La Fe que salva al que cree
David Macías Isaza
Porque os digo que no comeré más de ella, hasta que se cumpla en el reino de Dios (Lucas 22:15-16) porque os digo, que no beberé del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. (Lucas 22:18)
Jesús se está despidiendo pero les dice a sus discípulos que no beberá vino otra vez ni comerá la pascua hasta que venga el Reino de Dios, por supuesto ese reino bendito aún no ha llegado, pero esto son buenas noticias para nosotros que tenemos la oportunidad de poner nuestra esperanza en éste reino de justicia y no poner nuestra esperanza en ilusiones como el dinero o las riquezas engañosas de este siglo malo, de éste mundo maligno. Por esto Pablo le recomienda a Timoteo acerca de los ricos:
A los ricos de este mundo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas inciertas, sino en el Dios vivo, quien nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos, que con facilidad comuniquen; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir; que echen mano de la vida eterna. (1 Timoteo 6:17-19)
A los ricos Pablo les manda que pongan su esperanza en el Reino venidero y no en las riquezas pasajeras de éste mundo, puesto que cuando se inaugure el Reino, los pobres y humildes heredarán la tierra y el Mesías repartirá las naciones entre sus elegidos.
¿Qué debo hacer para heredar el reino de Dios?
Bienaventurados los mansos; porque ellos heredarán la tierra. (Mateo 5:5)
Pocos parecen creer ésta promesa que Dios nos dió a través de Jesús el Cristo, pocos parecen entender que ése bendito reino esperado será en esta misma tierra que heredaremos si perseveramos en la mansedumbre, dejándonos guiar y gobernar por Dios y haciendo sólo su voluntad. En ésta frase se resume toda la esperanza cristiana. Dios espera que nuestra fe produzca frutos de arrepentimiento, obras que muestren que realmente creemos lo que Dios ha dicho.
Y al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré potestad sobre las naciones; y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como también yo he recibido de mi Padre. (Apocalipsis 2:26-27)
Es interesante que dice “al que venciere”, esto quiere decir que la vida del creyente es una lucha donde hay que vencer y perseverar hasta el fin, para poder alcanzar la salvación. Jesús recibió autoridad sobre las naciones, aunque aún no la esté ejerciendo (pero la ejercerá) y promete darnos la misma autoridad que él recibió de Dios. Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha escogido Dios a los pobres de este mundo, ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? (Santiago 2:5) Dios premia a los que son ricos en fe y actúan de acuerdo a ella. ¡Que diferente nos habla la escritura comparándola con los actuales predicadores de abundancia y “super fe”!
La fe bíblica es realmente muy distinta a lo que hoy muchos creen y enseñan. Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (Santiago 2:14) Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. (Santiago 2:17)
La verdadera fe lleva consigo una acción consecuente. Todas las escrituras declaran esto mismo. Una fe que no se demuestra con hechos, no es la verdadera fe. Creer en el evangelio no es algo telepático o mental, no es algo abstracto sino demostrable, práctico y evidente. Dios mismo nos extiende su invitación personalmente:
Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho es. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré de la fuente del agua de vida gratuitamente. El que venciere, heredará todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Mas los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras, y todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. (Apocalipsis 21:5-8)
El lector sensato notará que la invitación de Dios acarrea un requisito para poder recibirla, también verá la lista de personas que no podrán tener parte en resurrección y el reino de Dios; y si es honesto, verá que en alguna de éstas definiciones encajamos todos los mortales. ¿Qué pues? ¿Cómo ser salvo? La respuesta es sencilla: ¡Arrepiéntase, cambie su forma de pensar y de vivir! y ¡crean en las buenas noticias! También tenemos esta promesa: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. (1 Juan 1:8-10)
Si confesamos nuestros pecados ahora mismo, delante del Dios eterno que está en todas partes y todo lo ve, seremos también limpios de maldad, puesto que quien confiesa su pecado, declara que no ama al pecado y que no quiere vivir esclavo del pecado. Ésta es la forma de vencer el pecado que nos presenta la escritura y éste camino lleva a la vida eterna.
La confesión y el arrepentimiento deben ser pues constantes hasta el fin, para poder vencer y participar del reino y debemos ser fuertes y luchar con todas las fuerzas para no complacer los deseos perversos de nuestra naturaleza pecaminosa. Orando y fortaleciendo el espíritu para que los malos deseos no se enseñoreen en nuestro interior.
