A. El terremoto de Haití nos recuerda que vivimos en un mundo maldito por causa del pecado:
La Biblia nos enseña en el libro del Génesis que todo lo que salió originalmente de la mano de Dios en la creación era bueno en gran manera. De haber continuado en ese estado, este mundo habría sido un lugar sin dolor, sin desgracias ni muerte; un lugar seguro para el hombre y para todas las criaturas que Dios creó.
Pero eso dependía de una cosa: que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, y a quien le fue dada la responsabilidad de regir la tierra en Su nombre y para Su gloria, mantuviera su lealtad y su obediencia a su Creador. En ese sentido, había una conexión entre el estado espiritual del hombre y el equilibrio armonioso de la creación.
Pero el hombre no mantuvo su lealtad, sino que se rebeló contra Dios, y por causa de su desobediencia y rebeldía este planeta dejó de ser lo que originalmente fue.
“Maldita será la tierra por tu causa – dice Dios a Adán; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:17-19).
La muerte entró en el mundo por causa del pecado, y aún la tierra misma recibió el impacto de esa rebelión. “El perfecto equilibrio simbiótico de los elementos creados quedó trastornado… y dislocado” (Alan Dunn).
O como dice Erwin Lutzer: “La creación llegó a ser una víctima impersonal de la decisión personal que tomó Adán al rebelarse. La naturaleza está maldita porque el hombre está maldito; el mal natural… es por consiguiente un reflejo del mal moral porque ambos son salvajes, crueles y perjudiciales”.
Este mundo dejó de ser un lugar seguro, no sólo porque el hombre en su rebeldía ya no merecía vivir en un mundo equilibrado y armonioso, sino también para darnos una idea de lo horrible que es el pecado a los ojos de Dios.
“Dios puso al mundo natural bajo maldición – dice Piper – para que los horrores físicos que vemos en derredor nuestro en enfermedades y calamidades nos presenten una imagen gráfica de lo horrible que es el pecado. En otras palabras, la maldad natural es un indicador que nos señala los horrores de la maldad moral”.
“El mundo natural está plagado de horrores para despertarnos del mundo de fantasía que dice que el pecado no es una cuestión importante. (Cuando es en realidad)… una cuestión horrorosamente importante” (Piper).
Cuando veamos las noticias de la tragedia haitiana, no sentemos a Dios en el banquillo de los acusados; recordemos que este mundo es como es por la entrada del pecado. Dirigir nuestra rabia hacia Dios, no solo es inútil, sino también absurdo, tan absurdo como criticar a un juez que condena a un malhechor por un crimen que sí cometió.
Ahora bien, para que nadie saque conclusiones apresuradas de esto que acabo de decir, ahora debo añadir, en segundo lugar, que el terremoto de Haití también nos recuerda, o al menos debería recordarnos, que nuestra comprensión de los propósitos de Dios es limitado.
B. El terremoto de Haití nos recuerda que nuestra comprensión de los propósitos de Dios es limitado:
Muchos se preguntan si el terremoto de Haití será un juicio de Dios sobre una nación donde hay tanto oscurantismo espiritual y donde se practica el Vudú abiertamente. Y no debe cabernos ninguna duda de que esas prácticas religiosas son abominables a los ojos de Dios, ¿pero podemos estar seguros de que esa fue la razón por la que ocurrió este terremoto?
¿Creen Uds. que la República Dominicana es menos merecedora del juicio de Dios? Hablando acerca de esto, Al Mohler se pregunta:
“¿Por qué no le envió Dios un terremoto a la Alemania nazi? ¿Por qué ningún tsunami se tragó los campos de exterminio de Camboya? ¿Por qué el huracán Katrina destruyó más iglesias evangélicas que casinos? ¿Por qué dictadores asesinos viven hasta la vejez, mientras que muchos misioneros mueren en su juventud?”
Los juicios de Dios son insondables y Sus caminos inescrutables, dice Pablo en Rom. 11:33. Nosotros solemos relacionar las desgracias con el pecado y el bienestar con la bendición de Dios. Pero la providencia de Dios es muchísimo más compleja.
