Desde la caída del gobierno talibán en 2001, la producción de opio en Afganistán ha aumentado dramáticamente.
La proximidad geográfica de Rusia con la región la ha convertido en un enorme consumidor, enviando a miles de rusos a la tumba cada año.
Hace un par de semanas, en un sitio con tres horas de diferencia frente a la hora moscovita, yo estaba observando a una madre que lloraba frente al cuerpo sin vida de su hijo de 20 años de edad.
Estar ahí se sentía casi como una afrenta, una intrusión en su dolor inconsolable.
La razón para mi presencia, la razón por la que me permitió estar ahí, es que su hijo, Igor, había muerto por la heroína.
Es un hecho triste que en Rusia los hombres, en particular, mueren jóvenes.
En promedio, un hombre ruso tiene suerte de llegar a los 60. En el corazón gélido de Siberia mueren más jóvenes aún: en promedio alrededor de los 57 años.
El alcohol es de lejos la mayor causa. Más de medio millón de rusos mueren por esa causa cada año.
Pero desde comienzos de la década de 2000, otros dos asesinos han estado propagándose a velocidades de miedo a lo largo de Rusia, pisándose los talones.
Uno de ellos es la heroína, el otro es el VIH (Virus de Inmuno Deficiencia Humana).
Cerca de Afganistán
En Estados Unidos, hay cerca de 800.000 adictos a la heroína. En el Reino Unido, entre 200.000 y 300.000.
En Rusia, la cifra llega a 2,5 millones. ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia en Rusia? Tal vez tiene algo que ver con el clima.
En un país que pasa la mitad del año en la penumbra, la depresión es un problema grande.
Pero, de lejos, la principal razón es la geografía.
Basta con mirar un mapa del mundo y trazar una línea al norte desde Afganistán.
La gran extensión de Rusia abarca al continente de Eurasia de extremo a extremo.
Escuchamos bastante acerca de los efectos de la heroína afgana en las calles de Europa.
Pero los países que realmente sufren son los que están cerca de Afganistán, países de los que sabemos poco y que nos importan aún menos - Tayikistán, Kirguistan, Kazajstán y el mayor de todos – Rusia.
Si se sigue esa línea al norte eventualmente se llega a la ciudad siberiana de Novokuznetsk.
Nueva vida
Fue ahí que encontré a un grupo sorprendente de jóvenes. Vlad tiene los hombros y cuello ancho de un vigilante de discoteca. Pero hoy está entrenándose para convertirse en un sacerdote protestante.
También es el padre virtual de 25 jóvenes. Vlad es un ex adicto a la heroína, como lo son todos sus empleados y los jóvenes a los que cuida.
Entre ellos está un joven intenso llamado Sergei, que renunció a la heroína hace casi nueve meses.
El hecho de que haya podido renunciar a la droga y escoger una nueva vida habla mucho del trabajo de Vlad y su equipo.
Tenemos que hacer dinero de alguna manera, y por aquí nunca faltan clientes para las funerarias
Vlad
Sergei empezó a vender drogas a los 15 años y a los 20 era un traficante importante de heroína. En 2007, su hermano murió en una pelea con otros traficantes.
“Yo había enterrado a toda mi familia. Ya no me quedaban razones para vivir, apenas me acostaba en una cama y me inyectaba”, asegura.
Ahí lo encontró Vlad hace un año, cerca a la muerte. Hoy está saludable.
Pero su caso es una excepción.
No es de extrañar que Vlad y su banda de ex adictos tengan un particular sentido del humor.
En uno de los cuartos del centro de rehabilitación han instalado un taller donde tres jóvenes trabajan armando, al parecer, ataúdes.
“¿Por qué hacen ataúdes?”, les pregunto sorprendido.
“Tenemos que hacer dinero de alguna manera, y por aquí nunca faltan clientes para las funerarias”, contesta Vlad.
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