una resurrección a vida sin fin o al fuego del infierno, según la aceptación popular. Es una resurrección a vergüenza y corrupción judicialmente administrada. Habiendo sembrado para su carne, de la carne segarán corrupción (Gálatas 6:8), la cual termina en el triunfo del gusano y del fuego sobre su ser, es decir, en la muerte. Se levantan para la vergüenza y confusión del rechazo divino y censurador, en el cual se infligen algunos azotes o muchos azotes según merecen: diferencias en la duración e intensidad del sufrimiento según lo requiera la justicia, después de lo cual los inicuos son finalmente absorbidos en la "segunda muerte," lo que hace desaparecer su miserable existencia de la creación de Dios. Siendo inútiles, son eliminados y desaparecen para siempre donde "los impíos dejan de perturbar" (Job 3:17).
Nota de bloguero: Los azotes o tortura que recibirán los resucitados a condenación y las horas que duran son una apreciación peculiar como interesante del autor del autor del libro.
Etiquetas:
Glorificación,
transformación
Suscribirse a:
Entradas (Atom)