El Señor Jesucristo tuvo que corregir algunas de esas percepciones equivocadas durante Su ministerio: “En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:1-5).
Donald Carson hace tres señalamientos con respecto a la enseñanza del Señor en este pasaje:
1. Jesús no asume que aquellos que sufrieron bajo Pilato, o los que murieron cuando se derrumbó la torre, no merecieran su destino.
2. Jesús insiste que la muerte por esos medios no es evidencia de que los que sufrieron de ese modo fueran más malvados que los que escaparon a semejante destino.
3. Jesús considera las guerras y los desastres naturales… como incentivos al arrepentimiento. Pero ya hablaremos de esto en un momento.
Como dice Erwin Lutzer: Debemos ser cuidadosos con lo que decimos cuando ocurren este tipo de tragedias. “Si decimos demasiado, podemos equivocarnos, pensando que podemos leer la letra pequeña de los propósitos de Dios. Pero si no decimos nada, damos la impresión de que no hay un mensaje que podamos aprender de las calamidades… Dios sí habla a través de estos eventos, pero debemos ser cautos al pensar que conocemos los detalles de Su agenda”.
C. El terremoto de Haití nos recuerda que Dios sigue siendo misericordioso y compasivo con un mundo que le odia:
Cuando vemos el pecado y la rebeldía del hombre en su justa dimensión, en vez de sorprendernos por los desastres naturales, nos sorprendemos más bien de las muchas bendiciones que Dios derrama sobre un mundo que no lo merece.
Cristo mismo dice en Mt. 5:45 que Dios hace salir Su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos. Y en Hch. 14:17 Pablo dice a los ciudadanos de Listra que Dios no se ha dejado a Sí mismo sin testimonio, “haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y alegría nuestros corazones”.
Erwin Lutzer dice al respecto: “A menudo la misma gente que pregunta dónde estaba Dios después de un desastre se rehúsa ingratamente a adorarlo y honrarlo por los años de paz y calma. Ellos dejan de lado a Dios en los buenos tiempos, pero piensan que Él está obligado a ayudarlos cuando vienen los tiempos malos. Creen que el Dios al que deshonran cuando están bien debería sanarlos cuando están enfermos; que el Dios al que ignoran cuando son ricos debería rescatarlos de la inminente pobreza; y que el Dios al que rehúsan adorar cuando la tierra permanece firme debería rescatarlos cuando comienza a temblar”.
De hecho, aún en medio de tragedias como la de Haití nosotros podemos ver la mano bondadosa de Dios (la solidaridad del pueblo dominicano, el hecho de que nuestro país no haya sido devastado de tal manera que ahora puede extenderle una mano de ayuda, la ayuda internacional; aún me pregunto, sin minimizar el dolor y el sufrimiento de esa nación, cuánto bien puede venir fruto de esta tragedia que ha llamado la atención del mundo entero, sobre un país que ha sido siempre la cenicienta del hemisferio occidental).
D. El terremoto de Haití nos recuerda que la vida es breve, frágil e incierta:
Nos espantamos, y con razón, cuando vemos tragedias como estas; pero a veces olvidamos que en este mundo maldito por el pecado mueren unas 50 millones de personas al año, a un promedio de 6 mil personas por hora, más de 100 por minuto. Durante el tiempo que hemos estado reunidos aquí probablemente han muerto unas 7 mil personas, sin necesidad de un desastre natural.
Como dice Lutzer, “los desastres naturales atraen nuestra atención… porque intensifican de manera dramática la ocurrencia de la muerte y de la destrucción”.
Y de ese modo nos despiertan a una realidad que tratamos de evadir con todas las fuerzas de nuestro corazón: La vida es breve, frágil e incierta (comp. Ecl. 7:2; Sal. 90:12).
No necesitamos un terremoto para que Dios le ponga punto final a nuestra existencia en este mundo. Creyente, asegúrate de que estás usando bien las oportunidades que aún tienes de servir a tu Señor. Y tú, mi amigo incrédulo, asegúrate de no partir a la eternidad sin estar preparado para ello, teniendo cuentas pendientes con la justicia de Dios.
