Jesús Cristo: El Juez
Del libro La Cristiandad extraviada
por Robert Roberts
Es sumamente importante que este hecho sea claramente reconocido, porque es parte de la verdad acerca de Jesús, que forma un rasgo prominente en la proclamación del evangelio. Esto es evidente por los siguientes pasajes bíblicos: primero, aquel en el cual Pablo coloca la doctrina del juicio eterno entre las enseñanza básicas (Hebreos 6:2); segundo, la declaración de Pedro: "Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos" (Hechos 10:42); tercero, la declaración de Pablo de que hay un "día en que Dios juzgará por Jesús Cristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio" (Romanos 2:16).
Estas evidencias generales están reforzados por los siguientes textos que presentamos en detalle, por motivo de la importancia de las creencias claras y ceñidas a las Escrituras sobre el tema:
"El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero." (Juan 12:48)
"Todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados." (Romanos 2:12)
"La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará." (1 Corintios 3:13)
"Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno..." (1 Pedro 1:17)
"...el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios: el cual pagará a cada uno conforme a sus obras...en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres." (Romanos 2:5, 6, 16)
"Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo...De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí." (Romanos 14:10, 12)
"No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones." (1 Corintios 4:5)
"Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo." (2 Corintios 5:10)
"Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino..." (2 Timoteo 4:1)
"...pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos." (1 Pedro 4:5)
"...para que tengamos confianza en el día del juicio..." (1 Juan 4:17)�
"...y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos..." (Apocalipsis 11:18)
De este modo, la afirmación de que el juicio es uno de los privilegios y funciones del Mesías está basada en un fundamento bíblico muy sólido, no sólo como un hecho aislado sino como una parte esencial de la verdad que está en Jesús. Es evidente el significado de este hecho para la misión del Mesías, particularmente en nuestra dispensación.
Pablo define esta misión brevemente como "purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras" (Tito 2:14), y Santiago dice: "...Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre" (Hechos 15:14). El modo de llevar a cabo esta obra es la predicación del evangelio. Una invitación ha salido a los extremos de la tierra, para los habitantes de cualquier "linaje y lengua y pueblo y nación" (Apocalipsis 5:9), para que se hagan siervos del Mesías y herederos del reino que Dios ha prometido a aquellos que le aman.
Durante el período de los tiempos de los gentiles el número de quienes han respondido a su llamado es considerable; pero no todos los que así son llamados son también escogidos (Mateo 22:14), porque muchos de los que aceptan la palabra predicada no son influenciados por ella al grado de presentar sus cuerpos "en sacrificio vivo, santo, agradable" (Romanos 12:1). Como en el caso de los israelitas bajo Moisés, "no les aprovechó el oir la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron" (Hebreos 4:2).
Como el suelo era malo, la semilla no produjo resultado alguno de importancia. La red del reino (Mateo 13:47), sumergida (por medio de la predicación) en el océano de "pueblos, muchedumbres,
naciones y lenguas," encierra peces malos así como buenos.
La promulgación del evangelio produce no solamente siervos sino también rechazadores, y no sólo siervos fieles sino también infieles.
No sólo eso, sino que además hay diferentes grados de mérito entre aquellos que son fieles. Algunos siembran abundantemente, otros escasamente. Algunos producen fruto a treinta, y otros a ciento. Ningún mortal puede valorar los grados de servicio. Ninguno de los siervos puede decir:
"Este será estimado mucho, y aquel poco, y el otro nada." En este asunto, se les mandó "no juzguéis" (Mateo 7:1), y en verdad no pueden hacerlo; sin embargo, si están inclinados a la censura, pueden intentarlo y pecar. Existen secretos ocultos (buenos y malignos) que se tienen que conocer antes de que se pueda emitir un juicio justo. "El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón" (1 Samuel 16:7).
Aquí, pues, está una gran comunidad compuesta de vivos y muertos, cada miembro estrechamente vinculado con los demás, y sin embargo cada uno sosteniendo una problemática relación con la meta en la cual ha fijado su corazón: lograr la inmortalidad y heredar el reino de Dios.
Desde el punto de vista de los demás miembros de la comunidad, cada uno tiene derecho a la bendición prometida, y sin embargo cada uno tiene una relación con Dios tal que la infidelidad traerá su condenación, aunque reciba la aprobación de todos sus compañeros.
