viernes, 17 de agosto de 2012

Orar si cesar


Alguien ha escrito y con sobrada razón: “La oración es fuente de poder”. La iglesia del siglo veinte debe ser una iglesia de oración; debemos restaurar los altares rotos; sufrimos un síndrome más, el de la oración.
Al estudiar la vida y obra de Jesús vemos que él hizo de la oración, una práctica diaria. No sólo enseño a orar sino que hizo de la oración una dulce devoción. Oró en los momentos alegres así como en los más difíciles; siempre oró. Con razón, el gran apóstol Pablo nos exhorta a “orar continuamente”.
Los apóstoles de Jesús hicieron de la oración un altar.
Habían aprendido bien la lección. Todos los apóstoles hablan de la oración. Enseñan a la iglesia a orar, mandan que se ore por todos los hombres —por los grandes, por los pequeños; por los ricos, por los pobres; por los blancos, por los negros, por los amarillos y hasta por los “rojillos”.
Con cuánta razón el himno nos dice: “Dulce oración, dulce oración, de toda influencia mundanal, elevas tú mi corazón al tierno Padre celestial”.
La iglesia de Cristo del primer siglo era una iglesia de oración:
“Perseveraban… en las oraciones” (Hechos 2.42). “Y ellos, habiéndolo oído —la liberación de Pedro y Juan— alzaron unánimes la voz a Dios” (Hechos 4.24). “Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7.60).
La iglesia actual en todas partes necesita acelerar el paso. Es decir, continuar, perseverar en la oración “sin cesar”. Una iglesia que no ora es una iglesia lejos de Dios, de su gracia; es una iglesia que pronto dejará de existir, de dar luz. Hay necesidad de reanudar el camino; re-estimular la bella práctica de la oración, reanudar el camino de Jesús.
A las innumerables crisis que ya tenemos, añada la de orar. “La solución somos todos”, a nivel individual oremos; construyamos un altar en nuestro hogar. La oración nos hará más espirituales y más útiles en el reino eterno de Dios. Benévolo lector, te invito a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos…”
—Pablo Martínez D.