lunes, 5 de diciembre de 2016

El Espíritu santo de Dios

El Espíritu
Del libro La Cristiandad Extraviada
por Robert Roberts



Eso basta en cuanto al Padre, la Raíz y Roca de la creación. Ahora presentamos para investigación el tema de "el Espíritu."
Hemos tenido que decir mucho de este tema al hablar del Padre, pero es necesario considerarlo por separado. El Espíritu se menciona mucho en todas partes de la Escritura. Se nos presenta en el primer capítulo de Génesis, y sólo se despide de nosotros en el último capítulo de Apocalipsis.

Obtenemos una clave del tema en el hecho testificado, de que el Padre es "espíritu" en substancia personal ("Dios es espíritu" según Juan 4:24), y que el Espíritu en su difusión tiene que ver con el Padre, porque él lo nombra "mi espíritu" (Génesis 6:3). Nehemías dice: "Les testificaste [a los judíos] con tu Espíritu por medio de tus profetas" (Nehemías 9:30).

El Padre y el Espíritu son uno. Sin embargo, hay una distinción entre el Padre y el Espíritu en cuanto a la forma en que se presentan a nuestra comprensión. Del primero, como ya hemos visto, se testifica que habita en el cielo, en luz inaccesible, y por lo tanto tiene localización; mientras que del último se declara que está en todas partes igualmente:

"¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol [el sepulcro] hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba, y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz." (Salmos 139:7-12)

Pero, además de su difusión universal, el Espíritu también se presenta bajo el aspecto de una agencia usada por el Padre para llevar a cabo sus designios. De este modo, al hablar del origen de las diversas tribus de criaturas vivientes que habitan la tierra, David dice: "Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra" (Salmos 104:30). Dice la Biblia también: "Su espíritu adornó los cielos" (Job 26:13); "El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida" (Job 33:4); y "El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas" (Génesis 1:2).

Además, con cuánta frecuencia en toda la historia de Israel leemos que "el Espíritu de Dios vino sobre" tal o cual profeta, cuando se llevó a cabo algo maravilloso (por ejemplo, Jueces 15:14). Toda profecía y revelación fue comunicada del mismo modo: "Testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas" (Nehemías 9:30); "Estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová" (Miqueas 3:8); "Santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (2 Pedro 1:21).

El Espíritu actuando bajo la voluntad directa del Omnipotente se convierte en Espíritu Santo, a diferencia del espíritu en su forma libre y espontánea. En este caso estamos bajo el dominio de la ley fija; en el otro, Dios está en comunión con nosotros por palabras de sabiduría u obras de poder, independientemente de la ley fija.

Sólo a algunos se les concede experimentar esta forma de manifestación del Espíritu. No se da a nadie en la actualidad. Los apóstoles la recibieron en el día de Pentecostés. Su poder era real y palpable. Su influjo fue acompañado del sonido de un poderoso viento, que sacudió el edificio en el cual estaban reunidos. Sus resultados fueron manifiestos, la mano de Dios estaba sobre los apóstoles y fueron revestidos con poderes encima de la ley natural. Sus facultades fueron ejercitadas en forma extraordinaria. El Espíritu los capacitó para hablar fluidamente en idiomas que nunca habían aprendido; no en lenguas desconocidas, sino en palabras que eran reconocidas por los asistentes como lenguaje corriente de la época. Estos asistentes eran judíos y prosélitos de los diversos países del globo, reunidos para celebrar la fiesta de Pentecostés en Jerusalén. Cuando oyeron a los apóstoles, dijeron:

"¿No son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios." (Hechos 2:7-11)
Por el mismo poder, los apóstoles fueron instruidos en asuntos que por naturaleza no sabían, de acuerdo con la promesa de Cristo:

"Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir." (Juan 16:13)

También los invistió de poder milagroso, evidenciado en la cura inmediata de enfermedades, levantamientos de los muertos, y otras obras maravillosas. El Espíritu fue el medio, la agencia o poder por medio del cual se hicieron estas cosas. Fue una realidad, algo palpablemente presente que penetró en las personas de los apóstoles.
De este modo, "aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo [de Pablo], y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían" (Hechos 19:11, 12). El poder sanador del Espíritu que había en Pablo podía transferirse a medios conductores, y llevarse a sanar a los afligidos.�
De este modo, también la sombra de Pedro, al pasar sobre los enfermos, era eficaz para sanar (Hechos 5:15). La misma peculiaridad queda de manifiesto en el caso de Jesús, a quien se le dio el Espíritu sin medida (Juan 3:34). Cuando cierta mujer afligida se le acercó cautelosamente por atrás de entre la muchedumbre y tocó el borde de su túnica con el propósito de recibir beneficio, Jesús dijo: "He conocido que ha salido poder de mí" (Lucas 8:46; Mateo 14:35, 36).
Estos poderes milagrosos eran necesarios para capacitar a los apóstoles para la realización de la obra que tenían que hacer. Esa obra era dar testimonio de la resurrección de Cristo (Hechos 1:22), como la base de la verdad edificada sobre ese hecho.