Debemos dejar de alimentar los malos deseos y malos hábitos, malas compañías y dejar de frecuentar malos sitios, debemos dejar las malas conversaciones, los vicios y adicciones y poner nuestra mirada en las cosas que están reservadas en el cielo, que vendrán con el Mesías en aquel día glorioso. Toda nuestra esperanza debe estar concentrada en éste magno evento sin precedentes en la historia.
El lector que sea un creyente nacido de nuevo, verá que éstas palabras concuerdan con lo que el espíritu que está en él le insinúa constantemente, pero el no creyente encontrará tal vez ridículas y anticuadas éstas cosas, principalmente porque cree que es imposible dejar hábitos y costumbres arraigadas por generaciones y porque al fin y al cabo la sociedad lo acepta tal y como es (posiblemente lo alaba), así que no tiene necesidad de cambiar nada. Pero le tengo una buena noticia: Dios da su Espíritu a todo aquel que se arrepiente y confiesa sus pecados, todo aquel que quiere una nueva vida.
Este espíritu que Dios nos da es su misma presencia morando en el hombre y es el poder y la mente de Dios en nuestro interior. El apóstol Pablo dice de este espíritu lo siguiente: En el cual también confiasteis vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación; en quien también, desde que creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. (Efesios 1:13-14)
El hombre es sellado con el Espíritu Santo una vez a creído en la buena noticia de la salvación (El evangelio del Reino venidero) y éste espíritu es las arras, es decir, la garantía de que recibiremos la herencia de la redención. En otras palabras, el don del Espíritu nos asegura que recibiremos en el futuro la resurrección y la inmortalidad, junto con el reino venidero, cuando regrese Jesucristo. porque las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción, en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y está en dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, esto es, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:21-23)
Tenemos el espíritu como un adelanto de la inmortalidad que recibiremos después, es decir, la adopción de Dios, la redención de nuestro cuerpo mortal revestido con vida eterna. Es curioso notar que toda la creación está sujeta a la servidumbre o esclavitud de la corrupción, hasta que éste magno evento ocurra, es decir, la restauración de todas las cosas, que será cuando venga el Cristo en gloria a reinar junto con sus hermanos sobre toda la creación; y las criaturas serán libradas de la corrupción. Por ahora tenemos ésta salvación como la esperanza mas bienaventurada y el tesoro mas grande que podemos tener en éste mundo malo:
Porque en esperanza somos salvos; mas la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que uno ve ¿por qué esperarlo aún? Mas si lo que no vemos esperamos, con paciencia lo esperamos. (Romanos 8:24-25)
Ahora estamos esperando éste evento que Dios ha anunciado por medio de los profetas y de su hijo, y ésta esperanza crea una fuerza interior que se opone a la corriente de este mundo de maldad, pero tenemos mucho mas que la esperanza. Tenemos la fe que sustenta dicha esperanza y la fe que sustenta dicha esperanza, es nuestra fuerza mayor, con la que podemos no solo oponernos sino también vencer la corriente de éste mundo.
Y asimismo también el Espíritu ayuda en nuestra flaqueza; porque qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos. (Romanos 8:26-27)
Éste maravilloso espíritu que nos da Dios, nos capacita para hacer su voluntad y hasta intercede por nosotros en nuestras debilidades. Y sabemos que todas las cosas ayudan a bien, a los que aman a Dios, a los que conforme a su propósito son llamados.
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Romanos 8:28-30)
Por el espíritu sabemos que tendremos la misma gloria que tiene nuestro hermano y Señor Jesús cuando él regrese. Y de hecho ya lo tenemos por fe. Ésta es la fe bíblica, la fe que vence al mundo. Es la certeza de que recibiremos el reino de Dios si perseveramos en la verdad. Aunque ahora no vemos que esto sea así, sabemos que será hecho porque Dios lo ha dicho. Y todo el universo fue hecho por la palabra de Dios:
Por fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve, fue hecho de lo que no se veía. (Hebreos 11:3)
Por esta misma fe los hombres antiguos alcanzaron buen testimonio:
Por fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella. (Hebreos 11:4)
Abel no había visto los sacrificios que Dios instituyó y le enseñó a Adán y Eva, pero él les creyó y ofreció crías de sus ovejas o corderos, mientras que Caín inventó su propia ofrenda de frutos y cosechas y no creyó que la que había instituido Dios fuera la única. La fe de Abel fue demostrada por algo que hizo: una obra de fe.
Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que a Dios se acerca, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11:6)
Dios premia la fe, es galardonador de los que obran de acuerdo a la fe. Por fe Noé, siendo advertido por Dios de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que es por la fe. (Hebreos 11:7)
Noé escuchó y actuó de acuerdo a la fe y fue galardonado. Cuando aún no se veía lo que se le anunció, actuó creyendo que Dios no miente. Por fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por fe habitó en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa: Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo artífice y hacedor es Dios. (Hebreos 11:8-10)
¿No fue justificado por las obras, Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? (Santiago 2:21) ¿No ves que la fe actuó con sus obras, y que la fe fue perfeccionada por las obras? (Santiago 2:22) Abraham actuó de acuerdo a la fe y fue llamado padre de la fe, además esperaba la ciudad que viene del cielo, ¡Esperaba el Reino de Dios!
La ciudad que vendrá del cielo es cuando el Mesías instaure el reino de Dios en la tierra: Y yo Juan vi la santa Ciudad, Jerusalén la nueva, que descendía del cielo, aderezada de Dios, como la esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos. Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas son pasadas. (Apocalipsis 21:2-4)
Aunque los antiguos murieron sin recibir la herencia, ellos vivieron una vida que demostró su fe: Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria. Que si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo para volverse. Pero ahora anhelaban una mejor patria, esto es, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les había preparado una ciudad. (Hebreos 11:13-16)
También los apóstoles y los cristianos de nuestra era (después de Cristo) han muerto sin recibir la herencia, y posiblemente nosotros muramos sin recibirla. Pero como creyeron, Dios les preparó una ciudad, la nueva Jerusalén que viene del cielo en el Reino de Dios y también Dios les prometió la resurrección: Por fe Abraham cuando fue probado, ofreció a Isaac, y él que había recibido las promesas, ofreció a su hijo unigénito, habiéndole sido dicho: En Isaac te será llamada simiente; pensando que aun de los muertos es Dios poderoso para levantar; de donde también le volvió a recibir por figura. (Hebreos 11:17-19)
Abraham creyó en la resurrección y recibió a Isaac “de entre los muertos” por figura; como si Dios lo hubiera resucitado, ya que Abraham lo sacrificó en su corazón y cuando ya lo iba a matar un ángel lo detuvo. Ésta fe llevó consigo la acción, y la acción demuestra que la fe es verdadera. Mas sed hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. (Santiago 1:22)
Porque si alguno es oidor de la palabra, y no hacedor, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego se olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. (Santiago 1:23-25)
Dios demanda acciones de los creyentes, acciones que demuestren que realmente creen. Tú crees que hay un Dios; bien haces; también los demonios creen y tiemblan. ¿Mas quieres saber, oh hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras, Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó con sus obras, y que la fe fue perfeccionada por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue imputado por justicia, y fue llamado: Amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. (Santiago 2:19-24)
¿De dónde viene la fe?
Así que la fe viene por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (YHWH). (Romanos 10:17) La palabra de Dios tiene el poder de hacer creer en lo que no se ve. Cuando Dios le advirtió a Noé sobre el diluvio, él le creyó y por esa fe que recibió, actuó obedientemente y recibió la justicia que es por las obras de la fe. Pero no solo actuó, sino también que habló de acuerdo a ella. Pedro nos dice que Noé fue un predicador de justicia:
si no perdonó al mundo viejo, mas guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de malvados. (2 Pedro 2:5)
Pues todo el que cree, no solo vive de acuerdo a su fe, sino que habla de acuerdo a ella, por eso dice Pablo: Que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. Pues con el corazón, uno cree en justicia; y con la confesión de la boca se hace salvación. (Romanos 10:9-10)
Pues no basta creer en secreto que Jesús es el Mesías, hay que hablar de acuerdo a la fe y declararlo a otros, confesarlo delante de los hombres y obviamente creer que Dios lo resucitó y que así como lo resucitó a él, quienes crean y actúen de acuerdo a la fe, también serán resucitados en el día final y podrán participar del reino de Dios en la tierra. La fe se demuestra con la caridad Las escrituras muestran claramente que no basta con creer que Dios existe, es necesario practicar la caridad también. El apóstol Pablo lo expresa así: Y si tuviese el don de profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo caridad, nada soy. (1 Corintios 13:2)
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