E. El terremoto de Haití nos recuerda que en este mundo caído debemos llorar con los lloran, y que los bienes que Dios nos da, y el bienestar que nos permite disfrutar, no es para uso exclusivo de nosotros mismos.
Dios no nos llama a tratar de interpretar todos y cada uno de Sus propósitos en las tragedias que sobrevienen a otros, pero sí nos llama a identificarnos con ellos en su dolor y a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para aliviar sus penurias (comp. 2Cor. 8:1-5).
“No hay gozo puro en este mundo para las personas a quienes les importan los demás” (Piper).
F. El terremoto de Haití nos recuerda el juicio de Dios que viene a este mundo pecador al final de la historia:
¿Saben una cosa? Por más terrorífico que haya sido el terremoto de Haití, la Biblia nos advierte que lo peor realmente está por llegar (comp. He. 12:25-29). El Señor advirtió claramente que a medida que la historia humana avance, el mundo experimentará lo que alguien ha llamado “contracciones escatológicas” (comp. Mt. 24:6-8). En la medida en que nos acerquemos al fin, las “contracciones escatológicas” de este mundo serán más seguidas y más intensas, como las mujeres cuando van a dar a luz.
G. El terremoto de Haití nos recuerda que hay una sola esperanza segura para este mundo pecador en Aquel que se identificó plenamente con nuestro dolor y sufrimiento:
Hace un rato decíamos que este mundo está maldito por causa del pecado, pero esa es solo parte de la historia. Tan pronto el pecado entró en el mundo Dios anunció la venida de un Redentor que habría de restaurar plenamente lo que el pecado había dañado. ¡Y a qué precio!
Si nos espanta el sufrimiento humano, mucho más espanto deberíamos experimentar al ver al santo Hijo de Dios crucificado en una cruz. Como bien ha dicho alguien, en cierto modo ese fue el acto más injusto de la historia y, sin embargo, fue ese acto tan injusto el que hizo posible que pecadores como tú y como yo pudiesen encontrar perdón y misericordia en la presencia de Dios.
Cuando llegue aquel día en que todos comparezcamos ante el juicio de Dios veremos que la mayor tragedia del hombre no fueron las desgracias que aquí padecieron, ni la mayor bendición fue haber sido librado de ellas.
Lo que trazará la línea divisoria es lo que hicimos con ese Dios que se identificó de tal manera con la miseria humana que sufrió el más grande de los dolores para poder rescatarnos: la segunda persona de la Trinidad, Dios el Hijo, se hizo Hombre para morir en una cruz y así establecer una base justa para el perdón de nuestros pecados. “El justo murió por los injustos para llevarnos a Dios” (1P. 3:18).
Cuando veas las imágenes del terremoto en Haití recuerda que lo peor está por llegar, pero que hay una esperanza segura a la cual puedes acogerte aquí y ahora, viniendo a Cristo en arrepentimiento y fe.
Sí, vivimos en un mundo muy inseguro por causa del pecado, pero hubo Uno que enfrentó el pecado cara a cara y lo venció en el mismo terreno en que el primer hombre fue derrotado.
Y hoy ofrece perdón y vida eterna gratuitamente por gracia, por medio de la fe. No desprecies la misericordia de Dios en Cristo que hoy te da la oportunidad de arreglar tus cuentas con la justicia divina cuando todavía estás a tiempo.
© Por Sugel Michelén
Sí, vivimos en un mundo muy inseguro por causa del pecado, pero hubo Uno que enfrentó el pecado cara a cara y lo venció en el mismo terreno en que el primer hombre fue derrotado.
Y hoy ofrece perdón y vida eterna gratuitamente por gracia, por medio de la fe. No desprecies la misericordia de Dios en Cristo que hoy te da la oportunidad de arreglar tus cuentas con la justicia divina cuando todavía estás a tiempo.
© Por Sugel Michelén
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