Ahora, ¿cómo podrían haber hecho esto con algún efecto positivo si su testimonio no hubiese sido confirmado con milagros? ¿Cómo podrían haber convencido a la gente acerca de su anuncio, naturalmente increíble, de que cierto hombre, que había sido ejecutado públicamente por los romanos, había resucitado secretamente de entre los muertos, si sus palabras no hubiesen sido confirmadas por el poder que ellos afirmaban tener?

Es cierto que los apóstoles eran testigos, en un sentido natural, de que Cristo estaba vivo, y habrían mantenido resueltamente su testimonio del hecho, incluso si Dios no hubiera obrado en ellos, pero ¿cómo podría haberse llevado a cabo la obra de conseguir que muchos creyeran en su testimonio? La más enérgica afirmación de creencia por parte de los apóstoles, aunque podría haber influenciado en algunos, no habría producido esa bien difundida convicción que era necesaria para la creación del Cuerpo de Cristo.
El derramamiento del Espíritu Santo hizo esto. Por la manifestación de poderes sobrenaturales dio testimonio de la verdad de lo que los apóstoles declaraban:

"Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían." (Marcos 16:20)
Pablo describe el caso en términos similares:
"Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo." (Hebreos 2:3, 4)

En este sentido, el Espíritu Santo es nombrado testigo de la resurrección de Cristo:
"El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero....Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen." (Hechos 5: 30, 32)

Esto está en conformidad con lo que Cristo había dicho:
"Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio." (Juan 15:26, 27)

El poder concedido a los apóstoles para la confirmación de su testimonio fue depositado en ellos como tesoro celestial en un vaso terrenal, y ellos tenían el poder de impartirlo a otros. Esto es evidente por un incidente registrado en Hechos 8. Felipe el evangelista fue a Samaria y de tal manera proclamó la verdad (de la cual presentó milagroso testimonio), que muchos creyeron y fueron bautizados; pero éstos no recibieron en esa ocasión el don del Espíritu Santo:

"Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo." (Hechos 8:14-19)

Este poder de conferir el Espíritu era ejercido donde se recibía la verdad. En casi todos los casos registrados, la recepción del Espíritu seguía a la recepción de la verdad. Realmente era una cuestión de promesa que esto debía ser así. El día de Pentecostés, Pedro dijo:

"Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare." (Hechos 2:38, 39)
Esta promesa fue cumplida en la experiencia de las iglesias fundadas en los días de los apóstoles. El Espíritu distribuyó a los creyentes sus poderes sobrenaturales en diferentes formas y grados. Pablo dice:

"Hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere." (1 Corintios 12:6-11)

El objeto de esta difusión general de poder espiritual en los tiempos apostólicos lo declara Pablo de la siguiente forma:
"El mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error." (Efesios 4:11-14)

Esto es perfectamente comprensible. Si las primeras iglesias, compuestas de hombres y mujeres recién salidos de las abominaciones e inmoralidades del paganismo, y sin la norma autorizada de las Escrituras completas que ahora existen, hubiesen sido dejadas al simple poder de la tradición apostólica intelectualmente recibida, no se podrían haber mantenido unidas. Los vientos de doctrina que soplaban a través de las actividades de "hombres corruptos de entendimiento" (2 Timoteo 3:8), habrían roto sus amarras; habrían sido sacudidas por las oleadas de inciertos y conflictivos informes y opiniones, y finalmente encalladas en un naufragio sin remedio.

Esta catástrofe se evitó gracias a los dones del Espíritu. Hombres adecuadamente capacitados en la parte moral e intelectual, fueron designados como depositarios de estos dones, y autorizados para hablar, exhortar y reprender con toda autoridad (ver Tito 2:15). Ellos gobernaban las comunidades sobre las cuales eran colocados, apacentando la grey de Dios sobre la cual el Espíritu Santo los había hecho superintendentes, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre la heredad de Dios, sino siendo ejemplos de la grey (Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2, 3).

