El hábito de César Castellanos de
especular con la Biblia
¿Se puede especular con la Biblia? Por “especular” se entiende “perderse en sutilezas o hipótesis sin base
real”. El hermeneuta bíblico, para poder ser merecedor de tan distinguido título, debe ser
portador, por obligación sagrada, de una fuerte dotación de honestidad. Nadie debe tener la audacia
de abrir las páginas sagradas para manejar a su conveniencia algún pasaje de la misma. Sea pastor,
maestro de Escuela Dominical, maestro de escuela bíblica, escritor, teólogo, o evangelista, no puede
tergiversar ni el más corto de los textos bíblicos con la intención de darle base a sus creaciones
doctrinales. Tanto la especulación como la conjetura no tienen lugar dentro de los campos de la
hermenéutica y la exégesis.
Al hablar de la conjetura, no nos referimos a teorías diversas respecto al significado de algún pasaje
oscuro, difícil de interpretar. Lo que deseamos afirmar de la manera más categórica y enérgica posibles es que
no se pueden ni se deben elaborar espejismos interpretativos porque uno desea inventar alguna nueva
doctrina o defender algo que encaje en el esquema de sus ideas. El texto bíblico no está al servicio de quienes
desean gestar una nueva doctrina, ni mucho menos para darle génesis a una nueva religión. Es común oír en
círculos apologéticos los términos “denominación”, “secta” y “culto”. Pero mucho de lo que se considera
“secta” o “culto” no son otra cosa mas que nuevas religiones con brochazos bíblicos. La fuente a la cual
todas convergen es la Biblia: distorsionándola, conjeturando con ella, especulando, negándola,
añadiéndole, alegorizando lo que es objetivo y concreto, espiritualizando lo que es realidad material,
actualizando lo que es futurista, y haciendo futurista lo que es contemporáneo. Nadie debe sorprenderse de que
la Biblia es el libro de donde han salido más sectas, cultos, herejías y religiones heterodoxas.
Si existen dos mil años de trayectoria interpretativa de la Biblia, si desde el tiempo de los Apóstoles, los
Padres Apostólicos, los obispos que inquietos convocaron los concilios ecuménicos para determinar con claridad la fe de la Iglesia, sus eruditos que nos legaron una enorme cantidad de obras teológicas, si todo este esfuerzo
académico y espiritual se ha venido perpetuando como la espina dorsal de la Iglesia durante sus dos milenios de
existencia, ¿por qué es que cada vez que surge un nuevo movimiento heterodoxo dentro de la Iglesia cristiana,
tiene que haber un desprecio intencional y altivo a todo el esfuerzo glorioso que se ha mencionado para darle
prioridad a sus supuestas nuevas “revelaciones”? Ya se hizo referencia en un número anterior a María Baker G.
Hedí, fundadora de la Ciencia Cristiana; José Smith, fundador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Ultimos Días; Guillermo Miller, fundador de la Iglesia Adventista del Séptimo Día; Carlos Taze Russell,
fundador de Los Testigos de Jehová; Sun Myung Moon, fundador de la Iglesia Unificada. Todas estas personas
surgieron en los siglos XIX y XX.
Pero podemos hacer referencia también a los heresiarcas (autores de herejías) de los primeros
diecisiete siglos de la historia de la Iglesia y constatar que las similitudes entre todos ellos son idénticas. Todos ellos han portado, entre otros banderines, el de la irrebatible pretensión de introducir en la Iglesia nuevas doctrinas, nuevas revelaciones, nuevas estrategias, nuevos métodos, y ¡por supuesto!, reestablecer, si no fundar, la tan mencionada “iglesia verdadera”. Sucede lo que en cierto país sudamericano ocurrió hace muchos años. La
denominación Iglesia de Dios sufrió una división, y los que se separaron fundaron otra denominación con el
nombre La Iglesia de Dios; estos también sufrieron una división, y los que se apartaron denominaron su grupo La Verdadera Iglesia de Dios. César y Claudia Castellanos no difieren en nada a los heresiarcas que se han estado mencionando. Aún más, el arsenal de ellos es mucho más surtido que el de otros heresiarcas. En todo caso, las características de todos ellos son similares. Citaremos únicamente dos de ellas.
Una: En todo movimiento herético la deshonestidad interpretativa de la Biblia es un gen predominante.
Tan simple como esto: Si hay honestidad en el quehacer hermenéutico, no pueden haber aberraciones doctrinales.
La honestidad propulsa al hermeneuta a consultar lasmejores y más respetadas fuentes interpretativas de la
Biblia; a asesorarse con aquellos expositores bíblicos quehan establecido su reputación de doctos a través de
prolongados años de estudio, conocimiento de Las Escrituras, servicio a Dios, y transparencia espiritual. El
heresiarca rechaza los esfuerzos de los tales por la sencilla razón de que lo único que le importa es empujar
sus novedades a como de lugar. El trabajo de los teólogos es un fenomenal estorbo para él.
Dos: En todo grupo herético el protagonista se escuda con el broquel de una visión que le da génesis y
continuidad a su movimiento. Este es el caso de los Castellanos con el agravante de que sus visiones y
revelaciones son numerosísimas. Como no hay forma en que su movimiento tenga fuerza siguiendo la
interpretación tradicional de la Biblia, sus doctrinas clásicas, su himnología, liturgia tradicional, y sistemas
organizativos y administrativos, les ha sido imprescindible recurrir a las supuestas 1) visiones, 2) revelaciones, 3) conversaciones con Dios el Padre, 4) con el Espíritu Santo, 5) con nuestro Señor Jesucristo, 6) sueños, 7) experiencias extracorpóreas, 8) apariciones de ángeles, 9) profecías de personas que se han autoconstituido profetas y profetizas, 10) conjeturas, 11) atropellos despiadados a la Biblia, 12) tergiversación de los hechos, 13) testimonios de supuestas experiencias, 14) milagrería, y 15) crasas mentiras.
Como es clarísimo, todas las bases son exageradamente subjetivas. No hay un solo punto de apoyo que sea concreto. No hay bases bíblicas, ni respaldo en una sana teología. El sentido común le grita a uno que en las profesiones del mundo secular no se consentiría ni una milésima parte de lo que los Castellanos han impuesto en el ámbito religioso. ¿Qué le sucedería a un médico, a un arquitecto, a un ingeniero, a un abogado, a un físico, a un químico, si aplicara en su profesión los procedimientos que implementan en el mundo religioso los Castellanos? Si se les pregunta a los eruditos bíblicos más renombrados del mundo, los profesores de Biblia de los seminarios más respetados, qué piensan de las enseñanzas castellanas, el rechazo de ellas será unánime e inmediato.
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