¿Cuándo y por qué medio se decidirá esta interminable variedad de casos? ¿Cuándo y cómo habrá un arreglo de la cuenta aún abierta entre la Deidad y sus siervos? Todo esto es totalmente complicado e incomprensible para el hombre. ¿Ha considerado Dios por qué medio se llevará a cabo esta tarea sobrehumana, tomando en cuenta este balanceo del bien y el mal en la infinita diversidad de millones de vivos y muertos? ¿Cómo se determinarán los diminutos grados de mérito y desmerecimiento que tienen los hombres responsables de cien generaciones? ¿De qué manera se recompensarán, en justa proporción, las desconocidas y olvidadas acciones de constancia y misericordia? ¿Cómo se efectuará el descubrimiento y castigo de malos pensamientos, malevolencia oculta, lenguaje áspero y acciones vergonzosas? ¿Ha hecho Dios arreglos para semejante escrutinio de los asuntos de su pueblo, que efectuará la separación del mal y el bien y dará el galardón a los justos y el castigo a los inicuos?
La respuesta que algunas veces se ha dado a esta pregunta es cierta en un aspecto, pero equivocado en otro. Se dice que "conoce el Señor a los que son suyos" (2 Timoteo 2:19), y que por lo tanto, no hay necesidad de juicio; que Dios "discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4:12), y que Jesús "no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre" (Juan 2:25). Esto es cierto, y marca la diferencia entre el tribunal de Cristo y un tribunal humano que lleva a cabo una investigación para cerciorarse de los hechos. Pero cuando esta verdad es utilizada para remover la necesidad de juzgar a los vivos y a los muertos, se aplica con un resultado ilógico y nocivo. Es ilógico porque de ninguna manera implica que las percepciones omniscientes de la Deidad no van a ser oficialmente reveladas, especialmente cuando, como en este caso, tales percepciones definen la condición de los comparecientes, y determinan su destino al ser reveladas.
En todos los tratos entre el hombre y Dios, éste se acomoda invariablemente a las necesidades y el limitado discernimiento del hombre.
¿Por qué permitió Jehová que una generación infiel de israelitas escapara de Egipto bajo la dirección de Moisés y pasara por las experiencias milagrosas del desierto, para posteriormente condenarlos, en vez de actuar según su conocimiento y destruirlos sumariamente en una noche, como a los asirios, sin aviso ni explicación? Porque estaba ansioso de comunicar al entendimiento humano los métodos de su proceder moral, lo que únicamente podía hacer actuando según los métodos y procesos humanos.
¿Por qué permitió que Coré, Datán y Abiram permanecieran en el campamento y molestaran a la congregación intentando una rebelión contra Moisés y Aarón, en vez de actuar según su omnisciencia y desarraigarlos al comienzo de su peregrinación, y de este modo evitar a la nación los disturbios? Porque semejante procedimiento, en vez de ilustrar y justificar los caminos de Dios al hombre, los habría envuelto en el misterio, y les habría dado apariencia de capricho e injusticia.
¿Por qué tuvo Jehová tanta paciencia con los judíos y su obstinación, sabiendo de antemano que finalmente rechazarían a todos sus mensajeros y a su propio Hijo? ¿Por qué Jesús, que discernía los espíritus, toleró a Judas hasta que éste demostró su culpabilidad traicionando a su Maestro?
¿Por qué permitió el Espíritu que Ananías y Safira llegaran a la presencia de los apóstoles y pasaran por la formalidad de oír su propia condenación, antes de que su mentira fuese castigada con la muerte? En realidad, ¿por qué ocurren las cosas así? ¿Por qué la Deidad no organizó las cosas terrenales de tal manera que la obediencia y no la desobediencia fuese la norma?
Toda la historia del procedimiento divino, en relación con los asuntos humanos, muestra que nunca se ha permitido a la divina omnisciencia ni por un momento impedir o anticipar el desarrollo natural de los acontecimientos, sino más bien se establece y pone en vigor la ley por la cual todo tiene su curso completo y lógico hasta alcanzar la consecuencia final.
Decir que porque Dios distingue a los justos de los inicuos, no los someterá a la formalidad de un juicio, es razonar contra toda actuación de la Deidad expuesta en la Biblia. Es cierto que la Deidad todo lo sabe; pero ¿no es necesario que los justos y los inicuos también lo sepan? ¿Cómo se sabrá que los justos son aprobados, y los inicuos condenados, y que la Deidad es justificada, sin que él declare públicamente lo que sabe?
La idea de que no habrá juicio formal es también nociva porque implica el rechazo de una de las enseñanzas fundamentales de Cristo. Se ha citado suficiente testimonio para mostrar que la doctrina del juicio de vivos y muertos que efectuará Cristo es una parte esencial de la proclamación de su evangelio. Se puede afirmar además, basándose en las consideraciones ya mencionadas, que lógicamente considerado, el juicio es una parte natural y necesaria de las buenas nuevas.
Una de las mejores fuentes de alivio que provee la verdad, es el conocimiento de que los pleitos, malentendidos e injusticias de la actual mala administración de las cosas están destinados a presentarse ante un tribunal infalible, en el cual todo hombre tendrá alabanza o condenación, de acuerdo con lo que se revele acerca de él.
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