miércoles, 13 de julio de 2016

La infalibilidad protestante

Del Libro La Cristiandad Extraviada
Por Robert Roberts



Siglos recientes han sido testigos de la "Reforma" que nos dio libertad para ejercer el derecho dado por Dios de expresar nuestras propias opiniones. También se supone que se inauguró una era de luz del Evangelio. Sobre esto no habrá tanta unanimidad una vez que se haya hecho una investigación.

Los protestantes acostumbran creer que la Reforma abolió todos los errores de Roma y nos dio la verdad en su pureza ¿Por qué tienen esta creencia? ¿Fueron inspirados los reformadores? ¿Fueron infalibles Lutero, Calvino, Juan Knox, Wycliffe y los otros vigorosos hombres que llevaron a cabo tales reformas? Si lo fueron, eso pone término a la controversia, pero nadie que sea competente para formarse una opinión sobre el asunto asumirá esta posición. Si los reformadores no fueron ni inspirados ni infalibles ¿no es justo y razonable afirmar que la Biblia tiene mas autoridad que ellos, y juzgar lo que hicieron mediante la única prueba objetiva que puede aplicarse en nuestros días? Considere este interrogante :

¿Era probable que los reformadores se liberaran inmediatamente y en todos los puntos de la servidumbre espiritual de las tradiciones romanas? ¿No era mas probable que sus logros en esta materia fueran solo parciales y que su reforma recién nacida se hallara vestida con muchos trapos y andrajos de la iglesia apóstata contra la cual se rebelaron? La historia y las Escrituras muestran que así ocurrió que aunque fue una  "reforma gloriosa" en el sentido de liberar la verdad religiosa, fue una reforma muy parcial en. Lo que a corrección doctrinal se refiere. Solo una parte muy pequeña de la verdad fue sacada a la luz y muchas de las más grandes herejías de la Iglesia de Roma fueron retenidas y aún continúan siendo el cimiento de la Iglesia Protestante.

Sin embargo, la reforma llegó a ser la base de los sistemas religiosos de Alemania e Inglaterra. Las doctrinas de la Reforma fueron adoptadas e incorporadas en estos sistemas e instituciones, y los jóvenes, enviados a la escuela de enseñanza secundaria desde temprana edad, recibían adiestramiento para explicar tales doctrinas. Pero se les adoctrinaba por medio de catecismos y libros de textos, y no por el estudio de la Escrituras mismas; y al ascender a las dignidades y responsabilidades plenas de la vida teológica, estos jóvenes, ya adultos debían permanecer fieles a lo que habían aprendido o correr el riesgo de perder todo lo que los
hombres consideran valioso.

No es extraño en tales circunstancias que no hayan ido más allá de la Reforma Luterana. La situación no era favorable para ejercer el criterio independiente. Los hombres así educados se sentían inclinados a conformarse con aquello para lo cual había sido educados, debido a la fuerza de la costumbre y el interés, aprobados y fortalecidos, sin duda, por la creencia de que su fe por fuerza era y tenía que ser verdadera.

Y esta es la posición del clero en la actualidad. El sistema no ha cambiado. El púlpito continúa siendo una institución para la cual un hombre debe tener una preparación especial. Con una continuación del sistema podemos entender cómo los maestros religiosos del pueblo están en grave error, a pesar de poseer todas las aparentes ventajas de la educación superior.

Puede sugerirse que la extensa circulación de la Biblia entre la gente es una garantía contra los errores serios. Así debiera ser; y así sería si la gente, casi de común acuerdo, no dejara y el estudio de la Biblia a sus dirigentes religiosos. La gente está demasiado absorta en las ocupaciones comunes de la vida para dedicar a la Biblia el estudio que requiere. No le dedican, salvo algunas excepciones, esa común atención que el más elemental sentido común percibiría. La gente cree lo que se le enseña, si es que cree algo, pero no puede explicar por qué cree así. Todo se da por sentado. Es cierto que hay excepciones, pero la regla es aceptar ciegamente las tradiciones de cada iglesia.

Algunas veces ocurre que un lector diligente de la Biblia se topa con algo que encuentra difícil de reconciliar con las ideas que le ha enseñado. Hay dos razones por las cuales el asunto no conduce a nada. Se consulta al clérigo o ministro; el da una opinión definitiva, que no importa cuan arbitraria e infundada pueda ser, se acepta como la palabra final. Si el investigador no está satisfecho, su relación con la congregación le sugiere la conveniencia de guardar silencio sobre "temas no enseñados". Por otro lado, si el es de naturaleza reverente y verdaderamente concienzuda, aunque no se sienta satisfecho de la exactitud de la explicación expuesta, piensa en el conjunto de virtud e instrucción que hay en la doctrina en cuestión y concluye que su propio juicio debe estar errado, piensa que lo más seguro es aceptar la opinión profesional. Y así la dificultad queda encubierta y lo que hubiera podido ser el descubrimiento de la verdad de las Escrituras queda ahogado desde el principio.

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