De esta manera las primeras iglesias eran edificadas y fortalecidas. La obra de los apóstoles era conservada, mejorada, y llevada a su consumación. La fe era completada y consolidada por la voz de la inspiración, hablando a través de los líderes de las iglesias, elegidos por inspiración. Por este medio, los resultados de la predicación del evangelio en el primer siglo, cuando no había aviones, teléfonos, u otros medios para la rápida circulación de las ideas, en vez de diluirse en la nada, como de otro modo habría ocurrido, quedaron afianzados y permanentes, tanto en lo que concierne a esa generación como a los siglos venideros.
Pero debe ser obvio que el caso es ahora muy diferente. No hay ninguna manifestación del Espíritu en estos días. El poder de continuar la manifestación indudablemente murió con los apóstoles; no que Dios no pudiera haberlo transferido a otros, sino que él los seleccionó como los canales de su otorgamiento en su época, y nunca, hasta donde tenemos evidencia, designó "sucesores."

Hay muchos que afirman ser sus sucesores; pero no es la palabra sino el poder de un hombre lo que se debe tomar como prueba en esta materia. Que aquellos que creen tener el Espíritu, demuestren sus evidencias. Hay un gran clamor referente al Espíritu Santo en la prédica popular; pero nada más. Hay fenómenos que son considerados efusiones del Espíritu Santo; pero no tienen parecido con aquellos de la experiencia apostólica, y por lo tanto, se deben rechazar. Son explicables sobre principios naturales.

Cuando un emotivo y altamente carismático predicador obtiene un público muy numeroso, no hay que extrañarse por qué, si sus inflamatorios esfuerzos tienen éxito en estimular a los susceptibles que haya entre sus oyentes a un estado de ánimo semejante al suyo. El está usando simplemente un medio natural, lo que produce un resultado natural. Si falta cualquiera de las condiciones naturales, el resultado es imperfecto.

Por ejemplo, el "espíritu" nunca desciende en el mismo grado en una reunión al aire libre como en una capilla atestada de gente, especialmente si ese día hay viento. No se reparte tan liberalmente a bancos de la iglesia medio llenos como en bancos totalmente ocupados. No viene tan rápidamente a la petición de un temperamento lerdo y de poca imaginación, especialmente si el hombre es de pequeña estatura, como ocurre en cambio si el es hombre robusto, excitable y bien constituido, o nervioso, vibrante y enfático. La razón es que todas estas condiciones son desfavorables para el juego del magnetismo latente del sistema humano.

Si hubiera sido el Espíritu Santo el que atendió estas operaciones, habría vencido todas las barreras, y no solamente eso, sino que su resultado sería de un carácter más digno y permanente que el de las impresiones hechas en "reuniones de renovación," y mucho más en armonía con lo que Espíritu ha dicho a través de su antiguo medio que los sentimientos inducidos en estas reuniones. Pero el hecho es que no se trata del Espíritu Santo en absoluto. No es más que el espíritu de la carne llevado a una excitación religiosa por medio de la influencia del temor, una excitación que cesa tan rápidamente como se retira la causa de su comienzo.

El resultado de una comprensión inteligente de lo que la palabra de Dios enseña y requiere es diferente de esto; tiene su asiento en el juicio, y se apodera del hombre mental entero, creando nuevas ideas y nuevas afecciones, y en general desarrollando un "hombre nuevo." En esta obra, el Espíritu opera a través de la palabra escrita. Este es el producto del Espíritu-las ideas de Dios reducidas a escritura por los antiguos hombres que fueron inspirados por él.

Por lo tanto es el instrumento del Espíritu, históricamente manejado; la espada del Espíritu mediante una metáfora que considera el Espíritu en los profetas y apóstoles en tiempos antiguos, como un guerrero. Por medio de esto, los hombres pueden ser subyugados a Dios, es decir, instruidos, purificados, y salvados, si reciben la palabra en corazones buenos y honestos, y "dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno." Por esto pueden llegar a ser de mente espiritual, que es "vida y paz" (Romanos 8:6). Los actuales días son días estériles, en lo que concierne a las operaciones directas del Espíritu. Tales días fueron predichos en el siguiente lenguaje:

"Enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oir la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán." (Amos 8:11, 12)�"Por tanto, de la profecía se os hará noche, y oscuridad del adivinar; y sobre los profetas se pondrá el sol, y el día se entenebrecerá sobre ellos. Y serán avergonzados los profetas, y se confundirán los adivinos; y ellos todos cerrarán sus labios, porque no hay respuesta de Dios." (Miq 3:6, 7)

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