“Pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto”, Salmo 78:18.
El cerebro humano es capaz de guardar mucha información. Dentro de esas capacidades, el gusto, uno de nuestros cinco sentidos y forma parte de las facultades desarrolladas por el cuerpo humano. El gusto estriba en una información para nuestro cuerpo, y nos permite determinar lo que preferimos y lo que rechazamos. Todos tenemos gustos diferentes, y hemos desarrollado preferencias diferentes, lo que le gusta a una persona le puede parecer repugnante a otra.
El tener gustos diferentes forma parte de nuestra naturaleza. En lo natural, esto no tiene repercusiones, pero en lo que respecta a Dios, esto es fatal. En la vida con Dios, tenemos que desarrollar el deleite por la comida divina. Israel se cansó del maná, que era la comida que Dios proveyó durante 40 años que duró la peregrinación por el desierto.
“Pidieron comida a su gusto”, es decir, que la que tenían no les parecía adecuada; por eso rechazaron el maná, la comida celestial, para pedir una comida a su gusto. Les parecía que el maná era “pan liviano”. ¿Cómo es posible que lo que Dios provee pueda llegar a parecer liviano e insatisfactorio? La respuesta está clara en Números 11:4-6: “¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos”.
Israel había guardado en su memoria, en su paladar, en su corazón, los sabores de Egipto... ¡Qué mucho pueblo de Dios hoy día está sufriendo del mismo problema de gusto y sabor! ¡Cuántos en la iglesia anda con dificultades a la hora de comer la Palabra que viene del Cielo!
Recuerde que el maná es tipo de nuestro Señor Jesucristo; y rechazar el sabor de Cristo es ponerse a sí mismo fuera de la herencia, de la salvación, de la vida eterna. Al pedir comida a su gusto, ellos se referían al gusto que habían desarrollado en Egipto, al que Egipto les había acostumbrado. Esto los llevó a preferir las ollas de Egipto que vivir en las mesas del Reino de los Cielos, a pesar que las ollas de Egipto producen esclavos y el maná produce hijos y príncipes de Dios.
Salmo 78:23-25 sigue describiendo lo que Dios les había dado en el desierto: “Mandó a las nubes de arriba, y abrió las puertas de los cielos, e hizo llover sobre ellos maná para que comiesen, y les dio trigo de los cielos. Pan de nobles comió el hombre; les envió comida hasta saciarles”. Lo que se rechaza evidencia la posición del alma, manifiesta la realidad espiritual de la persona.
Amados, es alarmante constatar cuántos en las congregaciones andan pidiendo comida a su gusto. Y cuando no se accede a sus exigencias, salen a buscar en otros lugares para que se les dé comida a su gusto. En la actualidad, no faltan líderes dispuestos a dar lo que se les pida con tal de tener la iglesia llena. Traen las ollas de Egipto al templo, para que nadie se atragante o se indisponga con el maná.
Pero también es evidente lo que ocurre cuando se come la comida de sustitución: “Comieron, y se saciaron; les cumplió, pues, su deseo. No habían quitado de sí su anhelo, aún estaba la comida en su boca, cuando vino sobre ellos el furor de Dios, he hizo morir a los más robustos de ellos, y derribó a los escogidos de Israel” (Salmo 78:29-31).
Es tiempo de mantener en el corazón el sabor del maná, de la Palabra de Dios sin imitaciones, ni edulcorantes, ni manipulaciones. Recuerde que quién se mantenga en el maná, comerá en Canaán; pero quien pida comida a su gusto perecerá en el desierto. Nosotros seguiremos prefiriendo el sabor antiguo de la Palabra de Dios.