La parábola de la universidad.
En todos los colegios y universidades, las personas estudian fuerte para recibir una nota “A” al fin de curso. Cuando yo era un estudiante, hacía lo mismo. Sin embargo, tuve una clase diferente. Era un curso del cuarto y último nivel universitario que solo tomaban los que se especializaban en química y física, y éramos solo cuatro o cinco estudiantes en esa clase. El primer día de clase, nuestro profesor nos sorprendió con el siguiente anuncio: “No tienen que preocuparse por la nota en este curso. Todos recibirán una ‘A’. ¡Ahora todos podemos tranquilizarnos y disfrutar la materia!”. Eso es exactamente lo que Dios hace en la justificación (Dios nos declara justos ante los ojos de su ley, por la justicia de Cristo en nosotros, Romanos 5:1). ¡Dios nos da una “A” al comienzo de la vida cristiana! No trabajamos para merecer la vida eterna al fin de nuestro curso; tenemos la vida eterna. (Juan 5:24) ¡Nos gloriamos ahora mismo que solo algunos latidos más del corazón, y estaremos en el cielo! (Romanos 5:2).
Los inconversos religiosos tienen dos respuestas básicas a esta doctrina. Por un lado, el legalista la odia. Este autosuficiente Fariseo, solo hace “buenas obras” porque está tratando de recibir una “A” al fin de su vida. Si pudiera, le gustaría vivir en el pecado, y resiste el hecho de no tener la oportunidad de hacerlo. Esta es su objeción: “Si Dios les da a los hombres vida eterna al principio de la vida cristiana, ¿qué les impediría seguir pecando? Si Él les da a los hombres una ‘A’ al principio del curso, nadie estudiará la materia.”(Romanos 6:1).
Por otro lado, el hombre religioso que no guarda la ley, le gusta la doctrina de la justificación por la fe. “Bien, ¡ya he recibido una ‘A’! Ahora puedo botar mi libro en la basura, ignorar al maestro y hacer lo que yo quiero.” Tales hombres “convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje.” (Judas 4). Ven este “regalo de gracia” como una “licencia para pecar.” En este día de “fácil-creencia”, donde una persona dice una pequeña oración, pasa al frente o algo parecido sin un verdadero arrepentimiento (Mateo 3:7-8), iglesias en todo lugar están llenas de tales inconversos-personas perdidas a quienes les gusta pensar que son “cristianos carnales.”
¿Cuál es el error del razonamiento de ambos el legalista y el libertino? ¿Nos da Dios una “A” al principio de nuestro curso, solo para que sea más fácil faltar a clase y todavía recibir una buena nota? ¿Justifica legalmente Dios al criminal, solo para que el criminal pueda continuar matando, violando y robando, con la única diferencia de que ahora él tiene inmunidad del castigo? ¡Absolutamente no! ¿Qué hace Dios? ¡Al mismo momento que nos da una “A” al comienzo del curso, el también nos cambia por dentro para que nos encante estudiar la materia! En otras palabras, cuando Dios justifica al hombre, Él también lo regenera. La regeneración es inseparable de la justificación, y la justificación nunca ocurre sin la regeneración. Y esta es la respuesta de Pablo a ambos, a los judíos legalistas quienes reclamaban que su enseñanza podría llevar a los hombres a “continuar en el pecado”, y a los libertinos que querían usar su enseñanza como una oportunidad para el libertinaje: “¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” De acuerdo a Pablo, cada creyente ha pasado por una transformación radical que le hace imposible continuar en el pecado. Esta transformación toma lugar en la regeneración. La verdadera “gracia” siempre nos enseña “que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente.” (Tito 2:11-12). La marca invariable de un hombre que ha encontrado una paz genuina con Dios, es que inmediatamente comienza una búsqueda por el resto de su vida en pos del Dios que ahora ama (Filipenses 3:10) (Por otro lado el hombre que tiene una falsa paz, vuelve a sus propios intereses egoístas en cuanto se siente seguro de los peligros del infierno). El verdadero creyente nunca usará la gracia como una “licencia para pecar”, ¡él ya pecó más de lo que quiere!
Entonces los creyentes hacen buenas obras, no porque quieren merecer una “A” de Dios, sino porque se les ha dado corazones nuevos para amar el “estudio de la materia.” Esto provoca preguntas penetrantes: ¿Leo la Biblia y oro porque tengo que hacerlo? ¿Me siento mal por qué no puedo seguir pecando como el resto del mundo? ¿Hay algo en mí que solo ame a Dios por quien Él es y ame el bien en sí? ¿Me deleitan las cosas de Dios? Las respuestas a tales preguntas nos dirán mucho acerca del estado de nuestras almas.
Que el Señor Jesús nos conceda el amarlo cada día más.
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