Por: Chuy Garcia
¿Qué tanto del trabajo que hacemos los ministros de alabanza en la iglesia de hoy proviene realmente de Dios… y qué tanto proviene de nosotros mismos?
1Co 2:1-5 Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Pablo está hablando a los Corintios en medio de un mundo lleno de corrientes de pensamiento y de filosofías de origen humano. Él se deslinda de ello y deja claro que su predicación se fundamenta en el poder de Dios. El apóstol deja claro que Dios lo ha llamado a presentar estrictamente el evangelio, a dar testimonio de Cristo, a proclamar las grandes verdades de Dios.
Los que ministramos en la iglesia deberíamos tener esta claridad de objetivos. Así, por ejemplo, todo ministro entendería que su trabajo no consiste en entretener a la gente, sino en hablar la Palabra de Dios para edificación de la iglesia, para crecer en la fe en Cristo Jesús. Y es que tenemos la importante misión de ministrar de tal manera que partimos al mundo en dos, separando lo que es santo de lo que es inmundo. Cuán bueno sería que cada vez que apareces en la plataforma tu congregación tuviera la certeza de que hablarás sólo la Palabra de Dios, que ministras siempre conforme a la Biblia, no con tu propia sabiduría sino bajo el poder de Dios.
En ese marco, te aconsejo que tu ministración no sea con gritos o con cantos tan complicados o tan altos que ni tú ni la congregación los pueda cantar, y mucho menos que uses movimientos indignos. Muchos lo hacen así, imitando a los cantantes cristianos de moda, los llamados “salmistas” que andan quien los contrate para algún evento pero que dejan claro con su música y con su vida que no tienen nada de la vida de Dios. No busques, como estos, meramenteemocionar a la iglesia con hermosas melodías que llegan a estar incluso cargadas de sensualidad.
Porque Dios nos ha llamado a edificar a la iglesia, a ser verdaderos adoradores y a servir a nuestra congregación, no a ser estrellas errantes, que es pura vanidad y apego al mundo. Cuídate de no hablar según tus emociones, guarda tu corazón de pensar que sabes cómo manejar a la gente, no hables demasiado porque en el mucho hablar está el pecado. Ministra bajo la dirección del Espíritu Santo. Sólo si estás nutrido de su Palabra y si Jesucristo es el centro de tu ministración serás un buen ministro.
Pablo no pretendía predicar otra cosa que a Jesucristo crucificado: que esta sea la base de tu vida cristiana y de tu ministerio. No ministres otra cosa que a Jesucristo, deja claro que Él es el Señor.Con eso estarás apartando lo carnal de lo santo. Recuerda que hemos de ministrar para que la gente se enamore de Dios, del Dios de la misericordia, del Dios de toda gracia.
No intentes persuadir a la gente a que crea por tu historia familiar ni por tus vueltas al mundo en los mejores aviones, hoteles e iglesias. De nada de eso debes hablar, sino más bien del poder de Dios. Así la iglesia se persuadirá de lo que debe: de sus pecados, de que necesita volver a Dios.
Nunca prediques sobre ti mismo, de lo bueno que eres o de la gran fe que tienes, ni de lo que te pasó y de lo bien librado que saliste de alguna situación. No hagas que a la gente le importe lo tuyo: la gente necesita a Jesucristo y a éste crucificado. Que la iglesia ponga su adoración en Él y no en el gran ministro. La iglesia debe ser ministrada conforme a la palabra de Dios.
Te quiero dejar lo que entiendo como la responsabilidad de un buen ministro, que son palabras de Pablo a Timoteo y, por extensión, para todos los que servimos a Dios y a la iglesia:
1Ti 4:13 Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza.
Estas son las tres cosas más importantes a las que debe dedicarse un ministro: la lectura, la exhortación y la enseñanza. La palabra debe abundar en tu corazón. Para que la fe de la iglesia no esté fundada en el pastor, en la denominación, en el apóstol o en el salmista…
1Co 2:5 … sino en el poder de Dios.
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